/ domingo 12 de junio de 2022

Lo virtual: realidad o simulación

¿En verdad lo virtual, en concreto la realidad virtual, crean una nueva realidad o son simulación?

Para responderlo, acudo al pensamiento del visionario filósofo francés Jean Baudrillard, para quien en el mundo contemporáneo el principio de realidad se encontraba confrontado categóricamente con el principio de simulación. Simulación que, desde su perspectiva, nada tenía que ver con el milenario principio de mímesis del que nos hablaba Platón, desde el momento que en que lejos de ser la simulación imitación a semejanza de una cosa, en el mundo contemporáneo está cifrada en su contrario, es decir, en el fin de la imitación. Y de esto da fe en su obra “El intercambio simbólico y la muerte”, donde nos habla sobre cómo a partir del Renacimiento se fueron gestando tres órdenes: primero, un orden al que denominó de “falsificación”, después uno de “producción” y, por último, la “simulación”.

Falsificación, en el sentido de que el arte renacentista imitó a la naturaleza en una especie de juego de máscaras o espejo, por el que la copia confirmaba la verdad del original. Producción, una vez que la industrialización mecanizó la generación de objetos, ya no referidos a un original sino relacionados entre sí. Finalmente, simulación: ya no remitida a un original ni a un referente, sino erigida como reproducción que alude a lo real pero que deviene en hiperreal. Esto es, en algo “no real”, porque a pesar de ser “más real que lo real”, al grado de ser una “realidad de alta definición”, termina por exterminar a la propia realidad, y no por ausencia, sino por abundancia de ella; un exceso de realidad que “pone fin a la realidad”.

9Baudrillard, inspirado en Nietzsche, confronta así los principios de simulación y realidad y confirma que aún lo real no es absolutamente real, al ser ilusión, apariencia, de ahí que sea “hijo natural de la desilusión”, y la simulación, en consecuencia, una “gigantesca empresa de desilusión”. Ninguna prueba mejor que el cine. Entre “mayor realismo”, mayor ilusión y, por tanto, mayor desilusión, y lapidario dirá: hemos substituido a la era del espejo y del desdoblamiento por la era de la pantalla: cine, televisión, pantallas interactivas, multimedios, internet, realidad virtual, es decir, estamos inmersos en una “pantalla total”, que al ser en sí una hiperrealidad, se convierte en una “asesina de lo real”, pues cuando la realidad virtual suprime a la realidad real por otra presuntamente perfecta y acabada, aunque doblemente ilusoria, comete el crimen perfecto. Entre más alta es la definición de una imagen, más lejana se vuelve la realidad. A mayor definición del tiempo, mayor posibilidad de omnipresencia e inmediatez. A mayor fidelidad sonora, mayor intervención tecnológica y menor esencia humana. A mayor definición cognoscitiva, como es el caso de la inteligencia artificial, mayor parálisis cerebral del nuevo “hombre virtual” y a mayor definición del lenguaje, mayor riesgo para el ser humano de autoprogramarse.

Qué mejor símil que la película Matrix -en la que el protagonista descubre que la realidad es un desierto y que todo lo que él había imaginado era simplemente un mundo “virtual” creado a partir de un ordenador que terminó por suplantar a la realidad- o la inmortal obra de Lewis Carroll: Alicia en el País de las Maravillas, en la que Alicia preferirá penetrar en el espejo en vez de contemplarse en él, pero al hacerlo estará dejando de ser. Lo mismo ocurre con nosotros ante la realidad virtual. De sucumbir en ella, penetraremos umbrales sucesivos de mundos virtuales sin fin, queremos más, pedimos más, exigimos más, y en la medida que lo hacemos, estamos alejándonos de la realidad. En algunos casos, por necesidad y sed de conocimiento, pero en otros, como vía instantánea para nuestra evasión del mundo que nos circunda, pues uno de sus riesgos es que sean nuestro nuevo opio, como lo ha apuntado Philippe Quéau.

Cuando desde los primeros tiempos de la historia el hombre pretendió avizorar nuevos horizontes y entrever nuevos mundos, recurrió al arte y a través de éste simuló copiando, deformando, alegorizando, sublimando. Sin embargo, hoy en día, el arte emanado de la realidad virtual, implica una nueva y suma desilusión. El que se “seduzca” y promueva la participación del colectivo es una falsa complicidad. Se juega con la colectividad al simular una vez más.

¿Tendrá futuro la realidad virtual? Sin duda. Estamos en el albor de su imperio. Muchas son sus bondades, pero no podremos olvidar que toda realidad virtual, cuando menos al nivel de nuestra tecnología, por lo pronto será ilusoria y que nada podrá substituir a la esencia humana.

Y cuando digo esto, pienso en la escena final de la ópera de José Pablo Moncayo sobre la leyenda de la mulata de Córdova que me contaba de niña mi madre, la soprano Betty Fabila: la mulata toma un carbón y en la pared de la cárcel dibuja una embarcación. Ella lo aborda, tomada de la mano de su amado, y escapa de la mazmorra en la que estaba presa por la Inquisición.

