/ viernes 22 de septiembre de 2017

Lo inevitable

El horror y el dolor nos volvieron a sorprender: otro 19 de septiembre, en el que los hados nos jugaron una mala pasada y la tierra volvió a retemblar. Año de mal fario, de embates de la naturaleza inesperados y destructores. Así fue y así será.

Es lo inevitable, comentan sismólogos y especialistas en construcción. Vivimos sobre varias placas tectónicas, rejegas a la parálisis y, por el contrario, en constante movimiento. En pocas palabras, o nos “aclimatamos, o nos  jorobamos”.

Difícil acostumbrarse a los catastróficos bamboleos del suelo, que nos mantiene verticales. Por sereno que seas, la irrupción de las archimentadas ondas, descomponen al más plantado y quien diga que no le asustan, o está demente o es el último de los inconscientes.

Después del bailongo la cruda de la tragedia. Edificios destruidos, personas atrapadas en los escombros, gritos de auxilio de cientos de afectados y la desolación de ver estragos gigantescos en varias zonas.

Viene el consuelo. Miles de personas se lanzan a ayudar, en forma desinteresada, con gran ímpetu y sin medir el todavía peligro inminente de las réplicas. En la Ciudad de México, resurgió la solidaridad.

Solidaridad, según el diccionario de María Moliner, es la “Relación entre las personas que participan con el mismo interés en ciertas cosas. Particularmente, que se sienten unidas en la comunidad

humana”.

Reapareció el concepto que sufrió un profundo desgaste, a raíz de su uso, a cargo de grupos políticos y, sobre todo, de Carlos Salinas de Gortari. Fue él quien lo convirtió, podría decirse, hasta en un término peyorativo, durante su crítica, malhadada y corrupta gestión.

Si hacemos memoria, fue esta tecnocracia la que descubrió la sofisticación del robo. Si los pasados tlatoanis, le “metían mano al cajón”, se llevaban unos cuantos billetes. A partir del arribo de los “chicos con doctorados gringos”, la rapiña alcanzó niveles jamás vistos, hasta convertirse en una “forma de vida”, para quienes ostentan cualquier poder.

Solidaridad se hizo vocablo universal y generalizado, en los tiempos en que, el polaco Lech Walesa, nominó así al sindicato que lideraba, en gran medida piedra angular, de la liberación del bloque totalitarista.

Lo ocurrido tras el sismo del martes se sintetiza en el concepto que alentó, a tantos ciudadanos, a colaborar en lo que se pudiera. Sacó del letargo a capitalinos individualistas, en apariencia frívolos y desentendidos de las necesidades del prójimo.

Muchos ignoraban la fuerza de un terremoto. El 85 les era desconocido. Sin convocatoria alguna, salieron a las calles a ayudar y confirmar que todavía hay valores y que son capaces de reaccionar ante una tragedia.

Los ojos del mundo se centraron en la Ciudad de México y empezó la ayuda internacional. Notorio el equipo de rescate proveniente de Israel. Aunque se sepa poco, la colonia Judía, radicada en el país, despliega una gran actividad filantrópica. Ya había estado un grupo de brigadistas en Oaxaca, aportando cooperación material y sicológica. Es de agradecerles el trabajo silencioso que realizan, lo mismo que al resto de las naciones que enviaron a sus especialistas.

Preocupa el que se olvide el problema en Oaxaca, Chiapas, Guerrero, Puebla y Morelos. El número de damnificados es altísimo y, quienes perdieron el techo pertenecen a estratos en los que, la miseria y el hambre son sello de vida.

Inevitables los embates de la madre naturaleza, lo que ahonda la necesidad de ejercer la verdadera solidaridad.

 

catalinanq@hotmail.com

@catalinanq

El horror y el dolor nos volvieron a sorprender: otro 19 de septiembre, en el que los hados nos jugaron una mala pasada y la tierra volvió a retemblar. Año de mal fario, de embates de la naturaleza inesperados y destructores. Así fue y así será.

Es lo inevitable, comentan sismólogos y especialistas en construcción. Vivimos sobre varias placas tectónicas, rejegas a la parálisis y, por el contrario, en constante movimiento. En pocas palabras, o nos “aclimatamos, o nos  jorobamos”.

Difícil acostumbrarse a los catastróficos bamboleos del suelo, que nos mantiene verticales. Por sereno que seas, la irrupción de las archimentadas ondas, descomponen al más plantado y quien diga que no le asustan, o está demente o es el último de los inconscientes.

Después del bailongo la cruda de la tragedia. Edificios destruidos, personas atrapadas en los escombros, gritos de auxilio de cientos de afectados y la desolación de ver estragos gigantescos en varias zonas.

Viene el consuelo. Miles de personas se lanzan a ayudar, en forma desinteresada, con gran ímpetu y sin medir el todavía peligro inminente de las réplicas. En la Ciudad de México, resurgió la solidaridad.

Solidaridad, según el diccionario de María Moliner, es la “Relación entre las personas que participan con el mismo interés en ciertas cosas. Particularmente, que se sienten unidas en la comunidad

humana”.

Reapareció el concepto que sufrió un profundo desgaste, a raíz de su uso, a cargo de grupos políticos y, sobre todo, de Carlos Salinas de Gortari. Fue él quien lo convirtió, podría decirse, hasta en un término peyorativo, durante su crítica, malhadada y corrupta gestión.

Si hacemos memoria, fue esta tecnocracia la que descubrió la sofisticación del robo. Si los pasados tlatoanis, le “metían mano al cajón”, se llevaban unos cuantos billetes. A partir del arribo de los “chicos con doctorados gringos”, la rapiña alcanzó niveles jamás vistos, hasta convertirse en una “forma de vida”, para quienes ostentan cualquier poder.

Solidaridad se hizo vocablo universal y generalizado, en los tiempos en que, el polaco Lech Walesa, nominó así al sindicato que lideraba, en gran medida piedra angular, de la liberación del bloque totalitarista.

Lo ocurrido tras el sismo del martes se sintetiza en el concepto que alentó, a tantos ciudadanos, a colaborar en lo que se pudiera. Sacó del letargo a capitalinos individualistas, en apariencia frívolos y desentendidos de las necesidades del prójimo.

Muchos ignoraban la fuerza de un terremoto. El 85 les era desconocido. Sin convocatoria alguna, salieron a las calles a ayudar y confirmar que todavía hay valores y que son capaces de reaccionar ante una tragedia.

Los ojos del mundo se centraron en la Ciudad de México y empezó la ayuda internacional. Notorio el equipo de rescate proveniente de Israel. Aunque se sepa poco, la colonia Judía, radicada en el país, despliega una gran actividad filantrópica. Ya había estado un grupo de brigadistas en Oaxaca, aportando cooperación material y sicológica. Es de agradecerles el trabajo silencioso que realizan, lo mismo que al resto de las naciones que enviaron a sus especialistas.

Preocupa el que se olvide el problema en Oaxaca, Chiapas, Guerrero, Puebla y Morelos. El número de damnificados es altísimo y, quienes perdieron el techo pertenecen a estratos en los que, la miseria y el hambre son sello de vida.

Inevitables los embates de la madre naturaleza, lo que ahonda la necesidad de ejercer la verdadera solidaridad.

 

catalinanq@hotmail.com

@catalinanq