/ sábado 28 de agosto de 2021

Los siglos de las guerras

Estamos en 2021 y la humanidad no ha tenido tregua. Nos hemos visto envueltos en conflictos, guerras, desastres ecológicos y un sinfín de percances y bretes que ya no sabemos para donde voltear. El tiroteo está duro. Estamos al inicio de la tercera década del tercer milenio y el hombre se ha convertido en el más feroz perseguidor de su prójimo.

Pero no detengamos allí este malestar. Un maldito virus ha apanicado terriblemente a la humanidad que ya no sabe para donde moverse. Es una penuria cíclica. Pero desde diciembre de 2019 y hasta hoy, finales de agosto de 2021, no sabemos cuándo terminará este flagelo que nos tiene a los miles de millones de habitantes contra la pared. Y de pronto se descubre otra variedad, otra cepa, otro brote. Tengo información que esta pandemia seguirá hasta bien entrado el año 2022. Es una guerra. Estamos, prácticamente, en estado de guerra.

También tenemos cifras de contagiados en todo el orbe: 214 millones y medio de seres humanos. Y ya han fallecido más de 4 millones y medio. La página de la ONU manifiesta que “las muertes por COVID-19 en todo el mundo serían entre 6,8 y 10 millones, dos o tres veces superiores a las reportadas” (sic).

Es una situación martirizante. Es insoportable estar cautivos y encerrados. Se producen conductas inadecuadas en los círculos familiares. La mente y el físico de cualquier ser humano se ha visto afectados.

El año 2001 marcó el inicio de este periplo angustioso con la caída de las Torres Gemelas, haya sido un ataque del exterior o perpetrado desde adentro. Siguió la invasión de Afganistán en busca de un mítico líder guerrillero Bin Laden. Un poco después, a la vuelta de la esquina, en marzo de 2003 se inició la invasión de Irak hasta no dejar piedra sobre piedra y acabar de una vez con todas con un gobierno que “lastimaba los intereses de los Estados Unidos porque han producido armas químicas para la destrucción masiva”. Las de Afganistán e Irak nos parecen, de pronto, viejas guerras, muy parecidas a las que vimos en el último tercio del siglo 20. Salvadas todas las distancias, por supuesto, respecto a sus respectivas coberturas jurídicas y a los motivos reales o ficticios que llevaron a emprenderlas.

Gabriel Kolko (1932-2014), quien fuera profesor de Historia en la York University de Toronto, fue autor de varios libros, entre ellos “¿Otro siglo de guerras?” Allí menciona que aparentemente la guerra de Afganistán acabó con una victoria militar definitiva. Se preguntaba si se podía hablar de un fracaso político. Kolko, cuyas extraordinarias investigaciones sobre los conflictos armados fueron clave para el estudio de la guerra moderna y sus consecuencias, analizó la crisis actual y sugirió que podría dar lugar a un futuro poco halagüeño para todo el mundo. Decía que las raíces del conflicto se encuentran en la propia política estadounidense, cargada de cinismo: medio siglo de realpolitik consistente en cruzadas en busca de un acceso fácil al petróleo y contra el comunismo.

En las aulas de la Escuela Nacional de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM (hoy es Facultad), nos enseñaron que la guerra es el estado natural de la humanidad. Ya sea por el espacio vital, por la obtención de recursos alimentarios o energéticos, o por el resarcimiento y represalia de un ataque sufrido. Lo cierto es que la naturaleza humana se mueve más hacia la beligerancia en lugar de hacerlo por la conveniencia, por la concordia.

Carl Von Clausevitz, nacido en Prusia en 1780, historiador y teórico de la ciencia militar, decía que la guerra es la continuación de la política por otros medios. En otra época, tres siglos antes de Cristo, el general chino Sun Tzu, gritaba a sus tropas que la guerra hay que ganarla antes de declararla. Existen miles de teorías acerca de la guerra y de las guerras.

Lo cierto es que la mayoría de quienes escriben acerca de este jinete del apocalipsis, opinan que son necesarias y hasta obligadas para levantar el ánimo de los pueblos opresores y poderosos a costa de los sufridos. Aquellas guerras llamadas Púnicas (hace más de dos mil años) entre romanos y cartagineses, y la de los Cien Años (en el siglo 14), entre Francia e Inglaterra para resolver la sucesión francesa no tuvieron la magnitud a nivel mundial de los actuales conflictos bélicos que han afectado a todo el orbe.

Hoy agobia al mundo entero una crisis económica, que en su dimensión es peor que una lucha armada porque destruye conciencias, capitales, bolsillos y esperanzas. Bush dejó su encargo a base de zapatazos, Obama trató inútilmente de recuperar el prestigio de su país, Trump despertó la conciencia racista.

Estados Unidos pronto apurará a su Congreso para que le permitan iniciar un conflicto contra el Estado Islámico, conflicto que puede incendiar a todo el mundo.


