/ martes 30 de enero de 2018

Lutero y la Reforma Protestante

El 31 de octubre pasado se cumplieron 500 años de que el monje agustino Martín Lutero iniciara un movimiento de protesta contra la Iglesia Católica y el Papa radicado en Roma, indignando y clamando esencialmente contra la venta de indulgencias para liberarse del purgatorio y ganarse el cielo. Carlos V era entonces la cabeza del Sacro Imperio Romano Germánico, institución en la que detentaba importante peso el Papa con sede en Roma. Figuraba a la cabeza del papado León X, de la familia Médicis, investido cardenal a los 17 años, y quien se enfrascó en la costosa construcción de la Basílica de San Pedro, iniciada por Julio II. El hijo de Lorenzo El Magnífico se esforzaba hasta con notable imprudencia por recaudar abundantes fondos para sufragar tan magna obra.

Detrás del grave conflicto impulsado aparentemente sólo por divergencias de interpretación en materias de religión, todo indica que bullían también importantes intereses de carácter material, de poder y pecuniarios. Aunque la Edad Media quedaba atrás y se estaba viviendo ya el florecimiento del trascendental Renacimiento italiano, el papado romano mantenía un considerable poder sobre gobiernos y fuerzas terrenales. La reforma luterana en gran medida sirvió para liberar a estos últimos de la gravosa presión papal, urgida de abundantes recursos financieros. Por ello no puede resultar extraño el hecho de que Lutero se haya convertido en valioso aliado y protegido de la nobleza germánica. Su movimiento les sirvió de punta de lanza para lograr mayor autonomía tanto del Imperio Romano Germánico como de la Iglesia Católica.

El talentoso escritor guatemalteco de origen español Francisco Pérez de Antón, publicó en 2017 su libro sobre el tema que nos ocupa, titulado “Cisma Sangriento”, en el cual hace especial hincapié en el desmesurado costo de sangre y vidas que trajo consigo la reforma protestante y la brutal intolerancia que ambos bandos opuestos mostraron. Pérez de Antón sostiene que el cisma luterano segó más vidas que la Revolución Francesa de 1789, que las numerosas guerras napoleónicas, la Guerra Civil de EUA (1862-1865), la Revolución Mexicana iniciada en 1910, la Guerra Civil española (1936-1939), las masacres de Vietnam y Bosnia en la segunda mitad del siglo XX. Es decir, que todas esas matanzas juntas provocaron menos bajas que los 13 millones de muertos que cayeron durante el largo periodo de unos 170 años en los que se prolongó el conflicto, que en la superficie aparecía como puramente religioso pero era bastante más profundo.

Las matanzas se iniciaron con la llamada Guerra Alemana de los Campesinos entre 1524 y 1525. Se trató de unja rebelión popular, quizá la de mayor importancia previa a la Revolución Francesa, que movilizó a unos 300 mil sublevados. Aun cuando se abanderaron con varios de los postulados de la Reforma Luterana, tuvo una muy violenta y despiadada respuesta de la aristocracia germana que masacró a unos 100 mil campesinos pésimamente armados y absolutamente faltos de preparación para una confrontación bélica. Lutero y otros reformistas condenaron la revuelta y se pronunciaron respaldando a los nobles.

La intolerancia y las matazones se prolongaron dejando lamentables huellas del primitivismo humano. Pero es quizá por el aprendizaje que se va obteniendo de ese tipo de tristes y dolorosas experiencias como la humanidad puede ir gradualmente avanzando. Ojalá pudiéramos avanzar aprendiendo y comprendiendo sin necesidad de tales experiencias, pero la historia nos revela una verdad diferente.

amartinezv@derecho.unam.mx 

@AlejoMVendrell

El 31 de octubre pasado se cumplieron 500 años de que el monje agustino Martín Lutero iniciara un movimiento de protesta contra la Iglesia Católica y el Papa radicado en Roma, indignando y clamando esencialmente contra la venta de indulgencias para liberarse del purgatorio y ganarse el cielo. Carlos V era entonces la cabeza del Sacro Imperio Romano Germánico, institución en la que detentaba importante peso el Papa con sede en Roma. Figuraba a la cabeza del papado León X, de la familia Médicis, investido cardenal a los 17 años, y quien se enfrascó en la costosa construcción de la Basílica de San Pedro, iniciada por Julio II. El hijo de Lorenzo El Magnífico se esforzaba hasta con notable imprudencia por recaudar abundantes fondos para sufragar tan magna obra.

Detrás del grave conflicto impulsado aparentemente sólo por divergencias de interpretación en materias de religión, todo indica que bullían también importantes intereses de carácter material, de poder y pecuniarios. Aunque la Edad Media quedaba atrás y se estaba viviendo ya el florecimiento del trascendental Renacimiento italiano, el papado romano mantenía un considerable poder sobre gobiernos y fuerzas terrenales. La reforma luterana en gran medida sirvió para liberar a estos últimos de la gravosa presión papal, urgida de abundantes recursos financieros. Por ello no puede resultar extraño el hecho de que Lutero se haya convertido en valioso aliado y protegido de la nobleza germánica. Su movimiento les sirvió de punta de lanza para lograr mayor autonomía tanto del Imperio Romano Germánico como de la Iglesia Católica.

El talentoso escritor guatemalteco de origen español Francisco Pérez de Antón, publicó en 2017 su libro sobre el tema que nos ocupa, titulado “Cisma Sangriento”, en el cual hace especial hincapié en el desmesurado costo de sangre y vidas que trajo consigo la reforma protestante y la brutal intolerancia que ambos bandos opuestos mostraron. Pérez de Antón sostiene que el cisma luterano segó más vidas que la Revolución Francesa de 1789, que las numerosas guerras napoleónicas, la Guerra Civil de EUA (1862-1865), la Revolución Mexicana iniciada en 1910, la Guerra Civil española (1936-1939), las masacres de Vietnam y Bosnia en la segunda mitad del siglo XX. Es decir, que todas esas matanzas juntas provocaron menos bajas que los 13 millones de muertos que cayeron durante el largo periodo de unos 170 años en los que se prolongó el conflicto, que en la superficie aparecía como puramente religioso pero era bastante más profundo.

Las matanzas se iniciaron con la llamada Guerra Alemana de los Campesinos entre 1524 y 1525. Se trató de unja rebelión popular, quizá la de mayor importancia previa a la Revolución Francesa, que movilizó a unos 300 mil sublevados. Aun cuando se abanderaron con varios de los postulados de la Reforma Luterana, tuvo una muy violenta y despiadada respuesta de la aristocracia germana que masacró a unos 100 mil campesinos pésimamente armados y absolutamente faltos de preparación para una confrontación bélica. Lutero y otros reformistas condenaron la revuelta y se pronunciaron respaldando a los nobles.

La intolerancia y las matazones se prolongaron dejando lamentables huellas del primitivismo humano. Pero es quizá por el aprendizaje que se va obteniendo de ese tipo de tristes y dolorosas experiencias como la humanidad puede ir gradualmente avanzando. Ojalá pudiéramos avanzar aprendiendo y comprendiendo sin necesidad de tales experiencias, pero la historia nos revela una verdad diferente.

amartinezv@derecho.unam.mx 

@AlejoMVendrell