/ viernes 7 de enero de 2022

Las violencias como compañeras de viaje

Por Óscar Ariel Mójica (Colmich)


Migrar, más que una necesidad, se ha vuelto casi una obligación para quienes viven de manera cercana en contextos violentos.

Jorge, como llamaré a este hondureño de 34 años que viajaba con familia, esposa y tres hijas de dos, cuatro y seis años, y con quién tuve la oportunidad de conversar en Jiquilpan, Michoacán, puede ilustrar el caso de personas que son expulsadas por contextos de violencia de su lugar de origen, agresiones que le persiguen durante su tránsito debido a las políticas de contención, los grupos criminales y la ausencia de programas dirigidos para su protección.

Este migrante señaló que salió de su país por la violencia y sentencia que jamás volvería: allá le espera la muerte a él y su familia. De Honduras salió con los suyos, luego que lo buscaron en reiteradas ocasiones solicitando se uniera a la pandilla de su barrio; ante su negativa, lo amenazaron y comentó que la Mara de su barrio no bromea.

Su recorrido lo llevó por Chiapas, Oaxaca, Veracruz, Puebla, Ciudad de México, Querétaro y de ahí a Michoacán; al pasar por Guanajuato presenció un sinfín de situaciones por las que él se sintió mal, y señaló tener pensamientos suicidas; si él experimentaba ese dolor, no quería imaginar lo que podían tener en mente su esposa y sus hijas.

A México entraron por Chiapas. En el tramo de Ciudad Hidalgo a Arriaga (56 kilómetros, aproximadamente), realizado a pie con su familia, fueron asaltados en dos ocasiones: en la primera, un grupo de tres personas con machetes les quitaron los 800 pesos mexicanos que traían; en la segunda, Jorge señaló que solo les despojaron de la ropa a él y a su esposa: eran unas personas que estaban desnudas que traían palos; él no hizo nada por ser cuatro los asaltantes y porque, sobre todo, no quiso poner en riesgo a su familia. Apuntó que posiblemente fueron otros migrantes que antes habían sido robados. El recorrido de ese tramo lo realizaron en ocho días a pie.

Durante su trayecto en La Bestia, apuntó a que vieron accidentes que lo dejaron marcado.

El primero sucedió cerca de Medias Aguas, Veracruz, donde se detuvieron a descansar; ahí vio cuando un hombre intentando subir al tren cayó y este le arrancó las dos piernas. Tal suceso también lo miraron su esposa e hijas; se quedaron calladas; hicieron como si “nada había ocurrido”, aunque él tuviera presente la imagen.

Poco más adelante, presenciaron como un hombre perdió la cabeza al caer del tren; después del accidente, cuando pasaban por túneles, sus hijas temblaban y les abrazaban con fuerza. Él sentía el miedo como si fuera propio.

En Tierra Blanca, Veracruz, Jorge comentó que fue sacado de un albergue en que se encontraban por parte de personas que él señaló como policías, debido a que traían uniformes. Fue llevado a un lugar no muy lejano y golpeado; señaló que le decían les entregara el dinero que iba cobrando por esa familia que transportaba y pedían información de sus parientes. Él señaló que era su familia y que iban juntos; eso lo corroboró su esposa e hijas y fueron dejados en libertad. Comentó que en ese momento sintió una enorme impotencia, pero afortunadamente su familia no había sido tocada, solamente él. A raíz de eso, dejaron de llegar a espacios para migrantes, señalando que la gente de la calle les apoya mejor y, según su percepción, en las mismas casas de migrantes a veces hay gente que avisa a personas de “afuera” para que los extorsionen.

En Jiquilpan, Michoacán, señaló que corroboró lo que le habían dicho, “llegando a México (Ciudad de México), ya te sientes en el Norte”, en sentido de que lo complicado que es el tramo de frontera sur hacia la Ciudad de México. En esa ciudad michoacana esperaban reunir dinero y buscar tranquilizarse un poco. Jorge reiteró que tenía pensamientos suicidas por la impotencia y desesperación de lo sufrido en el tránsito, pero también, como inicié señalando, por lo dejado en su país.

Lo ocurrido con esta familia ha sido recabado de forma constante en otros testimonios en Michoacán, Tijuana y Chihuahua, por lo que no es un caso aislado.

Las violencias que les hace salir de su país a los migrantes parecen irles acompañando, pero en forma de rechazo, estigmatización y políticas de seguridad que buscan contenerles y expulsarles. Después de las caravanas, se han llevado a cabo actividades de repudio, pero debemos señalar que también de apoyo.

A partir de la pandemia de Covid-19, se desató una campaña que buscaba contener a migrantes en la frontera sur bajo el argumento de ser posibles portadores del virus, cuando todos podemos serlo, y más cuando presenciamos que en aeropuertos internacionales de nuestro país se carecía de protocolos y restricciones para vuelos procedentes de países con altos incides de contagio: de esta manera, la movilidad está permitida para unos y para otros, no.

Así, la violencia se mantiene a pesar de que algunos exponen: “a nosotros nos sacan de nuestro país; huimos señor, huimos, no migramos por gusto; lo hacemos para seguir viviendo” (hondureño de 34 años).

Autor

El doctor Óscar Ariel Mojica Madrigal es investigador en el Centro de Estudios Rurales-Observatorio Regional de las Migraciones, El Colegio de Michoacán. Facebook https://www.facebook.com/ObservatorioRegionaldelasMigraciones/

Contacto: Eva Alcántar Muñoz, en el correo eva@colmich.edu.mx.

Crédito de las fotografías

Alfonso Caraveo, El Colegio de la Frontera Norte (Colef).

