/ jueves 7 de junio de 2018

Libre comercio y Seguridad Nacional

El contexto global ha puesto en evidencia una rotación ideológica importante. No es cosa menor, ya que las nuevas ideologías o sus versiones remasterizadas nos arrojan versiones polarizadas de los intereses, de la geografía política y la correlación de fuerzas global.

Desde la crisis financiera del 2008, se puso en evidencia, que no sólo las instituciones públicas pueden ser un factor de crisis económica, sino que también las empresas y su omisión ética pueden destruir mercados, capitales e incluso naciones.

El neopopulismo migró de países en desarrollo, con baja cohesión social y buenas dosis de autoritarismo, hacia países desarrollados con efectos disruptivos como la salida de la Unión Europea de Reino Unido, el surgimiento de nuevos movimientos separatistas, la formación de un gobierno de ultra derecha en Italia, y por supuesto, la era Trump en Estados Unidos de América.

No debe ser sorpresa para nadie que el presidente Trump esté configurando con sus decisiones nuevos escenarios, y a golpes de “tweets” y acuerdos ejecutivos, ha puesto de manifiesto que las promesas de campaña que lo hicieron presidente, y que tanto escandalizaron a conservadores y demócratas, se pongan en marcha en medio de sendos debates, señalamientos y descalificaciones.

Lo cierto es, que en la lógica neopopulista de países desarrollados, existen razones fácticas que empoderan este tipo de liderazgos apelando al pueblo bueno, al enemigo común y la crítica a la manera de hacer política, que reproduce la hipocresía, los privilegios y la corrupción de funcionarios, legisladores, gobernadores y empresarios, que en vez de generar un bienestar social mediante el desarrollo y crecimiento económico, provocaron sendas desigualdades regionales y sectoriales que pauperizaron a grandes segmentos de la población, que bajo el halo de la desesperanza, el enojo y el radicalismo, sustentan las políticas y maneras de su presidente, que sí los escucha, que sí cumple sus promesas de regresar la industria a su país, de generar empleos, de rescatar sectores como el carbón y que amaga contra el cambio climático y emprende una desregulación ambiental sin precedentes, para favorecer a la industria extractiva y otras ramas que migraron a otros países por la inviabilidad de producir en los Estados Unidos.

En este contexto, las premisas de la seguridad nacional entran en juego de manera directa en todas las decisiones de Estado, se le llama “comercio justo” ante naciones con las que la relación comercial es desfavorable, por la sola razón de que, al mantener grandes déficits con naciones pujantes, se pierden empleos en la nación americana, se fugan los cerebros y se roban la tecnología.

Cuando un país tan prevalente en mercados, sistemas de financiamiento y control militar de regiones enteras del planeta cambia su eje estratégico “hacia adentro”, no sólo sorprende a los analistas que consideran estas ideas como anacrónicas o retrógradas, sino que mueve mercados, genera nuevas prospectivas y escenarios políticos, que ven serias desventajas en el rol de EEUU en una geopolítica, que han generado varios polos de influencia, bloques comerciales y conflictos bélicos potenciales.

Es en este punto donde vemos con mayor claridad la disruptiva forma de actuar del presidente Trump. Amaga a todos los organismos multilaterales, incluso alianzas militares como la OTAN han sido cuestionadas por diversas razones. El TLCAN está a prueba y en renegociación con objetivos claros de Política Industrial. Comercio Libre SÍ, pero Comercio Justo, dice Trump. Para naciones como México y Canadá que el total de sus economías externas es significativo, arriba del 60% del PIB es catastrófico desestimar la prevalencia de su socio comercial y su grado de dependencia económica.

Desde la óptica neopopulista, EEUU ha perdido presencia, liderazgo y hasta dinero en un escenario internacional plagado de burocracias, muchas veces opuestas a sus intereses, ya que sirven de contrapeso y buscan mejorar las condiciones de países menos desarrollados.

Por tanto, el tema de seguridad nacional ha escalado en la toma de decisiones, porque es parte de la lógica neopopulista contar con enemigos sólidos y claros, para amalgamar sus propuestas, políticas e instrumentos de acción, no para resolver problemas, sino para ganar simpatías y llegar a mayorías que puedan realmente implantar un cambio duradero en las instituciones y las leyes de ese país.

Con el argumento de seguridad nacional que genera barreras comerciales, políticas migratorias más estrictas y políticas industriales activas para restablecer la supremacía militar de EEUU es difícil contrargumentar. Independientemente de las negociaciones de TLACAN, los aranceles al acero y al aluminio lo que buscan es la autosuficiencia productiva y tecnológica de esos metales que son estratégicos, no sólo para la industria en general, pero para la industria militar en lo particular.

Los costos y las represalias no importan en esta lógica. Tan ineficaz es la OMC, que sus controversias tardan años en resolverse, y antes, los países afectados deben demostrar técnicamente el uso de prácticas desleales o mecanismos claramente sancionables. Eso se lleva años, y las medidas del presidente Trump tienen efectos económicos, financieros y de mercado inmediatos. Lo que refuerza su liderazgo político lejos de debilitarlo.

Establecer represalias comerciales inmediatas para demostrar que habrá consecuencias de las decisiones estratégicas de EEUU que afectan los mercados eran esperadas, y lejos de acercar los puntos de negociación, las tensiones sobre los puntos álgidos se refuerzan. EEUU tiene un sector externo relativamente pequeño y cerrar fronteras, poner aranceles y barreras técnicas al comercio afectan temporalmente sus mercados, pero en una economía en pleno empleo lo que provocan es el efecto Trump; más inversiones y empleos en ese país.

