/ sábado 20 de abril de 2019

Los brazos inmensos de la vida

Decía Baudelaire, poeta francés del siglo 19, que quien no sabe poblar su soledad tampoco sabe estar solo en medio de la muchedumbre. Y esto viene a cuento porque el escritor español cordobés Antonio Gala, sitúa a personajes de tres de sus novelas en un jardín personal, muy metafórico, de la casa sosegada que cada uno lleva consigo, y que los trata de amparar de las diarias intemperies, lo cual es cada vez más difícil- pero que, no obstante, sobre ese jardín o rincón personal anida la apariencia de tranquilidad que se llama costumbre y la ausencia de sacudidas vertiginosas que contiene la vida cotidiana.

Pero ¿quién ha sido Antonio Gala Velasco? Gala nació en Brazatortas, Ciudad Real, el 2 de octubre de 1930. Es un dramaturgo, escritor, guionista y articulista español. Realizó sus estudios primarios y de bachillerato en el colegio La Salle. Posteriormente estudió Derecho en la Universidad de Sevilla, y tras obtener la licenciatura, se dedicó a la Filosofía y Letras, y Ciencias Políticas y Económicas en Madrid. Tras algunos años de dificultades económicas, en los que tuvo que trabajar como peón de albañil, repartidor de una panadería y dar clases, residió algún tiempo en Florencia. Fue profesor de Filosofía y de Historia del Arte en diversos colegios de Madrid.

Escritor precoz, se inició en la literatura en el círculo de la revista Cántico. Se considera a sí mismo un poeta, por encima de todo. De hecho, toda su obra tanto dramática como narrativa está impregnada de un fuerte lirismo, que cierta crítica ha calificado de trasnochado y anacrónico. Tras obtener el premio Adonais por el libro de poemas Enemigo Íntimo, publicó el poemario La deshonra y comenzó su actividad como dramaturgo con Los verdes campos del Edén, obra sorprendentemente madura en la que el tono metafórico alcanzó tintes extremos y que sería galardonada con el Premio Calderón de la Barca y el Ciudad de Barcelona.

A partir de entonces pudo dedicarse por entero a la literatura. Entre su producción inmediatamente posterior cabe destacar El caracol en el espejo, El sol en el hormiguero, Noviembre y un poco de yerba, Los buenos días perdidos, y Anillos para una dama, obras con las que obtuvo grandes éxitos de taquilla no siempre refrendados por la crítica.

Otros títulos importantes fueron Las cítaras colgadas de los árboles, Petra regalada, El cementerio de los pájaros, El hotelito, Séneca o el beneficio de la duda, La truhana y Los bellos durmientes. El autor ha llevado a cabo una prolífica labor como articulista en diversas publicaciones y ha escrito guiones de televisión como los de la serie Paisaje con figuras, editados en 1985.

Pero, regresando a esas tapias abrigadoras del jardín personal, Gala dice que tranquiliza la certeza de que la mayor felicidad está siempre por venir, y de que la estabilidad que se transpira es el producto del más alto don del género humano. Pero para comprender el significado de la soledad que enriquece, los personajes de Gala tienen que salir al mundo para examinarse y perseguir su propio rastro; entender, por fin, sin la menor garantía de acierto ni de éxito visible, lo que significa la palabra YO. Para ello es preciso saltar fuera de las pequeñeces, de las convicciones heredadas, de las creencias apegadas al quehacer diario. Sus palabras nos permiten pensar: “Para vivir hay que abandonarse en brazos, en los brazos inmensos de la vida que es río desbordado, jungla salvaje; precisamente lo opuesto a los recortados macizos de un jardín o a la artificialidad domesticada de los setos y las bordaduras y las podas”.


Advierte Gala que el desorden exterior es más difícil de entender porque es más grande que nuestro corazón; por eso nos conformamos con entender el orden minúsculo del jardín cómodo, accesible, siempre a nuestra disposición y antojo. Y por ello asusta el temblor de sus paredes, las grietas y sus resquebrajamientos; por la edad, por los efectos que muchas veces cruzan nuestra mente como un trueno de adivinación.

La moraleja del autor es evidente: hay que salir de todo jardín, a ciegas o con los ojos bien abiertos, para poder toparse con uno mismo. Hay que salir de ese rincón personal, incluso del que todos llevamos a cuestas, “como salieron, expulsados o no, nuestros primeros padres del Edén: transformados en un hombre y una mujer racionales y libres, no en unos seres dóciles, indiferentes y mimados como animalitos de compañía. Hay que salir, antes o después, a comenzar la vida. Quizás más adelante, cuando nos hayamos convencido de quienes éramos, sea posible el regreso. Pero será entonces otro nuestro paso, otra nuestra mirada, otra, completamente otra, la letra de nuestra canción”.

Palabras fieles y textuales de Antonio Gala, el escritor español.

