/ domingo 22 de mayo de 2022

Libertades y censuras: las redes y la denuncia

El algoritmo de las distintas redes sociales está planeado para mostrar el contenido que va mejor con cada tipo de usuario, en teoría. Estas preferencias se definen mediante las personas a las que se sigue, contenidos simulares e interacciones, búsquedas, entre otros factores. Cada red social es diferente en cuanto a la privacidad y el tipo de censura que ejerce sobre el contenido que los usuarios pueden compartir de manera pública.

Los propios usuarios suelen fungir como censores de este contenido dando información a las plataformas ejerciendo la denuncia sobre los que incluyen lenguajes violentos o que incitan al odio, contenido sexual, delitos y violencia física, maltrato animal, pornografía y trata de personas, discriminación, entre muchos otros. La experiencia de usuario está encaminada al mejoramiento de los mensajes que se transmiten en las redes, pero desgraciadamente, los contenidos de esta índole siempre escapan a la censura, al menos de manera temporal.

¿Cuáles son los efectos de estas prácticas? La realidad es que no podemos ofrecer una respuesta simple ante los mecanismos de censura que las redes sociales deberían ejercer sin preguntarnos por la libertad de expresión y los límites de esta. Por un lado, contenidos politizados y disidentes se transmiten en las redes mejor que en cualquier otro medio de comunicación, pues son sus comunidades quienes los hacen crecer y los legitiman. Hay una función didáctica y social que ejercen los contenidos de las minorías que no son incluidas en los medios de comunicación hegemónicos, esto es innegable.

Pero proceder ante una imagen, por ejemplo, exige un debate ético. Pensemos en una mujer desnuda que es mostrada como parte de una exposición de arte o en medio de una protesta feminista; frente a otra que es llevada a las redes sin su consentimiento siendo sexualizada. Objetivamente, estamos ante imágenes similares y podrían permitirse o censurarse bajo la premisa del desnudo, pero con sensatez, de ninguna manera podemos aceptar que se trate del mismo tipo de contenido. Las redes necesitan una programación de sentido, es decir, del significado cultural que va más allá del objeto y que en buena medida exige la intervención de seres humanos para fabricar preferencias, pero también de definición de conceptos y categorías en torno a los contenidos.

Las nuevas formas de relacionarnos exigen también nuevas maneras de ejercer el pensamiento crítico. Los espacios se renuevan, pero muchas de las prácticas mantienen las tensiones de su origen. La libertad de expresión no debe confundirse con la promoción del delito, ni faltar a su compromiso social; la confusión debe evitarse, a pesar de la rapidez y la cantidad de la información que proporciona internet, pues requiere que el usuario tenga la capacidad de discriminar información y navegar de manera segura.

Las infancias están expuestas a numerosos peligros a través de las redes sociales. Es verdad, siempre ha habido espacios de peligro, ¡hasta la calle que antes era lugar de juego puede producir temor! Pero hay que reconocer que la construcción de identidades y la protección del universo emocional son también prioridad. El contenido tiene que considerar al usuario.

No es un secreto para nadie que, por ejemplo, Twitter está lleno de pornografía a la que cualquiera puede acceder, o que en Facebook hay grupos donde los delincuentes pueden comercializar mercancía robada o estupefacientes ilegales y que cuentan con miles de seguidores. Cuestionar nuestra responsabilidad como usuarios y los mecanismos para que las plataformas respondan ante nuestras necesidades es un trabajo de cultura política.

El algoritmo de las distintas redes sociales está planeado para mostrar el contenido que va mejor con cada tipo de usuario, en teoría. Estas preferencias se definen mediante las personas a las que se sigue, contenidos simulares e interacciones, búsquedas, entre otros factores. Cada red social es diferente en cuanto a la privacidad y el tipo de censura que ejerce sobre el contenido que los usuarios pueden compartir de manera pública.

Los propios usuarios suelen fungir como censores de este contenido dando información a las plataformas ejerciendo la denuncia sobre los que incluyen lenguajes violentos o que incitan al odio, contenido sexual, delitos y violencia física, maltrato animal, pornografía y trata de personas, discriminación, entre muchos otros. La experiencia de usuario está encaminada al mejoramiento de los mensajes que se transmiten en las redes, pero desgraciadamente, los contenidos de esta índole siempre escapan a la censura, al menos de manera temporal.

¿Cuáles son los efectos de estas prácticas? La realidad es que no podemos ofrecer una respuesta simple ante los mecanismos de censura que las redes sociales deberían ejercer sin preguntarnos por la libertad de expresión y los límites de esta. Por un lado, contenidos politizados y disidentes se transmiten en las redes mejor que en cualquier otro medio de comunicación, pues son sus comunidades quienes los hacen crecer y los legitiman. Hay una función didáctica y social que ejercen los contenidos de las minorías que no son incluidas en los medios de comunicación hegemónicos, esto es innegable.

Pero proceder ante una imagen, por ejemplo, exige un debate ético. Pensemos en una mujer desnuda que es mostrada como parte de una exposición de arte o en medio de una protesta feminista; frente a otra que es llevada a las redes sin su consentimiento siendo sexualizada. Objetivamente, estamos ante imágenes similares y podrían permitirse o censurarse bajo la premisa del desnudo, pero con sensatez, de ninguna manera podemos aceptar que se trate del mismo tipo de contenido. Las redes necesitan una programación de sentido, es decir, del significado cultural que va más allá del objeto y que en buena medida exige la intervención de seres humanos para fabricar preferencias, pero también de definición de conceptos y categorías en torno a los contenidos.

Las nuevas formas de relacionarnos exigen también nuevas maneras de ejercer el pensamiento crítico. Los espacios se renuevan, pero muchas de las prácticas mantienen las tensiones de su origen. La libertad de expresión no debe confundirse con la promoción del delito, ni faltar a su compromiso social; la confusión debe evitarse, a pesar de la rapidez y la cantidad de la información que proporciona internet, pues requiere que el usuario tenga la capacidad de discriminar información y navegar de manera segura.

Las infancias están expuestas a numerosos peligros a través de las redes sociales. Es verdad, siempre ha habido espacios de peligro, ¡hasta la calle que antes era lugar de juego puede producir temor! Pero hay que reconocer que la construcción de identidades y la protección del universo emocional son también prioridad. El contenido tiene que considerar al usuario.

No es un secreto para nadie que, por ejemplo, Twitter está lleno de pornografía a la que cualquiera puede acceder, o que en Facebook hay grupos donde los delincuentes pueden comercializar mercancía robada o estupefacientes ilegales y que cuentan con miles de seguidores. Cuestionar nuestra responsabilidad como usuarios y los mecanismos para que las plataformas respondan ante nuestras necesidades es un trabajo de cultura política.