/ domingo 31 de julio de 2022

Libertad de prensa, arma contra la tiranía: Zarco

“Triste y doloroso es decirlo, pero es la pura verdad: en México jamás ha habido libertad de imprenta; los gobiernos conservadores y los que se han llamado liberales, todos han tenido miedo a las ideas, todos han sofocado la discusión, todos han perseguido y martirizado el pensamiento. Yo, al menos, señores, he tenido que sufrir como escritor público ultrajes y tropelías de todos los regímenes y de todos los partidos”, denunciaría Francisco Zarco Mateos, diputado por Durango, el 25 de julio de 1856 ante el Congreso Extraordinario Constituyente al pronunciar el que sería uno de los discursos más importantes en defensa de la libertad de prensa y expresión del parlamentarismo nacional. Él, mejor que nadie, sabía en carne propia lo que significaba cuestionar y enfrentar al candidato y luego titular del Ejecutivo Federal y sufrir su acoso y silenciamiento al ser declarado por éste “un difamador”. Sin embargo, fue precisamente esta dura experiencia la que condujo al escritor, editor, poeta, ensayista y quien habría de inaugurar el reporterismo en el periodismo mexicano -al realizar la crónica parlamentaria de 1856-1857- a encabezar enérgica y valientemente la lucha ciudadana contra la censura.

Zarco sabía que la libertad de escribir y publicar no podía ser una “concesión” estatal. Era, ante todo, el reconocimiento a la dignidad humana y un “tributo de respeto a la independencia del pensamiento y de la palabra”. Por ello, con extremo cuidado debía analizarse si la publicación de una opinión podía restringirse invocando como límites la vida privada, moral y paz pública, pues de ser el caso, podría correrse el riesgo de que el gobierno en turno considerara “ataque al orden público” todo cuestionamiento de un escritor a los actos de sus funcionarios, haciendo “deleznable y quebradizo” al orden público y proclive a la libertad de prensa a su destrucción.

La historia daba pruebas infinitas de ello, como bien recordó a sus colegas legisladores: desde los casos de Arístides, Sócrates y Jesús, hasta las múltiples censuras que a lo largo de la Edad Moderna el poder había ejercido en Italia, España, Alemania, Inglaterra y Francia. El anhelo de Zarco era pues que el Constituyente hiciera efectiva la libertad de prensa. Para lograrlo, se apoyaba en la norma expedida en 1855 por el ministro Lafragua y en los argumentos expuestos por Ignacio Ramírez, yendo aún más allá de las posiciones adoptadas en este sentido por Filomeno Mata y Ponciano Arriaga. Sólo demandaba que todo escrito para ser publicado cumpliera con un requisito: estar firmado por su autor, dado que el anonimato era el refugio perfecto de “villanos, pérfidos y cobardes”. De ahí su célebre frase: “no escribas como periodista lo que no puedas sostener como hombre”. Toda otra restricción que no fuera la señalada sería, a su juicio, además de una incongruencia, un exceso que lastimaría a un derecho reconocido como humano, pero reconocía que el peligro existía, pues no era privativo del pensamiento conservador: “no sé por qué hasta los gobiernos y las asambleas liberales ven a la prensa a veces con tanto desdén, a veces con tanto temor”, declarará.

Sí, era incomprensible para un hombre de su talla y valor que el poder censurara al escritor independiente cuya única misión era servir a la Nación.

Mucho queda pues por conocer, por leer y releer, por revisar y replantearnos, de nuestra propia historia a partir de sus fuentes originales. Zarco es prístino ejemplo. Por ello a él evoco, a él recurro, pues además fue la voz constituyente que manifestó el 5 de febrero de 1857 en la promulgación de la emblemática Constitución Política que con dicho acto la revolución de Ayutla volvía al país “al orden constitucional”, cumpliendo con la enérgica exigencia popular contra el yugo del despotismo y la tiranía, sabedor que un pueblo sin instituciones está expuesto a trastornos y “a la más dura servidumbre”, al ser las instituciones vínculo de fraternidad y medio para establecer armonías y evitar resistencias, colisiones y conflictos. De ahí que no sorprenda cuando en 1861, como ministro de Gobernación y Relaciones Exteriores, decretó la Ley de Imprenta que defendiendo la libertad de expresión sería la base para los artículos 6 y 7 de nuestra Carta Magna de 1917.

Sí, Zarco, enemigo del “pupilaje” y defensor de la República y del Federalismo y de los estados libres y soberanos, no se equivocaba, como tampoco lo hacía cuando reconocía que sólo los tiranos persiguen a sus críticos. Lo absurdo y deleznable es que hoy se le invoque desde el máximo órgano de poder en medio de un discurso gubernamental contrario a los principios por los que Zarco luchó y que distorsiona, a modo, la historia nacional con el mero afán de servirse de ella, pero los hechos, las obras, las palabras están allí, esperando ser revisados con objetividad, justeza y amor patrio. Zarco ya lo sentenciaba, lapidario: la prensa es “el arma más poderosa contra la tiranía y el despotismo” e “instrumento más eficaz y más activo del progreso y de la civilización”.