Fundador de Notimex

Premio Nacional de Periodismo

pacofonn@yahoo.com.mx














Estamos en 2021 y la humanidad no ha tenido tregua. Nos hemos visto envueltos en conflictos, guerras, desastres ecológicos y un sinfín de percances y bretes que ya no sabemos para donde voltear. El tiroteo está duro. Estamos al inicio de la tercera década del tercer milenio y el hombre se ha convertido en el más feroz perseguidor de su prójimo.

Pero no detengamos allí este malestar. Un maldito virus ha apanicado terriblemente a la humanidad que ya no sabe para donde moverse. Es una penuria cíclica. Pero desde diciembre de 2019 y hasta hoy, finales de agosto de 2021, no sabemos cuándo terminará este flagelo que nos tiene a los miles de millones de habitantes contra la pared. Y de pronto se descubre otra variedad, otra cepa, otro brote. Tengo información que esta pandemia seguirá hasta bien entrado el año 2022. Es una guerra. Estamos, prácticamente, en estado de guerra.

También tenemos cifras de contagiados en todo el orbe: 214 millones y medio de seres humanos. Y ya han fallecido más de 4 millones y medio. La página de la ONU manifiesta que “las muertes por COVID-19 en todo el mundo serían entre 6,8 y 10 millones, dos o tres veces superiores a las reportadas” (sic).

Es una situación martirizante. Es insoportable estar cautivos y encerrados. Se producen conductas inadecuadas en los círculos familiares. La mente y el físico de cualquier ser humano se ha visto afectados.

El año 2001 marcó el inicio de este periplo angustioso con la caída de las Torres Gemelas, haya sido un ataque del exterior o perpetrado desde adentro. Siguió la invasión de Afganistán en busca de un mítico líder guerrillero Bin Laden. Un poco después, a la vuelta de la esquina, en marzo de 2003 se inició la invasión de Irak hasta no dejar piedra sobre piedra y acabar de una vez con todas con un gobierno que “lastimaba los intereses de los Estados Unidos porque han producido armas químicas para la destrucción masiva”. Las de Afganistán e Irak nos parecen, de pronto, viejas guerras, muy parecidas a las que vimos en el último tercio del siglo 20. Salvadas todas las distancias, por supuesto, respecto a sus respectivas coberturas jurídicas y a los motivos reales o ficticios que llevaron a emprenderlas.

Gabriel Kolko (1932-2014), quien fuera profesor de Historia en la York University de Toronto, fue autor de varios libros, entre ellos “¿Otro siglo de guerras?” Allí menciona que aparentemente la guerra de Afganistán acabó con una victoria militar definitiva. Se preguntaba si se podía hablar de un fracaso político. Kolko, cuyas extraordinarias investigaciones sobre los conflictos armados fueron clave para el estudio de la guerra moderna y sus consecuencias, analizó la crisis actual y sugirió que podría dar lugar a un futuro poco halagüeño para todo el mundo. Decía que las raíces del conflicto se encuentran en la propia política estadounidense, cargada de cinismo: medio siglo de realpolitik consistente en cruzadas en busca de un acceso fácil al petróleo y contra el comunismo.

En las aulas de la Escuela Nacional de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM (hoy es Facultad), nos enseñaron que la guerra es el estado natural de la humanidad. Ya sea por el espacio vital, por la obtención de recursos alimentarios o energéticos, o por el resarcimiento y represalia de un ataque sufrido. Lo cierto es que la naturaleza humana se mueve más hacia la beligerancia en lugar de hacerlo por la conveniencia, por la concordia.

Carl Von Clausevitz, nacido en Prusia en 1780, historiador y teórico de la ciencia militar, decía que la guerra es la continuación de la política por otros medios. En otra época, tres siglos antes de Cristo, el general chino Sun Tzu, gritaba a sus tropas que la guerra hay que ganarla antes de declararla. Existen miles de teorías acerca de la guerra y de las guerras.

Lo cierto es que la mayoría de quienes escriben acerca de este jinete del apocalipsis, opinan que son necesarias y hasta obligadas para levantar el ánimo de los pueblos opresores y poderosos a costa de los sufridos. Aquellas guerras llamadas Púnicas (hace más de dos mil años) entre romanos y cartagineses, y la de los Cien Años (en el siglo 14), entre Francia e Inglaterra para resolver la sucesión francesa no tuvieron la magnitud a nivel mundial de los actuales conflictos bélicos que han afectado a todo el orbe.

Hoy agobia al mundo entero una crisis económica, que en su dimensión es peor que una lucha armada porque destruye conciencias, capitales, bolsillos y esperanzas. Bush dejó su encargo a base de zapatazos, Obama trató inútilmente de recuperar el prestigio de su país, Trump despertó la conciencia racista.

Estados Unidos pronto apurará a su Congreso para que le permitan iniciar un conflicto contra el Estado Islámico, conflicto que puede incendiar a todo el mundo.


Fundador de Notimex

Premio Nacional de Periodismo

pacofonn@yahoo.com.mx