Premio Nacional de Periodismo 2018

pacofonn@yahoo.com.mx



Decía Baudelaire, poeta francés del siglo 19, que quien no sabe poblar su soledad tampoco sabe estar solo en medio de la muchedumbre. Y esto viene a cuento porque el escritor español cordobés Antonio Gala, sitúa a personajes de tres de sus novelas en un jardín personal, muy metafórico, de la casa sosegada que cada uno lleva consigo, y que los trata de amparar de las diarias intemperies, lo cual es cada vez más difícil- pero que, no obstante, sobre ese jardín o rincón personal anida la apariencia de tranquilidad que se llama costumbre y la ausencia de sacudidas vertiginosas que contiene la vida cotidiana.

Pero ¿quién ha sido Antonio Gala Velasco? Gala nació en Brazatortas, Ciudad Real, el 2 de octubre de 1930. Es un dramaturgo, escritor, guionista y articulista español. Realizó sus estudios primarios y de bachillerato en el colegio La Salle. Posteriormente estudió Derecho en la Universidad de Sevilla, y tras obtener la licenciatura, se dedicó a la Filosofía y Letras, y Ciencias Políticas y Económicas en Madrid. Tras algunos años de dificultades económicas, en los que tuvo que trabajar como peón de albañil, repartidor de una panadería y dar clases, residió algún tiempo en Florencia. Fue profesor de Filosofía y de Historia del Arte en diversos colegios de Madrid.

Escritor precoz, se inició en la literatura en el círculo de la revista Cántico. Se considera a sí mismo un poeta, por encima de todo. De hecho, toda su obra tanto dramática como narrativa está impregnada de un fuerte lirismo, que cierta crítica ha calificado de trasnochado y anacrónico. Tras obtener el premio Adonais por el libro de poemas Enemigo Íntimo, publicó el poemario La deshonra y comenzó su actividad como dramaturgo con Los verdes campos del Edén, obra sorprendentemente madura en la que el tono metafórico alcanzó tintes extremos y que sería galardonada con el Premio Calderón de la Barca y el Ciudad de Barcelona.

A partir de entonces pudo dedicarse por entero a la literatura. Entre su producción inmediatamente posterior cabe destacar El caracol en el espejo, El sol en el hormiguero, Noviembre y un poco de yerba, Los buenos días perdidos, y Anillos para una dama, obras con las que obtuvo grandes éxitos de taquilla no siempre refrendados por la crítica.

Otros títulos importantes fueron Las cítaras colgadas de los árboles, Petra regalada, El cementerio de los pájaros, El hotelito, Séneca o el beneficio de la duda, La truhana y Los bellos durmientes. El autor ha llevado a cabo una prolífica labor como articulista en diversas publicaciones y ha escrito guiones de televisión como los de la serie Paisaje con figuras, editados en 1985.

Pero, regresando a esas tapias abrigadoras del jardín personal, Gala dice que tranquiliza la certeza de que la mayor felicidad está siempre por venir, y de que la estabilidad que se transpira es el producto del más alto don del género humano. Pero para comprender el significado de la soledad que enriquece, los personajes de Gala tienen que salir al mundo para examinarse y perseguir su propio rastro; entender, por fin, sin la menor garantía de acierto ni de éxito visible, lo que significa la palabra YO. Para ello es preciso saltar fuera de las pequeñeces, de las convicciones heredadas, de las creencias apegadas al quehacer diario. Sus palabras nos permiten pensar: “Para vivir hay que abandonarse en brazos, en los brazos inmensos de la vida que es río desbordado, jungla salvaje; precisamente lo opuesto a los recortados macizos de un jardín o a la artificialidad domesticada de los setos y las bordaduras y las podas”.


Advierte Gala que el desorden exterior es más difícil de entender porque es más grande que nuestro corazón; por eso nos conformamos con entender el orden minúsculo del jardín cómodo, accesible, siempre a nuestra disposición y antojo. Y por ello asusta el temblor de sus paredes, las grietas y sus resquebrajamientos; por la edad, por los efectos que muchas veces cruzan nuestra mente como un trueno de adivinación.

La moraleja del autor es evidente: hay que salir de todo jardín, a ciegas o con los ojos bien abiertos, para poder toparse con uno mismo. Hay que salir de ese rincón personal, incluso del que todos llevamos a cuestas, “como salieron, expulsados o no, nuestros primeros padres del Edén: transformados en un hombre y una mujer racionales y libres, no en unos seres dóciles, indiferentes y mimados como animalitos de compañía. Hay que salir, antes o después, a comenzar la vida. Quizás más adelante, cuando nos hayamos convencido de quienes éramos, sea posible el regreso. Pero será entonces otro nuestro paso, otra nuestra mirada, otra, completamente otra, la letra de nuestra canción”.

Palabras fieles y textuales de Antonio Gala, el escritor español.

Premio Nacional de Periodismo 2018

pacofonn@yahoo.com.mx