bettyzanolli@gmail.com

@BettyZanolli


“Triste y doloroso es decirlo, pero es la pura verdad: en México jamás ha habido libertad de imprenta; los gobiernos conservadores y los que se han llamado liberales, todos han tenido miedo a las ideas, todos han sofocado la discusión, todos han perseguido y martirizado el pensamiento. Yo, al menos, señores, he tenido que sufrir como escritor público ultrajes y tropelías de todos los regímenes y de todos los partidos”, denunciaría Francisco Zarco Mateos, diputado por Durango, el 25 de julio de 1856 ante el Congreso Extraordinario Constituyente al pronunciar el que sería uno de los discursos más importantes en defensa de la libertad de prensa y expresión del parlamentarismo nacional. Él, mejor que nadie, sabía en carne propia lo que significaba cuestionar y enfrentar al candidato y luego titular del Ejecutivo Federal y sufrir su acoso y silenciamiento al ser declarado por éste “un difamador”. Sin embargo, fue precisamente esta dura experiencia la que condujo al escritor, editor, poeta, ensayista y quien habría de inaugurar el reporterismo en el periodismo mexicano -al realizar la crónica parlamentaria de 1856-1857- a encabezar enérgica y valientemente la lucha ciudadana contra la censura.

Zarco sabía que la libertad de escribir y publicar no podía ser una “concesión” estatal. Era, ante todo, el reconocimiento a la dignidad humana y un “tributo de respeto a la independencia del pensamiento y de la palabra”. Por ello, con extremo cuidado debía analizarse si la publicación de una opinión podía restringirse invocando como límites la vida privada, moral y paz pública, pues de ser el caso, podría correrse el riesgo de que el gobierno en turno considerara “ataque al orden público” todo cuestionamiento de un escritor a los actos de sus funcionarios, haciendo “deleznable y quebradizo” al orden público y proclive a la libertad de prensa a su destrucción.

La historia daba pruebas infinitas de ello, como bien recordó a sus colegas legisladores: desde los casos de Arístides, Sócrates y Jesús, hasta las múltiples censuras que a lo largo de la Edad Moderna el poder había ejercido en Italia, España, Alemania, Inglaterra y Francia. El anhelo de Zarco era pues que el Constituyente hiciera efectiva la libertad de prensa. Para lograrlo, se apoyaba en la norma expedida en 1855 por el ministro Lafragua y en los argumentos expuestos por Ignacio Ramírez, yendo aún más allá de las posiciones adoptadas en este sentido por Filomeno Mata y Ponciano Arriaga. Sólo demandaba que todo escrito para ser publicado cumpliera con un requisito: estar firmado por su autor, dado que el anonimato era el refugio perfecto de “villanos, pérfidos y cobardes”. De ahí su célebre frase: “no escribas como periodista lo que no puedas sostener como hombre”. Toda otra restricción que no fuera la señalada sería, a su juicio, además de una incongruencia, un exceso que lastimaría a un derecho reconocido como humano, pero reconocía que el peligro existía, pues no era privativo del pensamiento conservador: “no sé por qué hasta los gobiernos y las asambleas liberales ven a la prensa a veces con tanto desdén, a veces con tanto temor”, declarará.

Sí, era incomprensible para un hombre de su talla y valor que el poder censurara al escritor independiente cuya única misión era servir a la Nación.

Mucho queda pues por conocer, por leer y releer, por revisar y replantearnos, de nuestra propia historia a partir de sus fuentes originales. Zarco es prístino ejemplo. Por ello a él evoco, a él recurro, pues además fue la voz constituyente que manifestó el 5 de febrero de 1857 en la promulgación de la emblemática Constitución Política que con dicho acto la revolución de Ayutla volvía al país “al orden constitucional”, cumpliendo con la enérgica exigencia popular contra el yugo del despotismo y la tiranía, sabedor que un pueblo sin instituciones está expuesto a trastornos y “a la más dura servidumbre”, al ser las instituciones vínculo de fraternidad y medio para establecer armonías y evitar resistencias, colisiones y conflictos. De ahí que no sorprenda cuando en 1861, como ministro de Gobernación y Relaciones Exteriores, decretó la Ley de Imprenta que defendiendo la libertad de expresión sería la base para los artículos 6 y 7 de nuestra Carta Magna de 1917.

Sí, Zarco, enemigo del “pupilaje” y defensor de la República y del Federalismo y de los estados libres y soberanos, no se equivocaba, como tampoco lo hacía cuando reconocía que sólo los tiranos persiguen a sus críticos. Lo absurdo y deleznable es que hoy se le invoque desde el máximo órgano de poder en medio de un discurso gubernamental contrario a los principios por los que Zarco luchó y que distorsiona, a modo, la historia nacional con el mero afán de servirse de ella, pero los hechos, las obras, las palabras están allí, esperando ser revisados con objetividad, justeza y amor patrio. Zarco ya lo sentenciaba, lapidario: la prensa es “el arma más poderosa contra la tiranía y el despotismo” e “instrumento más eficaz y más activo del progreso y de la civilización”.

bettyzanolli@gmail.com

@BettyZanolli