/ martes 21 de junio de 2022

Los brochazos que borraron un mural

El recién llegado a la Presidencia de la República, Miguel de la Madrid, encomendó al secretario de Educación Pública, Jesús Reyes Heroles, cumplir con un ofrecimiento de campaña.

Una iniciativa que, a su vez, fue impulsada por quien es un referente insustituible en los estudios fronterizos, Jorge Bustamante, fundador en esos años 80 de El Colegio de la Frontera Norte.

Con un modelo innovador de política cultural, el Programa Cultural de las Fronteras (PCF) vivió con Miguel González Avelar, como titular de la SEP, con Martín Reyes Vayssade, como subsecretario de Cultura, y con Alejandro Ordorica, como Director General, su periodo de esplendor.

La dependencia se concibió con el propósito de alentar la coordinación regional de las zonas fronterizas del país, como para facilitar los recursos federales necesarios. También se le encomendó vincularse a las comunidades de origen mexicano en el sur de los Estados Unidos y con las centroamericanas y caribeñas.

Toda una visión de avanzada que se abandonó, cuando a estas alturas del siglo XXI debería ser un buque insignia del sector cultural gubernamental.

El organismo sobrevivió a los primeros años del Conaculta de Víctor Flores Olea, transformándose con Rafael Tovar como presidente del Conaculta entre 1992-1994, en una Coordinación de Descentralización. Como sabemos, Tovar repetiría al frente del Consejo de 1995-2000 y luego de 2013 hasta su muerte, ya como Secretario de Cultura.

Luego, de la descentralización cultural, en tiempos de Vicente Fox se cambió a Vinculación Cultural con los Estados. Ahí sigue en tiempos de la 4T con más penas que glorias.

El haber colaborado en el Programa Cultural de las Fronteras, como responsable ante los estados de la frontera norte, como del Festival Internacional de la Raza (1986-1991), me puso en contacto con el historiador, periodista y cronista Francisco Ramos Aguirre. La trayectoria de Paco es abundante, sólida, reconocida.

Nuestra amistad nos condujo a momentos inolvidables por compartir afanes reporteriles. Por ejemplo, me llevó a la iglesia del Sagrado Corazón.

El atractivo, no precisamente turístico, entre 1986 y 1987, era un singular mural. Se plasmaron los rostros de un conjunto de líderes comunistas que idolatran a Jesucristo. Un original desafío en la casa de dios.

Tras descubrir en mis archivos una fotografía de aquella pintura, al compartirla con Paco, me contó lo siguiente.

“A finales de los cincuenta, el párroco michoacano Emiliano Soria, amigo cercano de Lázaro Cárdenas, convocó a los artistas Coco Villaseñor y Pancho Alonso, a pintar en el interior del templo una recreación de La Última Cena.

“Al mismo tiempo, plasmaron en otra de las bóvedas un controvertido mural de personajes mundiales, algunos de ellos simpatizantes del comunismo: Mao, Lenin, Marx, Fidel Castro, Stalin, Hitler, Lutero, Calvino y otros.

“La pintura, atípica en un espacio sagrado, atrajo la atención de visitantes y feligreses. En los años noventa, al remodelarse el interior de la iglesia del Sagrado Corazón, con recubrimiento de madera, y transformarse en catedral, las obras artísticas fueron eliminadas con una capa de pintura”.

Así la historia protagonizada por un “izquierdoso” cura y tan profunda como para haberse perdido en un serie de brochazos. De haberse conservado, seguramente sería visto como patrimonio plástico, con un mérito por sus atrevimiento digno de interpretaciones y capaz de sostenerse ante la historia de la iglesia.

El episodio queda para ilustrar la historia de Ciudad Victoria, de Tamaulipas y del influjo de las corrientes del catolicismo de esa época.

El recién llegado a la Presidencia de la República, Miguel de la Madrid, encomendó al secretario de Educación Pública, Jesús Reyes Heroles, cumplir con un ofrecimiento de campaña.

Una iniciativa que, a su vez, fue impulsada por quien es un referente insustituible en los estudios fronterizos, Jorge Bustamante, fundador en esos años 80 de El Colegio de la Frontera Norte.

Con un modelo innovador de política cultural, el Programa Cultural de las Fronteras (PCF) vivió con Miguel González Avelar, como titular de la SEP, con Martín Reyes Vayssade, como subsecretario de Cultura, y con Alejandro Ordorica, como Director General, su periodo de esplendor.

La dependencia se concibió con el propósito de alentar la coordinación regional de las zonas fronterizas del país, como para facilitar los recursos federales necesarios. También se le encomendó vincularse a las comunidades de origen mexicano en el sur de los Estados Unidos y con las centroamericanas y caribeñas.

Toda una visión de avanzada que se abandonó, cuando a estas alturas del siglo XXI debería ser un buque insignia del sector cultural gubernamental.

El organismo sobrevivió a los primeros años del Conaculta de Víctor Flores Olea, transformándose con Rafael Tovar como presidente del Conaculta entre 1992-1994, en una Coordinación de Descentralización. Como sabemos, Tovar repetiría al frente del Consejo de 1995-2000 y luego de 2013 hasta su muerte, ya como Secretario de Cultura.

Luego, de la descentralización cultural, en tiempos de Vicente Fox se cambió a Vinculación Cultural con los Estados. Ahí sigue en tiempos de la 4T con más penas que glorias.

El haber colaborado en el Programa Cultural de las Fronteras, como responsable ante los estados de la frontera norte, como del Festival Internacional de la Raza (1986-1991), me puso en contacto con el historiador, periodista y cronista Francisco Ramos Aguirre. La trayectoria de Paco es abundante, sólida, reconocida.

Nuestra amistad nos condujo a momentos inolvidables por compartir afanes reporteriles. Por ejemplo, me llevó a la iglesia del Sagrado Corazón.

El atractivo, no precisamente turístico, entre 1986 y 1987, era un singular mural. Se plasmaron los rostros de un conjunto de líderes comunistas que idolatran a Jesucristo. Un original desafío en la casa de dios.

Tras descubrir en mis archivos una fotografía de aquella pintura, al compartirla con Paco, me contó lo siguiente.

“A finales de los cincuenta, el párroco michoacano Emiliano Soria, amigo cercano de Lázaro Cárdenas, convocó a los artistas Coco Villaseñor y Pancho Alonso, a pintar en el interior del templo una recreación de La Última Cena.

“Al mismo tiempo, plasmaron en otra de las bóvedas un controvertido mural de personajes mundiales, algunos de ellos simpatizantes del comunismo: Mao, Lenin, Marx, Fidel Castro, Stalin, Hitler, Lutero, Calvino y otros.

“La pintura, atípica en un espacio sagrado, atrajo la atención de visitantes y feligreses. En los años noventa, al remodelarse el interior de la iglesia del Sagrado Corazón, con recubrimiento de madera, y transformarse en catedral, las obras artísticas fueron eliminadas con una capa de pintura”.

Así la historia protagonizada por un “izquierdoso” cura y tan profunda como para haberse perdido en un serie de brochazos. De haberse conservado, seguramente sería visto como patrimonio plástico, con un mérito por sus atrevimiento digno de interpretaciones y capaz de sostenerse ante la historia de la iglesia.

El episodio queda para ilustrar la historia de Ciudad Victoria, de Tamaulipas y del influjo de las corrientes del catolicismo de esa época.