/ domingo 17 de septiembre de 2023

Las redes y su influencia en la opinión: una recomendación

Por mucho tiempo fue muy popular la creencia acerca de los contenidos mediáticos a los que se les llegó a atribuir el “poder” para influir en nosotros de forma directa e inmediata, bajo la idea de lo que se llamó un efecto de aguja hipodérmica. Esto es, al igual que una inyección puede tener efectos casi instantáneos, de igual manera, los contenidos que recibíamos a través de los medios afectaban nuestras formas de ver, pensar y de actuar. Esta idea de los medios todopoderosos sobre una sociedad enteramente influenciable fue perdiendo importancia conforme se desarrollaron métodos y formas de investigar el impacto de los contenidos cada vez más complejos y sofisticados. Desde luego, esto no significa que no haya influencia, aunque su alcance varía, naturalmente, dependiendo de los contextos, de las condiciones de las poblaciones que se estudien, de los grados y tipos de influencia y de los ámbitos en donde tales influencias pueden ser evidentes.

Con la llegada de las redes sociales y su presencia cada vez más extendida en todos los rincones de nuestras vidas cotidianas, la pregunta sobre la influencia ha vuelto a ser pertinente. Ello no sólo debido a que las redes sociodigitales nos permiten una comunicación casi permanente, para bien y para mal, con nuestros amigos y familiares, nuestros grupos de trabajo y profesionales, así como tener un consumo casi incesante de contenidos de todo tipo, sino también por la creciente presencia de tendencias negativas. Por ejemplo, la desinformación, la polarización, y los discursos discriminatorios y violentos y la enorme cantidad de contenidos falsos en circulación que de pronto se vuelven evidentes en momentos de crisis –como durante la pandemia de COVID-19—o en coyunturas específicas –como los periodos electorales. La cuestión es entender exactamente cómo funciona la influencia y en qué condiciones puede ser más efectiva.

Hace unas semanas se publicó un trabajo de investigación realizado en tres países –Estados Unidos, Irlanda e Italia—por un grupo encabezado por Juan Morales, profesor de la Universidad Wilfrid Laurier de Canadá. Investigaron la posible influencia sobre la opinión de las personas del contenido que en redes sociales aparece como muy popular (con muchos “likes” y muchas veces compartido) en comparación con aquél que parece ser muy poco popular (muy pocos “likes” y escasamente compartido). El contenido que estudiaron se relacionaba con la tensión que surgió durante la pandemia de COVID-19 entre si era preferible mantener la economía abierta a pesar de los riesgos a la salud, o bien mantener el confinamiento y otras medidas sanitarias a costa de tener algunas afectaciones económicas. En su estudio, los investigadores dividieron a los participantes en dos grupos: a uno les mostraron contenidos favorables a mantener la actividad económica con muchos “likes” y muchas veces compartidos y contenidos favorables a mantener el confinamiento con muy pocos “likes” y escasamente compartido. Al otro grupo, les presentaron contenidos igualmente favorables a las dos posiciones, pero con la popularidad invertida.

El efecto más importante que se reporta en este estudio es que aquellas personas que reportaron usar más tiempo al día –más de una hora diaria-- las redes sociodigitales Facebook y “X” (antes Twitter) sí muestran una influencia clara en sus opiniones. Este tipo de participantes terminaba apoyando medidas –ya fuera abrir la economía o mantener el confinamiento—en el mismo sentido de los contenidos que resultaban ser más populares. Lo interesante aquí es que, en línea con lo que también se ha mostrado en otros estudios, las personas más activas y que dedican más tiempo a ciertas redes sociodigitales, como “X”, también son más activas y participativas en asuntos públicos y suelen acudir a votar.

Lo que indican los resultados de este tipo de investigaciones es que, si bien no contamos con evidencia para suponer que las redes son “todopoderosas” para cambiar nuestras opiniones (o nuestras actitudes y conducta), sí hay diferentes tipos de impactos sobre nosotros dependiendo del contexto, del uso y de las coyunturas en las que consumimos los contenidos. Además, los contenidos más populares no sólo son mejor posicionados por los algoritmos –con lo que se vuelve difícil no verlos estando en redes--, sino que hay factores psicológicos por los cuales solemos compartirlos más: desde nuestros deseos de pertenecer a grupos y ganar prestigio en nuestros círculos, hasta parecer que estamos al tanto de todo o simplemente divertirnos, entre otras razones.

Por eso, como recomendación frente lo que consumimos, vale la pena el ejercicio de preguntarnos: ¿para qué deseo compartir un contenido? ¿Qué gano yo y qué gana mi círculo con ello? Todos podemos sumarnos para tener una mejor conversación en nuestras redes y sí, sí puede depender también de nosotros.

