/ sábado 4 de diciembre de 2021

Mal de alturas

“Una historia contada por un necio, llena de ruido y furia, que nada significa.”

William Shakespeare


La sabiduría popular nos indica que muchas veces la gente se sube a un ladrillo y se marea. El ambiente en que vivimos desde hace tres años revela los efectos de una larga y dolorosa (quizá hasta amarga) contemplación de esa desestabilización.

En nuestro país, ese ladrillo suele recibir muchos nombres, el más común es el poder. Una vez investidas en el nuevo encargo, algunas personas cambian cuando se les confiere algo más de responsabilidad: es común que esto se manifieste en incómodos y graduales olvidos hacia aquellos que los apoyaron en la subida.

Nadie se esperaba, ni los más férreos opositores, que la “transformación” anunciada desde 2018 tuviera un impacto tan profundo en la forma en que se ve todo desde los bloques de cantera de Palacio Nacional. Es tal la situación, que la propaganda gubernamental busca reiteradamente construir una misma idea: aquello que se aleje un poco de los intereses de la 4T debe ser identificado como enemigo y ajeno al país. Nada más falso. Veamos un par de ejemplos.

Un conflicto prolongado es el que el régimen ha mantenido en contra de la comunidad académica nacional que, según la visión oficialista, ha estado entregada a la “ciencia neoliberal”. En estas semanas hemos visto cómo una institución como el CIDE ha pasado a ubicarse en el ojo del huracán “transformador”: a su parecer, se ha ido derechizando y ellos tienen el antídoto para antiderechizarlo.

En ese supuesto proceso total de derechización también cayó de la gracia presidencial la reconocida periodista Carmen Aristegui. Para el obradorismo, Aristegui ya no trabaja para el pueblo. Se trata de un sinsentido (no se podía esperar menos), pues, aunque dicen defender la libertad de expresión en la realidad es todo lo contrario: la prensa es el blanco favorito del encono mal contenido de un gobierno sin resultados.

De ambos casos podemos extraer una verdad: los que ostentan el poder no soportan que los comentarios no les favorezcan y de inmediato creen que los otros están en contra de ellos. Lo curioso de todo es que, en la era anterior a la 4T, el mismo presidente López Obrador se había manifestado amistosamente y con admiración sobre varios personajes denostados en los últimos tres años: ¿será un enojo momentáneo o es que el poder nubla la memoria?

La historia tiende a volverse maniquea. Si algo podemos aprender de esa lección es el no caer en juegos de polarización. Carlos Fuentes alguna vez refirió que: “el mérito de una civilización se juzgará por su capacidad para retener la unidad, al mismo tiempo que prohíja la diversidad.”

Si queremos salir bien librados de ese juicio, más vale empezar a pensar en un futuro distinto sin dejarse distraer por aquellas voces que gustan de hacer ruido y provocar la furia, porque el ruido y la furia nada significan cuando lo que se busca va más allá del simple vértigo provocado por subirse a un montículo.

“Una historia contada por un necio, llena de ruido y furia, que nada significa.”

William Shakespeare


La sabiduría popular nos indica que muchas veces la gente se sube a un ladrillo y se marea. El ambiente en que vivimos desde hace tres años revela los efectos de una larga y dolorosa (quizá hasta amarga) contemplación de esa desestabilización.

En nuestro país, ese ladrillo suele recibir muchos nombres, el más común es el poder. Una vez investidas en el nuevo encargo, algunas personas cambian cuando se les confiere algo más de responsabilidad: es común que esto se manifieste en incómodos y graduales olvidos hacia aquellos que los apoyaron en la subida.

Nadie se esperaba, ni los más férreos opositores, que la “transformación” anunciada desde 2018 tuviera un impacto tan profundo en la forma en que se ve todo desde los bloques de cantera de Palacio Nacional. Es tal la situación, que la propaganda gubernamental busca reiteradamente construir una misma idea: aquello que se aleje un poco de los intereses de la 4T debe ser identificado como enemigo y ajeno al país. Nada más falso. Veamos un par de ejemplos.

Un conflicto prolongado es el que el régimen ha mantenido en contra de la comunidad académica nacional que, según la visión oficialista, ha estado entregada a la “ciencia neoliberal”. En estas semanas hemos visto cómo una institución como el CIDE ha pasado a ubicarse en el ojo del huracán “transformador”: a su parecer, se ha ido derechizando y ellos tienen el antídoto para antiderechizarlo.

En ese supuesto proceso total de derechización también cayó de la gracia presidencial la reconocida periodista Carmen Aristegui. Para el obradorismo, Aristegui ya no trabaja para el pueblo. Se trata de un sinsentido (no se podía esperar menos), pues, aunque dicen defender la libertad de expresión en la realidad es todo lo contrario: la prensa es el blanco favorito del encono mal contenido de un gobierno sin resultados.

De ambos casos podemos extraer una verdad: los que ostentan el poder no soportan que los comentarios no les favorezcan y de inmediato creen que los otros están en contra de ellos. Lo curioso de todo es que, en la era anterior a la 4T, el mismo presidente López Obrador se había manifestado amistosamente y con admiración sobre varios personajes denostados en los últimos tres años: ¿será un enojo momentáneo o es que el poder nubla la memoria?

La historia tiende a volverse maniquea. Si algo podemos aprender de esa lección es el no caer en juegos de polarización. Carlos Fuentes alguna vez refirió que: “el mérito de una civilización se juzgará por su capacidad para retener la unidad, al mismo tiempo que prohíja la diversidad.”

Si queremos salir bien librados de ese juicio, más vale empezar a pensar en un futuro distinto sin dejarse distraer por aquellas voces que gustan de hacer ruido y provocar la furia, porque el ruido y la furia nada significan cuando lo que se busca va más allá del simple vértigo provocado por subirse a un montículo.

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