El contexto global ha puesto en evidencia una rotación ideológica importante. No es cosa menor, ya que las nuevas ideologías o sus versiones remasterizadas nos arrojan versiones polarizadas de los intereses, de la geografía política y la correlación de fuerzas global.

Desde la crisis financiera del 2008, se puso en evidencia, que no sólo las instituciones públicas pueden ser un factor de crisis económica, sino que también las empresas y su omisión ética pueden destruir mercados, capitales e incluso naciones.

El neopopulismo migró de países en desarrollo, con baja cohesión social y buenas dosis de autoritarismo, hacia países desarrollados con efectos disruptivos como la salida de la Unión Europea de Reino Unido, el surgimiento de nuevos movimientos separatistas, la formación de un gobierno de ultra derecha en Italia, y por supuesto, la era Trump en Estados Unidos de América.

No debe ser sorpresa para nadie que el presidente Trump esté configurando con sus decisiones nuevos escenarios, y a golpes de “tweets” y acuerdos ejecutivos, ha puesto de manifiesto que las promesas de campaña que lo hicieron presidente, y que tanto escandalizaron a conservadores y demócratas, se pongan en marcha en medio de sendos debates, señalamientos y descalificaciones.

Lo cierto es, que en la lógica neopopulista de países desarrollados, existen razones fácticas que empoderan este tipo de liderazgos apelando al pueblo bueno, al enemigo común y la crítica a la manera de hacer política, que reproduce la hipocresía, los privilegios y la corrupción de funcionarios, legisladores, gobernadores y empresarios, que en vez de generar un bienestar social mediante el desarrollo y crecimiento económico, provocaron sendas desigualdades regionales y sectoriales que pauperizaron a grandes segmentos de la población, que bajo el halo de la desesperanza, el enojo y el radicalismo, sustentan las políticas y maneras de su presidente, que sí los escucha, que sí cumple sus promesas de regresar la industria a su país, de generar empleos, de rescatar sectores como el carbón y que amaga contra el cambio climático y emprende una desregulación ambiental sin precedentes, para favorecer a la industria extractiva y otras ramas que migraron a otros países por la inviabilidad de producir en los Estados Unidos.

En este contexto, las premisas de la seguridad nacional entran en juego de manera directa en todas las decisiones de Estado, se le llama “comercio justo” ante naciones con las que la relación comercial es desfavorable, por la sola razón de que, al mantener grandes déficits con naciones pujantes, se pierden empleos en la nación americana, se fugan los cerebros y se roban la tecnología.

Cuando un país tan prevalente en mercados, sistemas de financiamiento y control militar de regiones enteras del planeta cambia su eje estratégico “hacia adentro”, no sólo sorprende a los analistas que consideran estas ideas como anacrónicas o retrógradas, sino que mueve mercados, genera nuevas prospectivas y escenarios políticos, que ven serias desventajas en el rol de EEUU en una geopolítica, que han generado varios polos de influencia, bloques comerciales y conflictos bélicos potenciales.

Es en este punto donde vemos con mayor claridad la disruptiva forma de actuar del presidente Trump. Amaga a todos los organismos multilaterales, incluso alianzas militares como la OTAN han sido cuestionadas por diversas razones. El TLCAN está a prueba y en renegociación con objetivos claros de Política Industrial. Comercio Libre SÍ, pero Comercio Justo, dice Trump. Para naciones como México y Canadá que el total de sus economías externas es significativo, arriba del 60% del PIB es catastrófico desestimar la prevalencia de su socio comercial y su grado de dependencia económica.

Desde la óptica neopopulista, EEUU ha perdido presencia, liderazgo y hasta dinero en un escenario internacional plagado de burocracias, muchas veces opuestas a sus intereses, ya que sirven de contrapeso y buscan mejorar las condiciones de países menos desarrollados.

Por tanto, el tema de seguridad nacional ha escalado en la toma de decisiones, porque es parte de la lógica neopopulista contar con enemigos sólidos y claros, para amalgamar sus propuestas, políticas e instrumentos de acción, no para resolver problemas, sino para ganar simpatías y llegar a mayorías que puedan realmente implantar un cambio duradero en las instituciones y las leyes de ese país.

Con el argumento de seguridad nacional que genera barreras comerciales, políticas migratorias más estrictas y políticas industriales activas para restablecer la supremacía militar de EEUU es difícil contrargumentar. Independientemente de las negociaciones de TLACAN, los aranceles al acero y al aluminio lo que buscan es la autosuficiencia productiva y tecnológica de esos metales que son estratégicos, no sólo para la industria en general, pero para la industria militar en lo particular.

Los costos y las represalias no importan en esta lógica. Tan ineficaz es la OMC, que sus controversias tardan años en resolverse, y antes, los países afectados deben demostrar técnicamente el uso de prácticas desleales o mecanismos claramente sancionables. Eso se lleva años, y las medidas del presidente Trump tienen efectos económicos, financieros y de mercado inmediatos. Lo que refuerza su liderazgo político lejos de debilitarlo.

Establecer represalias comerciales inmediatas para demostrar que habrá consecuencias de las decisiones estratégicas de EEUU que afectan los mercados eran esperadas, y lejos de acercar los puntos de negociación, las tensiones sobre los puntos álgidos se refuerzan. EEUU tiene un sector externo relativamente pequeño y cerrar fronteras, poner aranceles y barreras técnicas al comercio afectan temporalmente sus mercados, pero en una economía en pleno empleo lo que provocan es el efecto Trump; más inversiones y empleos en ese país.