/ martes 24 de abril de 2018

Más representación proporcional en la ALDF

En relación con el número de partidos políticos inscritos en un sistema electoral existe un principio teórico al que diversos estudiosos de la política han querido aferrase; se trata de una expresión que suena contundentemente lógica: “A mayor pluralidad, mayor representatividad”. En consecuencia, entre mayor sea el número de partidos existente habrá mayores posibilidades de que los electores se identifiquen con alguno de ellos, con el cual sientan mejor representados sus intereses y opiniones.

Tengamos en cuenta que cada cabeza es un mundo, que no existe nadie que piense exactamente igual que otra persona. Pueden existir muchas afinidades pero no puede haber plena identidad. Por lo tanto, es lógico que entre mayor diversidad de partidos, mayores serán las posibilidades de que los electores encuentren con cuál de ellos se identifican con mayor amplitud.

Eso suena muy bien en teoría pero en la práctica cotidiana, esa teoría tan aparentemente lógica, se distancia kilométricamente de la realidad política. Revisemos el caso mexicano: En la actualidad están participando en la contienda federal 9 partidos. ¿Realmente todos ellos son verdaderamente representativos de amplios sectores de nuestra sociedad? ¿Detentan seguidores o militantes fieles por íntima convicción o lo son más por conveniencia coyuntural?

El desmesurado tumulto de chapulines que, en el presente proceso electoral, con descarado oportunismo han saltado de un partido a otro, las alianzas contra natura entre PT y PES o entre PAN y PRD son sólo unas cuantas muestras de esa enorme carencia que padecen nuestros partidos en cuanto a representatividad ideológica o de opiniones. Demasiados de nuestros partidos son manipulados por diminutas cúpulas y hasta por una sola personalidad destacada. Se puede sostener en términos razonables que al menos la mitad de nuestros partidos carecen de verdadera representatividad social. Ciertamente de ninguna forma sería el caso de Morena, aun cuando sea caudillescamente manipulado por una sola persona.

Podríamos prescindir de la mayoría de nuestros partidos sin que la verdadera representatividad social se viera seriamente afectada. No es posible soslayar que en el multipartidismo los partidos pequeños con demasiada frecuencia juegan un papel de fiel de la balanza y determinan la posibilidad de conformar mayorías legislativas, lo que les confiere un poder desmesurado que tienden a capitalizar en función de sus exclusivos intereses grupales, sin importarle congruencia, convicciones o principios, y distorsionando así no sólo el funcionamiento del sistema, sino afectando también el bienestar de la comunidad global.

Existen múltiples evidencias de que el pluripartidismo vuelve mucho más difícil la gobernabilidad, la estabilidad gubernamental y hace florecer el oportunismo. Hay mucho de iluso idealismo en la aseveración de “A mayor pluralidad, mayor representatividad”. Parafraseando a J. J. Rousseau en su “Contrato Social” cuando se refiere a la democracia, podemos sostener que “Si hubiese un pueblo de dioses se gobernarían por el principio de la mayor pluralidad, pero un gobierno tan perfecto no es conveniente para los hombres”. Por ello y por otras razones más, la decisión de incrementar la cuota de representación proporcional del ya excesivo 40 al 50 por ciento en la Asamblea Legislativa del exDF resulta ser de enorme torpeza y de deplorable falta de visión.

amartinezv@derecho.unam.mx @AlejoMVendrell

En relación con el número de partidos políticos inscritos en un sistema electoral existe un principio teórico al que diversos estudiosos de la política han querido aferrase; se trata de una expresión que suena contundentemente lógica: “A mayor pluralidad, mayor representatividad”. En consecuencia, entre mayor sea el número de partidos existente habrá mayores posibilidades de que los electores se identifiquen con alguno de ellos, con el cual sientan mejor representados sus intereses y opiniones.

Tengamos en cuenta que cada cabeza es un mundo, que no existe nadie que piense exactamente igual que otra persona. Pueden existir muchas afinidades pero no puede haber plena identidad. Por lo tanto, es lógico que entre mayor diversidad de partidos, mayores serán las posibilidades de que los electores encuentren con cuál de ellos se identifican con mayor amplitud.

Eso suena muy bien en teoría pero en la práctica cotidiana, esa teoría tan aparentemente lógica, se distancia kilométricamente de la realidad política. Revisemos el caso mexicano: En la actualidad están participando en la contienda federal 9 partidos. ¿Realmente todos ellos son verdaderamente representativos de amplios sectores de nuestra sociedad? ¿Detentan seguidores o militantes fieles por íntima convicción o lo son más por conveniencia coyuntural?

El desmesurado tumulto de chapulines que, en el presente proceso electoral, con descarado oportunismo han saltado de un partido a otro, las alianzas contra natura entre PT y PES o entre PAN y PRD son sólo unas cuantas muestras de esa enorme carencia que padecen nuestros partidos en cuanto a representatividad ideológica o de opiniones. Demasiados de nuestros partidos son manipulados por diminutas cúpulas y hasta por una sola personalidad destacada. Se puede sostener en términos razonables que al menos la mitad de nuestros partidos carecen de verdadera representatividad social. Ciertamente de ninguna forma sería el caso de Morena, aun cuando sea caudillescamente manipulado por una sola persona.

Podríamos prescindir de la mayoría de nuestros partidos sin que la verdadera representatividad social se viera seriamente afectada. No es posible soslayar que en el multipartidismo los partidos pequeños con demasiada frecuencia juegan un papel de fiel de la balanza y determinan la posibilidad de conformar mayorías legislativas, lo que les confiere un poder desmesurado que tienden a capitalizar en función de sus exclusivos intereses grupales, sin importarle congruencia, convicciones o principios, y distorsionando así no sólo el funcionamiento del sistema, sino afectando también el bienestar de la comunidad global.

Existen múltiples evidencias de que el pluripartidismo vuelve mucho más difícil la gobernabilidad, la estabilidad gubernamental y hace florecer el oportunismo. Hay mucho de iluso idealismo en la aseveración de “A mayor pluralidad, mayor representatividad”. Parafraseando a J. J. Rousseau en su “Contrato Social” cuando se refiere a la democracia, podemos sostener que “Si hubiese un pueblo de dioses se gobernarían por el principio de la mayor pluralidad, pero un gobierno tan perfecto no es conveniente para los hombres”. Por ello y por otras razones más, la decisión de incrementar la cuota de representación proporcional del ya excesivo 40 al 50 por ciento en la Asamblea Legislativa del exDF resulta ser de enorme torpeza y de deplorable falta de visión.

amartinezv@derecho.unam.mx @AlejoMVendrell