/ jueves 18 de marzo de 2021

Los derechos de la mujer

Son los mismos que los del hombre, pues son los derechos del ser humano sin diferencia de sexos. Sobre tales derechos se han escrito cientos, miles, millones de cosas, ya que es un asunto que ha llamado insistentemente la atención, desde el origen de nuestra cultura, de todo pensador, poeta, literato, filósofo, habido y por haber.

Y entre esta enorme colección de pensamientos habría que buscar algunos definitorios, lo que por supuesto va en gustos y criterios. Pero a mi juicio hay dos de Amiel, el celebérrimo escritor suizo, en su Diario Intimo y que resaltan lo esencial de la mujer. Helos aquí: “El alma femenina tiene algo de obscuro, de misterioso, que se presta a toda clase de supersticiones y que enerva las energías viriles”. “La mujer es la salud o la perdición de la familia. Ella lleva su destino entre los pliegues de su ropa”.

Misterio que se resuelve, creo, con la maternidad -mejor femineidad- y que por lo tanto atrae al varón para complementar al ser humano. Complemento que dentro de nuestra cultura se logra socialmente en la familia, aparte de lo espiritual y subjetivo; siendo que el destino familiar debe sin duda ser compartido por el hombre y la mujer, por lo que se trata de derechos y obligaciones igualmente compartidos, pero prioritarios en la mujer por ser ella la depositaria de la maternidad y femineidad. La mujer, pues, contiene y encierra ambas, lo que la distingue y exclusiviza con perdón del neologismo.

Ahora bien, la mujer es así y en consecuencia garantiza el origen, permanencia, estabilidad y continuidad del ser humano. Es de aclarar que la maternidad y feminidad son atributos y características femeninos que no importa que se realicen o no en la concepción, y que de suyo le dan rasgo y carácter a la mujer. La mujer es el ser humano que puede concebir y cuya naturaleza y composición biológica, tanto como espiritual, la hace imprescindible en el destino humano. ¿Lo anterior implica acaso superioridad o inferioridad? No, sino igualdad diferenciada si cabe el término, lo cual deriva en derechos y obligaciones muy claros que delimitan las funciones del hombre y la mujer en sociedad. Somos hombres y mujeres iguales pero diferentes, ya que hay algo que sobresale. He señalado que la mujer es el ser humano que puede concebir, lo que remarca lo obscuro y misterioso que señala Amiel, obscuridad y misterio que se aclaran si entendemos que la mujer es la principal responsable de la familia. Sus derechos y obligaciones son muy claros. La mujer es Madre en un sentido cósmico, dice Goethe, por lo que su personalidad es decisivamente influyente en la familia y en la sociedad, que no es más que un conjunto de familias -de iure o de facto- unidas por un ideal. Si la mujer falta decae la familia porque el hombre solo, salvo excepciones, no pude salvarla. Por lo tanto la mujer -la femineidad- es un personaje fundamental en la familia. La fuerza moral de la mujer es insubstituible. No obstante la historia da una y mil vueltas, improvisa y hasta sorprende. Pero la mujer no es un mito sino una meta, hay que ir hacia ella. Los derechos de la mujer, en consecuencia, son parte de la naturaleza, y reconocerlos y tutelarlos corresponde al Estado. Porque el Derecho es la facultad del ser humano para hacer legítimamente lo que conduce a los fines de su vida. Hagamos esto con la ley y respetemos esos fines vitales. Y que no se confunda este propósito con violencia o mascaradas febriles.

Profesor Emérito de la uUNAM

@RaulCarranca

www.facebook.com/despacho.raulcarranca

Son los mismos que los del hombre, pues son los derechos del ser humano sin diferencia de sexos. Sobre tales derechos se han escrito cientos, miles, millones de cosas, ya que es un asunto que ha llamado insistentemente la atención, desde el origen de nuestra cultura, de todo pensador, poeta, literato, filósofo, habido y por haber.

Y entre esta enorme colección de pensamientos habría que buscar algunos definitorios, lo que por supuesto va en gustos y criterios. Pero a mi juicio hay dos de Amiel, el celebérrimo escritor suizo, en su Diario Intimo y que resaltan lo esencial de la mujer. Helos aquí: “El alma femenina tiene algo de obscuro, de misterioso, que se presta a toda clase de supersticiones y que enerva las energías viriles”. “La mujer es la salud o la perdición de la familia. Ella lleva su destino entre los pliegues de su ropa”.

Misterio que se resuelve, creo, con la maternidad -mejor femineidad- y que por lo tanto atrae al varón para complementar al ser humano. Complemento que dentro de nuestra cultura se logra socialmente en la familia, aparte de lo espiritual y subjetivo; siendo que el destino familiar debe sin duda ser compartido por el hombre y la mujer, por lo que se trata de derechos y obligaciones igualmente compartidos, pero prioritarios en la mujer por ser ella la depositaria de la maternidad y femineidad. La mujer, pues, contiene y encierra ambas, lo que la distingue y exclusiviza con perdón del neologismo.

Ahora bien, la mujer es así y en consecuencia garantiza el origen, permanencia, estabilidad y continuidad del ser humano. Es de aclarar que la maternidad y feminidad son atributos y características femeninos que no importa que se realicen o no en la concepción, y que de suyo le dan rasgo y carácter a la mujer. La mujer es el ser humano que puede concebir y cuya naturaleza y composición biológica, tanto como espiritual, la hace imprescindible en el destino humano. ¿Lo anterior implica acaso superioridad o inferioridad? No, sino igualdad diferenciada si cabe el término, lo cual deriva en derechos y obligaciones muy claros que delimitan las funciones del hombre y la mujer en sociedad. Somos hombres y mujeres iguales pero diferentes, ya que hay algo que sobresale. He señalado que la mujer es el ser humano que puede concebir, lo que remarca lo obscuro y misterioso que señala Amiel, obscuridad y misterio que se aclaran si entendemos que la mujer es la principal responsable de la familia. Sus derechos y obligaciones son muy claros. La mujer es Madre en un sentido cósmico, dice Goethe, por lo que su personalidad es decisivamente influyente en la familia y en la sociedad, que no es más que un conjunto de familias -de iure o de facto- unidas por un ideal. Si la mujer falta decae la familia porque el hombre solo, salvo excepciones, no pude salvarla. Por lo tanto la mujer -la femineidad- es un personaje fundamental en la familia. La fuerza moral de la mujer es insubstituible. No obstante la historia da una y mil vueltas, improvisa y hasta sorprende. Pero la mujer no es un mito sino una meta, hay que ir hacia ella. Los derechos de la mujer, en consecuencia, son parte de la naturaleza, y reconocerlos y tutelarlos corresponde al Estado. Porque el Derecho es la facultad del ser humano para hacer legítimamente lo que conduce a los fines de su vida. Hagamos esto con la ley y respetemos esos fines vitales. Y que no se confunda este propósito con violencia o mascaradas febriles.

Profesor Emérito de la uUNAM

@RaulCarranca

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