/ jueves 26 de septiembre de 2019

Los republicanos sólo fingen

Los republicanos han pasado el último medio siglo haciéndonos creer que son más patriotas y que están más comprometidos con el tema de la seguridad nacional que los demócratas.

La victoria de Richard Nixon en 1972, la de Ronald Reagan en 1980 y la de George W. Bush en 2004 (la única elección presidencial de las últimas siete en la que un republicano ganó el voto popular) en parte dependieron de hacerse pasar por el candidato más preparado para enfrentar a los extranjeros amenazantes.

Sin embargo, ahora tenemos un presidente que realmente es antipatriota hasta el punto de traicionar los valores y los intereses estadounidenses.

Desconocemos hasta dónde llegan las fechorías de Donald Trump. No sabemos, por ejemplo, hasta qué punto sus políticas han sido moldeadas por el dinero que gobiernos extranjeros han prodigado a sus negocios.

Pero incluso lo que sí sabemos —su solicitud confesada de ayuda extranjera para encontrar información que pudiera desprestigiar a sus rivales políticos, sus elogios a los autócratas brutales— habría hecho que los republicanos aullaran que hubo traición, de haberlo cometido un demócrata.

Sin embargo, casi todos los políticos republicanos parecen no tener ningún problema con el comportamiento de Trump.

Esto significa que es momento de llamar al superpatriotismo republicano por lo que es, incluso mucho antes de que Trump apareciera en la escena: un fraude.

Mi conjetura, aunque me encantaría ver una investigación seria realizada por politólogos, es que, durante la mayor parte del último medio siglo, la postura patriótica del Partido Republicano encajaba con su estrategia de política interna, que se centraba en la hostilidad hacia el Otro.

Los republicanos se posicionaron a sí mismos como los defensores de los blancos de los pueblos pequeños de Estados Unidos contra las personas de color y las élites urbanas cosmopolitas.

También se hicieron pasar por defensores de la nación contra el comunismo internacional y el extremismo islámico, que en realidad no tenían ninguna relación, ni entre ellos ni con las tensiones raciales nacionales, pero de alguna manera encajaban psicológicamente por tratarse de personas extrañas con nombres raros.

Los republicanos nunca fueron los patriotas que fingían ser, pero a estas alturas se puede decir que ya cruzaron la raya para convertirse en agentes extranjeros.

Esto me lleva a la cuestión política del momento: ¿deben iniciar los demócratas la anunciada investigación de juicio político?

Es casi seguro que dicha investigación no culminaría en la destitución de Trump, porque los republicanos en el Senado no votarían para que se le condene. No obstante, esa no es la cuestión.

Lo que un proceso de impugnación presidencial haría ahora es sacar a la luz pública la verdad sobre quién se preocupa realmente por defender a Estados Unidos y sus valores, y quién no.

Los republicanos han pasado el último medio siglo haciéndonos creer que son más patriotas y que están más comprometidos con el tema de la seguridad nacional que los demócratas.

La victoria de Richard Nixon en 1972, la de Ronald Reagan en 1980 y la de George W. Bush en 2004 (la única elección presidencial de las últimas siete en la que un republicano ganó el voto popular) en parte dependieron de hacerse pasar por el candidato más preparado para enfrentar a los extranjeros amenazantes.

Sin embargo, ahora tenemos un presidente que realmente es antipatriota hasta el punto de traicionar los valores y los intereses estadounidenses.

Desconocemos hasta dónde llegan las fechorías de Donald Trump. No sabemos, por ejemplo, hasta qué punto sus políticas han sido moldeadas por el dinero que gobiernos extranjeros han prodigado a sus negocios.

Pero incluso lo que sí sabemos —su solicitud confesada de ayuda extranjera para encontrar información que pudiera desprestigiar a sus rivales políticos, sus elogios a los autócratas brutales— habría hecho que los republicanos aullaran que hubo traición, de haberlo cometido un demócrata.

Sin embargo, casi todos los políticos republicanos parecen no tener ningún problema con el comportamiento de Trump.

Esto significa que es momento de llamar al superpatriotismo republicano por lo que es, incluso mucho antes de que Trump apareciera en la escena: un fraude.

Mi conjetura, aunque me encantaría ver una investigación seria realizada por politólogos, es que, durante la mayor parte del último medio siglo, la postura patriótica del Partido Republicano encajaba con su estrategia de política interna, que se centraba en la hostilidad hacia el Otro.

Los republicanos se posicionaron a sí mismos como los defensores de los blancos de los pueblos pequeños de Estados Unidos contra las personas de color y las élites urbanas cosmopolitas.

También se hicieron pasar por defensores de la nación contra el comunismo internacional y el extremismo islámico, que en realidad no tenían ninguna relación, ni entre ellos ni con las tensiones raciales nacionales, pero de alguna manera encajaban psicológicamente por tratarse de personas extrañas con nombres raros.

Los republicanos nunca fueron los patriotas que fingían ser, pero a estas alturas se puede decir que ya cruzaron la raya para convertirse en agentes extranjeros.

Esto me lleva a la cuestión política del momento: ¿deben iniciar los demócratas la anunciada investigación de juicio político?

Es casi seguro que dicha investigación no culminaría en la destitución de Trump, porque los republicanos en el Senado no votarían para que se le condene. No obstante, esa no es la cuestión.

Lo que un proceso de impugnación presidencial haría ahora es sacar a la luz pública la verdad sobre quién se preocupa realmente por defender a Estados Unidos y sus valores, y quién no.