Por mucho tiempo fue muy popular la creencia acerca de los contenidos mediáticos a los que se les llegó a atribuir el “poder” para influir en nosotros de forma directa e inmediata, bajo la idea de lo que se llamó un efecto de aguja hipodérmica. Esto es, al igual que una inyección puede tener efectos casi instantáneos, de igual manera, los contenidos que recibíamos a través de los medios afectaban nuestras formas de ver, pensar y de actuar. Esta idea de los medios todopoderosos sobre una sociedad enteramente influenciable fue perdiendo importancia conforme se desarrollaron métodos y formas de investigar el impacto de los contenidos cada vez más complejos y sofisticados. Desde luego, esto no significa que no haya influencia, aunque su alcance varía, naturalmente, dependiendo de los contextos, de las condiciones de las poblaciones que se estudien, de los grados y tipos de influencia y de los ámbitos en donde tales influencias pueden ser evidentes.

Con la llegada de las redes sociales y su presencia cada vez más extendida en todos los rincones de nuestras vidas cotidianas, la pregunta sobre la influencia ha vuelto a ser pertinente. Ello no sólo debido a que las redes sociodigitales nos permiten una comunicación casi permanente, para bien y para mal, con nuestros amigos y familiares, nuestros grupos de trabajo y profesionales, así como tener un consumo casi incesante de contenidos de todo tipo, sino también por la creciente presencia de tendencias negativas. Por ejemplo, la desinformación, la polarización, y los discursos discriminatorios y violentos y la enorme cantidad de contenidos falsos en circulación que de pronto se vuelven evidentes en momentos de crisis –como durante la pandemia de COVID-19—o en coyunturas específicas –como los periodos electorales. La cuestión es entender exactamente cómo funciona la influencia y en qué condiciones puede ser más efectiva.

Hace unas semanas se publicó un trabajo de investigación realizado en tres países –Estados Unidos, Irlanda e Italia—por un grupo encabezado por Juan Morales, profesor de la Universidad Wilfrid Laurier de Canadá. Investigaron la posible influencia sobre la opinión de las personas del contenido que en redes sociales aparece como muy popular (con muchos “likes” y muchas veces compartido) en comparación con aquél que parece ser muy poco popular (muy pocos “likes” y escasamente compartido). El contenido que estudiaron se relacionaba con la tensión que surgió durante la pandemia de COVID-19 entre si era preferible mantener la economía abierta a pesar de los riesgos a la salud, o bien mantener el confinamiento y otras medidas sanitarias a costa de tener algunas afectaciones económicas. En su estudio, los investigadores dividieron a los participantes en dos grupos: a uno les mostraron contenidos favorables a mantener la actividad económica con muchos “likes” y muchas veces compartidos y contenidos favorables a mantener el confinamiento con muy pocos “likes” y escasamente compartido. Al otro grupo, les presentaron contenidos igualmente favorables a las dos posiciones, pero con la popularidad invertida.

El efecto más importante que se reporta en este estudio es que aquellas personas que reportaron usar más tiempo al día –más de una hora diaria-- las redes sociodigitales Facebook y “X” (antes Twitter) sí muestran una influencia clara en sus opiniones. Este tipo de participantes terminaba apoyando medidas –ya fuera abrir la economía o mantener el confinamiento—en el mismo sentido de los contenidos que resultaban ser más populares. Lo interesante aquí es que, en línea con lo que también se ha mostrado en otros estudios, las personas más activas y que dedican más tiempo a ciertas redes sociodigitales, como “X”, también son más activas y participativas en asuntos públicos y suelen acudir a votar.

Lo que indican los resultados de este tipo de investigaciones es que, si bien no contamos con evidencia para suponer que las redes son “todopoderosas” para cambiar nuestras opiniones (o nuestras actitudes y conducta), sí hay diferentes tipos de impactos sobre nosotros dependiendo del contexto, del uso y de las coyunturas en las que consumimos los contenidos. Además, los contenidos más populares no sólo son mejor posicionados por los algoritmos –con lo que se vuelve difícil no verlos estando en redes--, sino que hay factores psicológicos por los cuales solemos compartirlos más: desde nuestros deseos de pertenecer a grupos y ganar prestigio en nuestros círculos, hasta parecer que estamos al tanto de todo o simplemente divertirnos, entre otras razones.

Por eso, como recomendación frente lo que consumimos, vale la pena el ejercicio de preguntarnos: ¿para qué deseo compartir un contenido? ¿Qué gano yo y qué gana mi círculo con ello? Todos podemos sumarnos para tener una mejor conversación en nuestras redes y sí, sí puede depender también de nosotros.