/ miércoles 6 de mayo de 2020

Lo que -no- debe de ser la inclusión financiera

Por: Rodrigo Delgado

Recientemente fue presentada la Política Nacional de Inclusión Financiera de México. Entre sus objetivos se encuentran: facilitar el acceso a productos y servicios financieros, incrementar las competencias económico-financieras de la población, fortalecer la infraestructura para facilitar la provisión de productos y servicios financieros. Resta saber: ¿se está comunicando correctamente la importancia de dicha política de cara a la población?

La relevancia de la inclusión financiera no es sólo una prioridad para México, en la agenda 2030 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible se señala que la inclusión financiera es un habilitador para el logro de dichos objetivos dada su relación con la reducción de brechas, con una mayor productividad, con un mayor bienestar económico y con la disminución de la pobreza. Se generan impactos positivos para el cumplimiento de siete de los 17 objetivos. Sin embargo, para aquellos actores relacionados con la implementación de las políticas, el beneficio de la inclusión financiera llega a estar tan fuertemente internalizado, que su entusiasmo puede llevar a minimizar o subestimar los objetivos generales y tomar el número de cuentas bancarias, los puntos de acceso y demás indicadores de inclusión como un fin en sí mismo.

El riesgo que esto conlleva es la falta de acompañamiento o impulso a las políticas primordiales como la disminución de la pobreza, la reducción de desigualdades o el acceso a trabajos decentes, por señalar algunos de los planteados por la agenda 2030.

Las experiencias de Kenia y Sudáfrica pueden servir de ejemplo de cómo el entusiasmo por la inclusión financiera termina por generar externalidades negativas o por no impactar en las políticas primordiales.

Kenia es la gran historia de éxito de la inclusión financiera, mediante un servicio de pago móvil y sin necesidad de una cuenta bancaria llamado M-Pesa, en menos de 5 años logró 15 millones de suscriptores haciendo uso del servicio en una población de 31 millones de personas, y donde solo el 83% de la población mayor de 15 tenía acceso a telefonía móvil. Ante un fenómeno tan exitoso, la población no logró desarrollar las capacidades adecuadas de administración de sus recursos, lo que generó, que a la par de M-Pesa, pronto surgieran esquemas de crédito abusivos que terminarían por afectar sobre todo a la población joven debido a las imposibilidades de cubrir los créditos, al tiempo que también los harían proclives a ser presa de sitios de apuestas en línea (Borrowing by mobile phone gets some poor people into trouble, The economist 17 nov 2018).

Sudáfrica por su parte, en la última década ha logrado altas tasas de inclusión bancaria, una de las tasas más altas del mundo en penetración de la industria aseguradora y ha sido todo un éxito en el uso de tecnologías móviles para el acceso a servicios financieros; sin embargo, los datos del Banco Mundial (Findex 2017) no dan muestra de progresividad en las ventajas del uso de servicios tecnológicos más allá de recibir trasferencias gubernamentales (por ejemplo para el pago de servicios en línea, realizar compras o ahorrar formalmente) lo que se ve reflejado en los pobres resultados mostrados en el Reporte de Educación Financiera de la OCDE (2017).

A fin de evitar experiencias fallidas y lograr una inclusión financiera que redunde en el bienestar social, es que la inclusión de contenidos educativos por primera vez en los libros de texto de la Secretaría de Educación Pública es una gran noticia, como lo señaló el Subsecretario de Hacienda Gabriel Yorio en la pasada Convención Bancaria. El acompañar cualquier estrategia por expandir la oferta y la demanda de servicios financieros con la educación por parte de los beneficiados será la clave para que la inclusión financiera no sea números de servicios, cuentas o transacciones, sino tiempo, dinero y esfuerzo de la población enfocado en bienestar y desarrollo.

Asociado COMEXI

@RodrigoDelMen

Por: Rodrigo Delgado

Recientemente fue presentada la Política Nacional de Inclusión Financiera de México. Entre sus objetivos se encuentran: facilitar el acceso a productos y servicios financieros, incrementar las competencias económico-financieras de la población, fortalecer la infraestructura para facilitar la provisión de productos y servicios financieros. Resta saber: ¿se está comunicando correctamente la importancia de dicha política de cara a la población?

La relevancia de la inclusión financiera no es sólo una prioridad para México, en la agenda 2030 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible se señala que la inclusión financiera es un habilitador para el logro de dichos objetivos dada su relación con la reducción de brechas, con una mayor productividad, con un mayor bienestar económico y con la disminución de la pobreza. Se generan impactos positivos para el cumplimiento de siete de los 17 objetivos. Sin embargo, para aquellos actores relacionados con la implementación de las políticas, el beneficio de la inclusión financiera llega a estar tan fuertemente internalizado, que su entusiasmo puede llevar a minimizar o subestimar los objetivos generales y tomar el número de cuentas bancarias, los puntos de acceso y demás indicadores de inclusión como un fin en sí mismo.

El riesgo que esto conlleva es la falta de acompañamiento o impulso a las políticas primordiales como la disminución de la pobreza, la reducción de desigualdades o el acceso a trabajos decentes, por señalar algunos de los planteados por la agenda 2030.

Las experiencias de Kenia y Sudáfrica pueden servir de ejemplo de cómo el entusiasmo por la inclusión financiera termina por generar externalidades negativas o por no impactar en las políticas primordiales.

Kenia es la gran historia de éxito de la inclusión financiera, mediante un servicio de pago móvil y sin necesidad de una cuenta bancaria llamado M-Pesa, en menos de 5 años logró 15 millones de suscriptores haciendo uso del servicio en una población de 31 millones de personas, y donde solo el 83% de la población mayor de 15 tenía acceso a telefonía móvil. Ante un fenómeno tan exitoso, la población no logró desarrollar las capacidades adecuadas de administración de sus recursos, lo que generó, que a la par de M-Pesa, pronto surgieran esquemas de crédito abusivos que terminarían por afectar sobre todo a la población joven debido a las imposibilidades de cubrir los créditos, al tiempo que también los harían proclives a ser presa de sitios de apuestas en línea (Borrowing by mobile phone gets some poor people into trouble, The economist 17 nov 2018).

Sudáfrica por su parte, en la última década ha logrado altas tasas de inclusión bancaria, una de las tasas más altas del mundo en penetración de la industria aseguradora y ha sido todo un éxito en el uso de tecnologías móviles para el acceso a servicios financieros; sin embargo, los datos del Banco Mundial (Findex 2017) no dan muestra de progresividad en las ventajas del uso de servicios tecnológicos más allá de recibir trasferencias gubernamentales (por ejemplo para el pago de servicios en línea, realizar compras o ahorrar formalmente) lo que se ve reflejado en los pobres resultados mostrados en el Reporte de Educación Financiera de la OCDE (2017).

A fin de evitar experiencias fallidas y lograr una inclusión financiera que redunde en el bienestar social, es que la inclusión de contenidos educativos por primera vez en los libros de texto de la Secretaría de Educación Pública es una gran noticia, como lo señaló el Subsecretario de Hacienda Gabriel Yorio en la pasada Convención Bancaria. El acompañar cualquier estrategia por expandir la oferta y la demanda de servicios financieros con la educación por parte de los beneficiados será la clave para que la inclusión financiera no sea números de servicios, cuentas o transacciones, sino tiempo, dinero y esfuerzo de la población enfocado en bienestar y desarrollo.

Asociado COMEXI

@RodrigoDelMen

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