Han pasado varios cientos de miles de años desde que el ser humano apareció para poblar este planeta. Durante milenios hubo de vagar errante por los distintos parajes de la geografía sin otro cometido que buscar su propia supervivencia.
Pero hubo un momento de ese complejo andar en el que se dio cuenta que más que simplemente supervivir, podría también trascender. Y fue el instante justo en el que encontró la manera de dejar plasmado en un objeto inerte y duradero para utilidad de otros seres humanos, todo el bagaje temporal que puede llevar consigo una mente destinada irremediablemente a la muerte.
Primero fueron pintados con pigmentos naturales los más rudimentarios diseños de mujeres y hombres, animales e instrumentos en los muros de los recintos naturales que les dieron cobijo en los tiempos más difíciles. Luego con ingeniosos jeroglíficos tallados en enormes rocas ubicadas en los imponentes recintos sagrados que habían aprendido a erigir. Finalmente, con la generosidad de las hojas de papiro, los mensajes se simplificaron a pequeños caracteres que combinados entre sí bajo una metodología y una reglamentación básica, podrían describir todo un universo de ideas, acciones y sentimientos.
Y es que, a pesar de los remotos antecedentes del ser humano sobre la tierra, la historia de la Humanidad inicia justamente a partir de la aparición de sus primeros testimonios escritos.
Ésa es la influencia que ha tenido la escritura en nuestro azaroso andar por este planeta. Antes de la palabra escrita tan sólo hay suposiciones y conjeturas, después de ella hay testimonios, vivencias, hechos y conocimientos que van construyendo la senda por la que ya hemos transitado y que, si bien no volveremos a pisar, permite trazarnos una idea completa de ese camino continuo que estamos destinados a andar.
Fue también a través de la escritura que el ser humano no sólo tomó consciencia de su lugar en la naturaleza, sino también de su condición de ente libre. Más allá de los pronunciamientos, levantamientos y hechos de armas que han acompañado con heroísmo a todo cambio político, la verdadera revolución se hizo con la tinta impresa en papel.
Las conquistas alcanzadas en la Revolución mexicana se plasmaron en la Constitución de 1917 con el reconocimiento de derechos humanos convertidos en derechos fundamentales. Uno de ellos fue a la educación, el cual no fue pleno sino hasta 1959, cuando a iniciativa del gobierno del presidente Adolfo López Mateos se creó el órgano público responsable de elaborar, imprimir y entregar a las y los educandos, sin costo alguno, los libros que serían indispensables en sus estudios y tareas circunstanciales.
A 62 años de distancia y de una labor ininterrumpida, profesional y eficaz, la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos sigue elaborando los libros que, en muchos hogares mexicanos, son la única fuente de conocimiento y de movilidad social.
La pandemia no ha frenado el funcionamiento de esta institución afortunadamente y hoy, más que nunca, su labor resulta trascendental para que cientos de miles de maestras y maestros hagan posible que millones de niñas y niños recuperen el tiempo y superen la difícil etapa que ha significado el Covid-19.
@jlcamachov