***

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Por Óscar Ariel Mójica (Colmich)


Migrar, más que una necesidad, se ha vuelto casi una obligación para quienes viven de manera cercana en contextos violentos.

Jorge, como llamaré a este hondureño de 34 años que viajaba con familia, esposa y tres hijas de dos, cuatro y seis años, y con quién tuve la oportunidad de conversar en Jiquilpan, Michoacán, puede ilustrar el caso de personas que son expulsadas por contextos de violencia de su lugar de origen, agresiones que le persiguen durante su tránsito debido a las políticas de contención, los grupos criminales y la ausencia de programas dirigidos para su protección.

Este migrante señaló que salió de su país por la violencia y sentencia que jamás volvería: allá le espera la muerte a él y su familia. De Honduras salió con los suyos, luego que lo buscaron en reiteradas ocasiones solicitando se uniera a la pandilla de su barrio; ante su negativa, lo amenazaron y comentó que la Mara de su barrio no bromea.

Su recorrido lo llevó por Chiapas, Oaxaca, Veracruz, Puebla, Ciudad de México, Querétaro y de ahí a Michoacán; al pasar por Guanajuato presenció un sinfín de situaciones por las que él se sintió mal, y señaló tener pensamientos suicidas; si él experimentaba ese dolor, no quería imaginar lo que podían tener en mente su esposa y sus hijas.

A México entraron por Chiapas. En el tramo de Ciudad Hidalgo a Arriaga (56 kilómetros, aproximadamente), realizado a pie con su familia, fueron asaltados en dos ocasiones: en la primera, un grupo de tres personas con machetes les quitaron los 800 pesos mexicanos que traían; en la segunda, Jorge señaló que solo les despojaron de la ropa a él y a su esposa: eran unas personas que estaban desnudas que traían palos; él no hizo nada por ser cuatro los asaltantes y porque, sobre todo, no quiso poner en riesgo a su familia. Apuntó que posiblemente fueron otros migrantes que antes habían sido robados. El recorrido de ese tramo lo realizaron en ocho días a pie.

Durante su trayecto en La Bestia, apuntó a que vieron accidentes que lo dejaron marcado.

El primero sucedió cerca de Medias Aguas, Veracruz, donde se detuvieron a descansar; ahí vio cuando un hombre intentando subir al tren cayó y este le arrancó las dos piernas. Tal suceso también lo miraron su esposa e hijas; se quedaron calladas; hicieron como si “nada había ocurrido”, aunque él tuviera presente la imagen.

Poco más adelante, presenciaron como un hombre perdió la cabeza al caer del tren; después del accidente, cuando pasaban por túneles, sus hijas temblaban y les abrazaban con fuerza. Él sentía el miedo como si fuera propio.

En Tierra Blanca, Veracruz, Jorge comentó que fue sacado de un albergue en que se encontraban por parte de personas que él señaló como policías, debido a que traían uniformes. Fue llevado a un lugar no muy lejano y golpeado; señaló que le decían les entregara el dinero que iba cobrando por esa familia que transportaba y pedían información de sus parientes. Él señaló que era su familia y que iban juntos; eso lo corroboró su esposa e hijas y fueron dejados en libertad. Comentó que en ese momento sintió una enorme impotencia, pero afortunadamente su familia no había sido tocada, solamente él. A raíz de eso, dejaron de llegar a espacios para migrantes, señalando que la gente de la calle les apoya mejor y, según su percepción, en las mismas casas de migrantes a veces hay gente que avisa a personas de “afuera” para que los extorsionen.

En Jiquilpan, Michoacán, señaló que corroboró lo que le habían dicho, “llegando a México (Ciudad de México), ya te sientes en el Norte”, en sentido de que lo complicado que es el tramo de frontera sur hacia la Ciudad de México. En esa ciudad michoacana esperaban reunir dinero y buscar tranquilizarse un poco. Jorge reiteró que tenía pensamientos suicidas por la impotencia y desesperación de lo sufrido en el tránsito, pero también, como inicié señalando, por lo dejado en su país.

Lo ocurrido con esta familia ha sido recabado de forma constante en otros testimonios en Michoacán, Tijuana y Chihuahua, por lo que no es un caso aislado.

Las violencias que les hace salir de su país a los migrantes parecen irles acompañando, pero en forma de rechazo, estigmatización y políticas de seguridad que buscan contenerles y expulsarles. Después de las caravanas, se han llevado a cabo actividades de repudio, pero debemos señalar que también de apoyo.

A partir de la pandemia de Covid-19, se desató una campaña que buscaba contener a migrantes en la frontera sur bajo el argumento de ser posibles portadores del virus, cuando todos podemos serlo, y más cuando presenciamos que en aeropuertos internacionales de nuestro país se carecía de protocolos y restricciones para vuelos procedentes de países con altos incides de contagio: de esta manera, la movilidad está permitida para unos y para otros, no.

Así, la violencia se mantiene a pesar de que algunos exponen: “a nosotros nos sacan de nuestro país; huimos señor, huimos, no migramos por gusto; lo hacemos para seguir viviendo” (hondureño de 34 años).

Autor

El doctor Óscar Ariel Mojica Madrigal es investigador en el Centro de Estudios Rurales-Observatorio Regional de las Migraciones, El Colegio de Michoacán. Facebook https://www.facebook.com/ObservatorioRegionaldelasMigraciones/

Contacto: Eva Alcántar Muñoz, en el correo eva@colmich.edu.mx.

Crédito de las fotografías

Alfonso Caraveo, El Colegio de la Frontera Norte (Colef).

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