/ martes 28 de noviembre de 2017

Los primeros momentos de un candidato presidencial

Hace varios años salió a la luz pública un libro de interesante tema político y de actualidad: “Los primeros momentos de un candidato presidencial”.  Su autor, el político Everardo Moreno Cruz, nos llevaba de la mano desde la primera postulación que para presidente de la República se hiciera en 1929.  Así Ortiz Rubio tomó posesión el 5 de febrero de 1930, mismo día en que recibió un balazo en una mejilla al salir de Palacio Nacional en compañía de su esposa y que lo tuvo impedido durante 60 días de cumplir con su altísimo encargo.  El libro de Everardo Moreno nos daba pormenores del destape presidencial de Ortiz Rubio, y  de las muchas posibilidades que tenía Aarón Sáenz de heredar la primera magistratura del país.

Es muy importante destacar que la sucesión presidencial es el ejercicio democrático más importante del sexenio, donde las pasiones políticas se encuentran y donde se identifican los equipos y grupos de presión y de poder, para acceder a los primeros cargos gubernamentales. 

Las sucesiones presidenciales tienen su momento de misterio en las palabras de la transmisión del poder; es decir, las palabras que el presidente en turno pronuncia, casi al oído, a su sucesor. ¿En qué momento? ¿Con cuánta anticipación? ¿En qué sentido?  Sólo lo saben dos personas, el que habla y el que escucha, el elector y el elegido. 

Es un sistema de sucesión único en el mundo.  Everardo Moreno nos platica que en 1975, el precandidato  Hugo Cervantes del Río le aseguraba que este sistema de sucesión perduraría dos o tres sexenios más.  Y así fue.  Lo cierto es que hoy existe una nueva democracia en México que permite y acepta más participación y más apertura del sistema.

Es decir, me refiero a esos momentos en los que el presidente en turno, que es el gran elector, comunica a su oyente el gran acontecimiento y lo unge sucesor.  Allí lo destapa y lo da a conocer en momentos posteriores a través del partido mayoritario.  Es una trama impresionante y complicada. Allí intervienen el secreto, la confidencialidad, el silencio, la prudencia, el control emocional, que es importantísimo, y el agradecimiento. Este sistema de sucesión presidencial es una transmisión del poder en secreto; momento único e inolvidable para ambos, para el que da y para el que recibe, para el que habla y para el que escucha, para el que otorga y para el que acepta, para el que se sacrifica y para el que se unge. Trama impresionante y complicada. Algún productor cinematográfico la llamaría “la gran escenografía”.

Este sistema de sucesión es único en el mundo.  También lo es la figura del “tapado“ o los “tapados”, que el ingenio de Abel Quezada rescató en la venta popular.  El tapado forma parte de la política nacional. Siempre han existido varios candidatos, todos encapuchados. La capucha también es figura única en la política mundial.  Al mexicano le gusta jugar con las adivinanzas, con lo incierto, con lo oculto, con lo misterioso, con los tapados, con los encapuchados.  Esto no es nuevo. 

El tapado fue, en el pasado, jerga de galleros.  Los galleros tapaban a sus gallos para ocultarlos de sus rivales y la gente apostaba a “su gallo”, es decir, a “su favorito”.  Antonio López de Santa Ana, presidente de México, era un empedernido gallero, y tapaba a sus gallos para el juego.  El término de tapado es hoy jerga de cafetería, de desayunaderos y de comederos. Es recurso utilísimo para dibujantes, caricaturistas y moneros.  Tiene su época de uso, que es ésta, y luego desaparece cinco años para volver a encapucharse.  Obviamente estoy hablando del tapado presidencial, porque el tapadismo se ha permeado a casi todos los puestos de elección popular.

pacofonn@yahoo.com.mx

Hace varios años salió a la luz pública un libro de interesante tema político y de actualidad: “Los primeros momentos de un candidato presidencial”.  Su autor, el político Everardo Moreno Cruz, nos llevaba de la mano desde la primera postulación que para presidente de la República se hiciera en 1929.  Así Ortiz Rubio tomó posesión el 5 de febrero de 1930, mismo día en que recibió un balazo en una mejilla al salir de Palacio Nacional en compañía de su esposa y que lo tuvo impedido durante 60 días de cumplir con su altísimo encargo.  El libro de Everardo Moreno nos daba pormenores del destape presidencial de Ortiz Rubio, y  de las muchas posibilidades que tenía Aarón Sáenz de heredar la primera magistratura del país.

Es muy importante destacar que la sucesión presidencial es el ejercicio democrático más importante del sexenio, donde las pasiones políticas se encuentran y donde se identifican los equipos y grupos de presión y de poder, para acceder a los primeros cargos gubernamentales. 

Las sucesiones presidenciales tienen su momento de misterio en las palabras de la transmisión del poder; es decir, las palabras que el presidente en turno pronuncia, casi al oído, a su sucesor. ¿En qué momento? ¿Con cuánta anticipación? ¿En qué sentido?  Sólo lo saben dos personas, el que habla y el que escucha, el elector y el elegido. 

Es un sistema de sucesión único en el mundo.  Everardo Moreno nos platica que en 1975, el precandidato  Hugo Cervantes del Río le aseguraba que este sistema de sucesión perduraría dos o tres sexenios más.  Y así fue.  Lo cierto es que hoy existe una nueva democracia en México que permite y acepta más participación y más apertura del sistema.

Es decir, me refiero a esos momentos en los que el presidente en turno, que es el gran elector, comunica a su oyente el gran acontecimiento y lo unge sucesor.  Allí lo destapa y lo da a conocer en momentos posteriores a través del partido mayoritario.  Es una trama impresionante y complicada. Allí intervienen el secreto, la confidencialidad, el silencio, la prudencia, el control emocional, que es importantísimo, y el agradecimiento. Este sistema de sucesión presidencial es una transmisión del poder en secreto; momento único e inolvidable para ambos, para el que da y para el que recibe, para el que habla y para el que escucha, para el que otorga y para el que acepta, para el que se sacrifica y para el que se unge. Trama impresionante y complicada. Algún productor cinematográfico la llamaría “la gran escenografía”.

Este sistema de sucesión es único en el mundo.  También lo es la figura del “tapado“ o los “tapados”, que el ingenio de Abel Quezada rescató en la venta popular.  El tapado forma parte de la política nacional. Siempre han existido varios candidatos, todos encapuchados. La capucha también es figura única en la política mundial.  Al mexicano le gusta jugar con las adivinanzas, con lo incierto, con lo oculto, con lo misterioso, con los tapados, con los encapuchados.  Esto no es nuevo. 

El tapado fue, en el pasado, jerga de galleros.  Los galleros tapaban a sus gallos para ocultarlos de sus rivales y la gente apostaba a “su gallo”, es decir, a “su favorito”.  Antonio López de Santa Ana, presidente de México, era un empedernido gallero, y tapaba a sus gallos para el juego.  El término de tapado es hoy jerga de cafetería, de desayunaderos y de comederos. Es recurso utilísimo para dibujantes, caricaturistas y moneros.  Tiene su época de uso, que es ésta, y luego desaparece cinco años para volver a encapucharse.  Obviamente estoy hablando del tapado presidencial, porque el tapadismo se ha permeado a casi todos los puestos de elección popular.

pacofonn@yahoo.com.mx