/ domingo 29 de agosto de 2021

Los años por venir 

Es una realidad que viviremos más años que otras generaciones, las preguntas son cómo y con qué calidad de vida, ambas que hoy tienen respuestas muy diferentes a las que esperamos y podrían hacer que esa longevidad no fuera de disfrute y descanso.

Si bien todos los pronósticos indican que la medicina avanzará a una velocidad nunca antes vista, gracias al impulso de las vacunas de emergencia que se desarrollaron en medio de esta difícil pandemia, las soluciones científicas no estarían disponible para la mayoría y sus beneficios pueden quedar concentrados en segmentos de la población que cuenten con recursos y conexiones para prolongar su existencia de mejor manera.

Yuval Hoah Harari, en su popular libro “21 lecciones para el siglo XXI” describe esta probable revolución y habla de “súper humanos” que estarían en condiciones de vencer muchos de los padecimientos que hoy consideramos fatales y mantener una salud óptima a una edad avanzada.

Sin embargo, estas personas provocarían un desequilibrio con respecto a quienes no contarán con las posibilidades de utilizar la tecnología de la salud a su favor y quedarse rezagados, padeciendo enfermedades que incluso estarían en franco declive para otros estratos sociales.

En varios análisis sobre el futuro inmediato, una década adelante por lo menos, se habla del descubrimiento inminente de curas contra diferentes tipos de cáncer, hasta de vacunas para su prevención, para ejemplificar uno de varios cambios que vienen a nivel mundial. La pandemia será un parteaguas, pero el progreso tecnológico y científico aplicado a la conservación física apenas estaría consolidándose. Terapias genéticas, modificaciones celulares y ajustes de ADN son procedimientos que están siendo estudiados en estos momentos y que pueden volverse de uso común más pronto de lo que creemos.

Esta puede ser una extraordinaria noticia para evitar enfermedades, reducir la carga que significa para el planeta que enfermemos y abrir la puerta para muchos más años de productividad personal, el problema es que no sucediera para todos.

Seguir arrastrando enfermedades que pensábamos eliminadas y que se concentren en países y regiones que no cuentan con la infraestructura o los recursos para establecer un sistema de salud y de prevención adecuado hará que la brecha se equidad en el mundo se amplíe todavía más, si eso era posible.

Ya no hablaríamos de una concentración de ingreso o de recursos naturales y materias primas, sino de naciones sanas y naciones enfermas, las últimas rezagadas porque no pueden acceder a las terapias y a los aparatos que permiten curar a personas que antes estarían condenadas a muerte.

Podríamos estar frente a un escenario que solo hemos visto en la ciencia ficción en donde se pueden reemplazar extremidades, tejidos y órganos, para estirar la vida en un estado de buena salud y de buena condición. Si alguna vez nos hemos preguntado cuántos años quisiéramos vivir, es probable que la mayoría de nosotros desee que sean muchos, con algunas condiciones: movernos con independencia y pensar con lucidez.

¿A dónde estaríamos dispuestos a llegar por un horizonte con más años, más tiempo para aprender, disfrutar, compartir con nuestros seres queridos y cumplir con metas que tuvimos que dejar a un lado por las obligaciones que impone la vida?

¿Cuánto costaría acceder a esta moderna fuente de la juventud en donde pudiéramos retrasar el tiempo y hacernos las mejoras necesarias, por dentro y por fuera, para aprovechar de una segunda, tercera o hasta cuarta oportunidad?

En Fausto, Goethe describe la tragedia de un hombre que busca vivir más de lo que podría corresponderle y para eso hace un pacto con el mal a cambio de su propia alma. Harari sugiere que aquellos con posibilidades de mejorarse físicamente podrían cambiar su propia conciencia y pensar que quienes no están en esas condiciones no son necesarios en el mundo. Contar con medios para prolongar la existencia sería el equivalente a ese intercambio sin escrúpulos morales que plantea esa obra de la literatura universal.

La ciencia está ya en esa antesala, las sociedades tal vez no si tomamos como referencia los 18 meses que hemos vivido bajo esta pandemia. Una vez que regresemos a una nueva realidad, con rasgos muy parecidos a lo que vivíamos antes, podremos hacer una evaluación sobre lo que aprendimos y lo que corregiremos para enfrentar otras catástrofes, sean naturales o biológicas.

No obstante, habrá un aspecto para el que la ciencia deberá esperar para obtener tratamientos, medicinas, vacunas o terapias: la salud mental. De poco servirá vivir más años si lo hacemos con sufrimiento, culpa, falta de principios o de voluntad y compromiso con los demás.

Estamos cerca de superar una prueba muy difícil, con costos importantes, que será un antes y un después. Lo que venga tendrá que hacernos diferentes, mejores, en lo interno y en lo externo para aprovechar las lecciones de esta crisis y del estado en el que se encuentra nuestro hogar. No hay nada más importante que la vida, pero ésta debe vivirse de manera correcta, plena, con el convencimiento de que siempre debemos darle un sentido.


