/ martes 9 de enero de 2018

Liberalizar para subsidiar

De acuerdo a la doctrina económica neoliberal la mejor fórmula para regular los precios es el libre juego de la oferta y la demanda, de manera que el mercado los ajuste en forma natural en virtud de la competencia que deberá existir entre los distintos proveedores de bienes o servicios. En el caso de los combustibles se ha optado desde principios del año pasado por atender a esta doctrina y liberalizar los precios de manera que poco a poco pudieran los proveedores, en atención al precio internacional de la gasolina, al tipo de cambio y a sus costos de transporte y  distribución determinar diariamente a qué precio habrían de venderse el diésel y las gasolinas Magna y  Premium. Hace ya doce meses que nos empezamos a acostumbrar a los letreros con precios en las gasolinerías e incluso en programas informativos diariamente se nos hacía saber cuánto habrían de costarnos estos combustibles hasta que los expendedores fijaran el precio de manera totalmente libre de acuerdo a las condiciones del mercado.

Al llegar ese momento, se generó un alza importante a principios de enero que impactó considerablemente en la opinión pública y para enfrentar tal desasosiego la Secretaría de Hacienda ha informado que se continúa subsidiando a estos productos.

El punto a dilucidar es la manera como este subsidio otorgado a través de un estímulo fiscal acaba siendo más pernicioso que los subsidios a los que suele descalificárseles porque se afirma que distorsionan el mercado y que muchas ocasiones benefician a sectores económicamente más favorecidos convirtiéndose en un elemento contraproducente puesto que no siempre se ayuda a aquellos que requieren un determinado apoyo.

Desde el momento en que el precio es libre uno tiene que preguntarse si el efecto del subsidio no acaba solo beneficiando a los distribuidores de las gasolinas puesto que no existe un marco fijo de referencia para saber cómo está operando el citado estímulo fiscal. De acuerdo a la información oficial en la semana del seis al doce de enero se otorgó un estímulo de 1.221 pesos por litro para la gasolina Premium, lo cual implicaba un aumento de aproximadamente treinta centavos por litro. En el caso del diésel se informó que el subsidio sería de 3.079 pesos por litro cuando anteriormente era de 2.716 pesos. Ahora bien, cuando se trata de apoyar al productor o al expendedor por medio de un subsidio se supone que hay un punto fijo de referencia como lo es un precio máximo que asegure el beneficio del consumidor y pueda saberse exactamente qué parte del total del precio está constituida por el estímulo gubernamental pero si admitimos que los proveedores pueden vender en la cantidad que sea, no necesariamente el subsidio va a garantizar que se mantenga un precio determinado, lo cual resulta contradictorio. En todos los casos de subsidio, por ejemplo cuando se otorga un precio de garantía a un producto agrícola, se conoce cuál es ese precio fijo y no queda a voluntad del productor su establecimiento, en cambio tratándose de los combustibles parece un doble contrasentido el otorgar subsidios al tiempo que los precios están liberalizados, porque no existe la certeza de que efectivamente el estímulo fiscal se va a traducir exactamente en la misma proporción de disminución del precio en beneficio del consumidor. Ademas, si de verdad se pretendía que el mercado regulara los precios en un estricto apego a los criterios clásicos, ahora resulta que estamos en el peor de los mundos: los precios descontrolados pero subsidiados.

eduardoandrade1948@gmail.com

De acuerdo a la doctrina económica neoliberal la mejor fórmula para regular los precios es el libre juego de la oferta y la demanda, de manera que el mercado los ajuste en forma natural en virtud de la competencia que deberá existir entre los distintos proveedores de bienes o servicios. En el caso de los combustibles se ha optado desde principios del año pasado por atender a esta doctrina y liberalizar los precios de manera que poco a poco pudieran los proveedores, en atención al precio internacional de la gasolina, al tipo de cambio y a sus costos de transporte y  distribución determinar diariamente a qué precio habrían de venderse el diésel y las gasolinas Magna y  Premium. Hace ya doce meses que nos empezamos a acostumbrar a los letreros con precios en las gasolinerías e incluso en programas informativos diariamente se nos hacía saber cuánto habrían de costarnos estos combustibles hasta que los expendedores fijaran el precio de manera totalmente libre de acuerdo a las condiciones del mercado.

Al llegar ese momento, se generó un alza importante a principios de enero que impactó considerablemente en la opinión pública y para enfrentar tal desasosiego la Secretaría de Hacienda ha informado que se continúa subsidiando a estos productos.

El punto a dilucidar es la manera como este subsidio otorgado a través de un estímulo fiscal acaba siendo más pernicioso que los subsidios a los que suele descalificárseles porque se afirma que distorsionan el mercado y que muchas ocasiones benefician a sectores económicamente más favorecidos convirtiéndose en un elemento contraproducente puesto que no siempre se ayuda a aquellos que requieren un determinado apoyo.

Desde el momento en que el precio es libre uno tiene que preguntarse si el efecto del subsidio no acaba solo beneficiando a los distribuidores de las gasolinas puesto que no existe un marco fijo de referencia para saber cómo está operando el citado estímulo fiscal. De acuerdo a la información oficial en la semana del seis al doce de enero se otorgó un estímulo de 1.221 pesos por litro para la gasolina Premium, lo cual implicaba un aumento de aproximadamente treinta centavos por litro. En el caso del diésel se informó que el subsidio sería de 3.079 pesos por litro cuando anteriormente era de 2.716 pesos. Ahora bien, cuando se trata de apoyar al productor o al expendedor por medio de un subsidio se supone que hay un punto fijo de referencia como lo es un precio máximo que asegure el beneficio del consumidor y pueda saberse exactamente qué parte del total del precio está constituida por el estímulo gubernamental pero si admitimos que los proveedores pueden vender en la cantidad que sea, no necesariamente el subsidio va a garantizar que se mantenga un precio determinado, lo cual resulta contradictorio. En todos los casos de subsidio, por ejemplo cuando se otorga un precio de garantía a un producto agrícola, se conoce cuál es ese precio fijo y no queda a voluntad del productor su establecimiento, en cambio tratándose de los combustibles parece un doble contrasentido el otorgar subsidios al tiempo que los precios están liberalizados, porque no existe la certeza de que efectivamente el estímulo fiscal se va a traducir exactamente en la misma proporción de disminución del precio en beneficio del consumidor. Ademas, si de verdad se pretendía que el mercado regulara los precios en un estricto apego a los criterios clásicos, ahora resulta que estamos en el peor de los mundos: los precios descontrolados pero subsidiados.

eduardoandrade1948@gmail.com