El día que la realidad virtual logre esto, ese día dejará de ser una simulación.


bettyzanolli@gmail.com

@BettyZanolli


¿En verdad lo virtual, en concreto la realidad virtual, crean una nueva realidad o son simulación?

Para responderlo, acudo al pensamiento del visionario filósofo francés Jean Baudrillard, para quien en el mundo contemporáneo el principio de realidad se encontraba confrontado categóricamente con el principio de simulación. Simulación que, desde su perspectiva, nada tenía que ver con el milenario principio de mímesis del que nos hablaba Platón, desde el momento que en que lejos de ser la simulación imitación a semejanza de una cosa, en el mundo contemporáneo está cifrada en su contrario, es decir, en el fin de la imitación. Y de esto da fe en su obra “El intercambio simbólico y la muerte”, donde nos habla sobre cómo a partir del Renacimiento se fueron gestando tres órdenes: primero, un orden al que denominó de “falsificación”, después uno de “producción” y, por último, la “simulación”.

Falsificación, en el sentido de que el arte renacentista imitó a la naturaleza en una especie de juego de máscaras o espejo, por el que la copia confirmaba la verdad del original. Producción, una vez que la industrialización mecanizó la generación de objetos, ya no referidos a un original sino relacionados entre sí. Finalmente, simulación: ya no remitida a un original ni a un referente, sino erigida como reproducción que alude a lo real pero que deviene en hiperreal. Esto es, en algo “no real”, porque a pesar de ser “más real que lo real”, al grado de ser una “realidad de alta definición”, termina por exterminar a la propia realidad, y no por ausencia, sino por abundancia de ella; un exceso de realidad que “pone fin a la realidad”.

9Baudrillard, inspirado en Nietzsche, confronta así los principios de simulación y realidad y confirma que aún lo real no es absolutamente real, al ser ilusión, apariencia, de ahí que sea “hijo natural de la desilusión”, y la simulación, en consecuencia, una “gigantesca empresa de desilusión”. Ninguna prueba mejor que el cine. Entre “mayor realismo”, mayor ilusión y, por tanto, mayor desilusión, y lapidario dirá: hemos substituido a la era del espejo y del desdoblamiento por la era de la pantalla: cine, televisión, pantallas interactivas, multimedios, internet, realidad virtual, es decir, estamos inmersos en una “pantalla total”, que al ser en sí una hiperrealidad, se convierte en una “asesina de lo real”, pues cuando la realidad virtual suprime a la realidad real por otra presuntamente perfecta y acabada, aunque doblemente ilusoria, comete el crimen perfecto. Entre más alta es la definición de una imagen, más lejana se vuelve la realidad. A mayor definición del tiempo, mayor posibilidad de omnipresencia e inmediatez. A mayor fidelidad sonora, mayor intervención tecnológica y menor esencia humana. A mayor definición cognoscitiva, como es el caso de la inteligencia artificial, mayor parálisis cerebral del nuevo “hombre virtual” y a mayor definición del lenguaje, mayor riesgo para el ser humano de autoprogramarse.

Qué mejor símil que la película Matrix -en la que el protagonista descubre que la realidad es un desierto y que todo lo que él había imaginado era simplemente un mundo “virtual” creado a partir de un ordenador que terminó por suplantar a la realidad- o la inmortal obra de Lewis Carroll: Alicia en el País de las Maravillas, en la que Alicia preferirá penetrar en el espejo en vez de contemplarse en él, pero al hacerlo estará dejando de ser. Lo mismo ocurre con nosotros ante la realidad virtual. De sucumbir en ella, penetraremos umbrales sucesivos de mundos virtuales sin fin, queremos más, pedimos más, exigimos más, y en la medida que lo hacemos, estamos alejándonos de la realidad. En algunos casos, por necesidad y sed de conocimiento, pero en otros, como vía instantánea para nuestra evasión del mundo que nos circunda, pues uno de sus riesgos es que sean nuestro nuevo opio, como lo ha apuntado Philippe Quéau.

Cuando desde los primeros tiempos de la historia el hombre pretendió avizorar nuevos horizontes y entrever nuevos mundos, recurrió al arte y a través de éste simuló copiando, deformando, alegorizando, sublimando. Sin embargo, hoy en día, el arte emanado de la realidad virtual, implica una nueva y suma desilusión. El que se “seduzca” y promueva la participación del colectivo es una falsa complicidad. Se juega con la colectividad al simular una vez más.

¿Tendrá futuro la realidad virtual? Sin duda. Estamos en el albor de su imperio. Muchas son sus bondades, pero no podremos olvidar que toda realidad virtual, cuando menos al nivel de nuestra tecnología, por lo pronto será ilusoria y que nada podrá substituir a la esencia humana.

Y cuando digo esto, pienso en la escena final de la ópera de José Pablo Moncayo sobre la leyenda de la mulata de Córdova que me contaba de niña mi madre, la soprano Betty Fabila: la mulata toma un carbón y en la pared de la cárcel dibuja una embarcación. Ella lo aborda, tomada de la mano de su amado, y escapa de la mazmorra en la que estaba presa por la Inquisición.

El día que la realidad virtual logre esto, ese día dejará de ser una simulación.


bettyzanolli@gmail.com

@BettyZanolli