Es una realidad que viviremos más años que otras generaciones, las preguntas son cómo y con qué calidad de vida, ambas que hoy tienen respuestas muy diferentes a las que esperamos y podrían hacer que esa longevidad no fuera de disfrute y descanso.

Si bien todos los pronósticos indican que la medicina avanzará a una velocidad nunca antes vista, gracias al impulso de las vacunas de emergencia que se desarrollaron en medio de esta difícil pandemia, las soluciones científicas no estarían disponible para la mayoría y sus beneficios pueden quedar concentrados en segmentos de la población que cuenten con recursos y conexiones para prolongar su existencia de mejor manera.

Yuval Hoah Harari, en su popular libro “21 lecciones para el siglo XXI” describe esta probable revolución y habla de “súper humanos” que estarían en condiciones de vencer muchos de los padecimientos que hoy consideramos fatales y mantener una salud óptima a una edad avanzada.

Sin embargo, estas personas provocarían un desequilibrio con respecto a quienes no contarán con las posibilidades de utilizar la tecnología de la salud a su favor y quedarse rezagados, padeciendo enfermedades que incluso estarían en franco declive para otros estratos sociales.

En varios análisis sobre el futuro inmediato, una década adelante por lo menos, se habla del descubrimiento inminente de curas contra diferentes tipos de cáncer, hasta de vacunas para su prevención, para ejemplificar uno de varios cambios que vienen a nivel mundial. La pandemia será un parteaguas, pero el progreso tecnológico y científico aplicado a la conservación física apenas estaría consolidándose. Terapias genéticas, modificaciones celulares y ajustes de ADN son procedimientos que están siendo estudiados en estos momentos y que pueden volverse de uso común más pronto de lo que creemos.

Esta puede ser una extraordinaria noticia para evitar enfermedades, reducir la carga que significa para el planeta que enfermemos y abrir la puerta para muchos más años de productividad personal, el problema es que no sucediera para todos.

Seguir arrastrando enfermedades que pensábamos eliminadas y que se concentren en países y regiones que no cuentan con la infraestructura o los recursos para establecer un sistema de salud y de prevención adecuado hará que la brecha se equidad en el mundo se amplíe todavía más, si eso era posible.

Ya no hablaríamos de una concentración de ingreso o de recursos naturales y materias primas, sino de naciones sanas y naciones enfermas, las últimas rezagadas porque no pueden acceder a las terapias y a los aparatos que permiten curar a personas que antes estarían condenadas a muerte.

Podríamos estar frente a un escenario que solo hemos visto en la ciencia ficción en donde se pueden reemplazar extremidades, tejidos y órganos, para estirar la vida en un estado de buena salud y de buena condición. Si alguna vez nos hemos preguntado cuántos años quisiéramos vivir, es probable que la mayoría de nosotros desee que sean muchos, con algunas condiciones: movernos con independencia y pensar con lucidez.

¿A dónde estaríamos dispuestos a llegar por un horizonte con más años, más tiempo para aprender, disfrutar, compartir con nuestros seres queridos y cumplir con metas que tuvimos que dejar a un lado por las obligaciones que impone la vida?

¿Cuánto costaría acceder a esta moderna fuente de la juventud en donde pudiéramos retrasar el tiempo y hacernos las mejoras necesarias, por dentro y por fuera, para aprovechar de una segunda, tercera o hasta cuarta oportunidad?

En Fausto, Goethe describe la tragedia de un hombre que busca vivir más de lo que podría corresponderle y para eso hace un pacto con el mal a cambio de su propia alma. Harari sugiere que aquellos con posibilidades de mejorarse físicamente podrían cambiar su propia conciencia y pensar que quienes no están en esas condiciones no son necesarios en el mundo. Contar con medios para prolongar la existencia sería el equivalente a ese intercambio sin escrúpulos morales que plantea esa obra de la literatura universal.

La ciencia está ya en esa antesala, las sociedades tal vez no si tomamos como referencia los 18 meses que hemos vivido bajo esta pandemia. Una vez que regresemos a una nueva realidad, con rasgos muy parecidos a lo que vivíamos antes, podremos hacer una evaluación sobre lo que aprendimos y lo que corregiremos para enfrentar otras catástrofes, sean naturales o biológicas.

No obstante, habrá un aspecto para el que la ciencia deberá esperar para obtener tratamientos, medicinas, vacunas o terapias: la salud mental. De poco servirá vivir más años si lo hacemos con sufrimiento, culpa, falta de principios o de voluntad y compromiso con los demás.

Estamos cerca de superar una prueba muy difícil, con costos importantes, que será un antes y un después. Lo que venga tendrá que hacernos diferentes, mejores, en lo interno y en lo externo para aprovechar las lecciones de esta crisis y del estado en el que se encuentra nuestro hogar. No hay nada más importante que la vida, pero ésta debe vivirse de manera correcta, plena, con el convencimiento de que siempre debemos darle un sentido.


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