/ miércoles 2 de marzo de 2022

Más sombras sobre la economía mexicana por la guerra en Ucrania 

El conflicto bélico en Ucrania complica más de lo que ya estaba la perspectiva económica de México por varias vías. De entrada, con un aletargamiento de la inversión debido a la incertidumbre, cuando en nuestro país va a la baja desde el 2017 y desfondada desde 2018, con el punto de inflexión de la cancelación del Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México. Por otro lado, con más presión inflacionaria por las previsibles alzas en los precios internacionales de gasolinas, gas e insumos básicos, como granos, sector en el que el país invadido por Rusia es productor clave.

Aunque México podría beneficiarse por el incremento en el precio del petróleo, lo probable es que la ventaja quedará nulificada, para efectos de balanza comercial y de las cuentas fiscales del Gobierno Federal, por el incremento en los precios de las gasolinas y el gas que importamos, más los subsidios que tendrá que pagar el gobierno por los compromisos que ha hecho de topar los precios internos. Consideremos que cerca del 65% de la gasolina y más del 70% del gas natural que consumimos en México vienen del exterior.

Además, es de esperar mayor inestabilidad en los mercados financieros, con tendencia a que se transfiera capital de cartera a economías desarrolladas, pues en este tipo de escenarios los inversionistas tienden a anteponer la seguridad y la disponibilidad sobre el rendimiento. Así, el tipo de cambio puede verse presionado y el banco central, en la necesidad de elevar más de lo previsto las tasas de interés, dada la combinación de inflación y necesidad de retener capitales.

El conflicto en Ucrania se da justo en la antesala al alza de la tasa de referencia en Estados Unidos por parte de la Reserva Federal. Hay que recordar que la Fed ya está en medio der un proceso de disminución de la liquidez en la economía, con el desmantelamiento de la política de estímulo por compra de activos que echó a andar desde marzo de 2020, tras la irrupción de la pandemia. Mayores tasas en los países desarrollados generalmente significan presiones de tipo de cambio y fiscales en los emergentes y en desarrollo.

En suma, este “cisne negro”, o evento inesperado que puede alterarlo todo, se da justo cuando hay un cambio de ciclo en la política monetaria y en los mercados, viniendo de la disrupción masiva de la pandemia. Todavía lidiamos con las consecuencias de ésta y ahora viene otro suceso disruptivo.

Finalmente, hay que destacar que aumenta el riesgo de desaceleración o una posible recesión en Estados Unidos, por la incertidumbre para la inversión y la actividad económica, la elevación en los costos de energéticos y la inflación, de por sí, en este momento, la más alta en 40 años.

La guerra complica enormemente las cosas. Algunos economistas piensan que Estados Unidos pudiera ver niveles inflacionarios de hasta 10%, así que la Fed puede verse en la necesidad de endurecer y acelerar la política monetaria restrictiva. Mayores tasas y menor liquidez bien pueden precipitar una recesión en una economía sensible.

Si nuestros vecinos del norte enfrentan un riesgo de recesión, Europa podría estar al de ella. El Bundesbank acaba de declarar que Alemania puede haber ya caído en su segunda recesión desde que estalló la pandemia, luego de que la variante ómicron causó un récord de infecciones. La producción en la mayor economía de Europa podría acabar el primer trimestre del año con una disminución “notable”, después de haberse contraído 0.7% en el último cuarto de 2021. El banco central dijo que la recuperación podría ser rápida, pero ese era el panorama antes de la invasión rusa.

Para dimensionar, Rusia produce aproximadamente el 12% del petróleo que se consume en el mundo y 17% del gas natural, como tercer y segundo productor global, respectivamente. Europa obtiene cerca de la mitad de su abasto de gas de este país. En tanto, Ucrania es responsable del 16% de la producción mundial de maíz y 12% de la de trigo.

Sobra señalar que, para México, el motor externo es prácticamente el único que hoy aporta al crecimiento económico, ante una inversión deprimida, el consumo estancado y el gobierno con capacidades presupuestales severamente acotadas.

Nuestro país estuvo cerca de experimentar una tercera recesión en la segunda mitad del 2021: en el tercer trimestre, el PIB cayó 0.4% contra el segundo, y en el cuarto, quedó en 0% real. Esto, viniendo de la ligera contracción 2019, de origen interno, y la del 2020, que fue la peor en casi un siglo. Hacia delante, todas las expectativas de crecimiento van a la baja.

La inflación persistente y tasas de interés más altas limitarán aún más la recuperación del consumo, mientras que la inversión seguirá frenada mientras persista el antagonismo gubernamental a la iniciativa privada, la incertidumbre jurídica y los ataques al Estado de derecho que vivimos. Por si fuera poco, hay que agregar la amenaza de una contrarreforma eléctrica que, de aprobarse, no sólo precipitaría el desplome de la inversión, sino que provocaría desinversión y consecuencias empobrecedoras de largo plazo.

Si este contexto no hace reaccionar a nuestro gobierno para tomar en serio la realidad y los riesgos de corto, mediano y largo plazos, más allá de la narrativa y la polarización política, ¿qué puede hacerlo? México necesita una dosis emergente de confianza para enfrentar la turbulencia económica global y reactivar los motores internos del crecimiento.

El conflicto bélico en Ucrania complica más de lo que ya estaba la perspectiva económica de México por varias vías. De entrada, con un aletargamiento de la inversión debido a la incertidumbre, cuando en nuestro país va a la baja desde el 2017 y desfondada desde 2018, con el punto de inflexión de la cancelación del Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México. Por otro lado, con más presión inflacionaria por las previsibles alzas en los precios internacionales de gasolinas, gas e insumos básicos, como granos, sector en el que el país invadido por Rusia es productor clave.

Aunque México podría beneficiarse por el incremento en el precio del petróleo, lo probable es que la ventaja quedará nulificada, para efectos de balanza comercial y de las cuentas fiscales del Gobierno Federal, por el incremento en los precios de las gasolinas y el gas que importamos, más los subsidios que tendrá que pagar el gobierno por los compromisos que ha hecho de topar los precios internos. Consideremos que cerca del 65% de la gasolina y más del 70% del gas natural que consumimos en México vienen del exterior.

Además, es de esperar mayor inestabilidad en los mercados financieros, con tendencia a que se transfiera capital de cartera a economías desarrolladas, pues en este tipo de escenarios los inversionistas tienden a anteponer la seguridad y la disponibilidad sobre el rendimiento. Así, el tipo de cambio puede verse presionado y el banco central, en la necesidad de elevar más de lo previsto las tasas de interés, dada la combinación de inflación y necesidad de retener capitales.

El conflicto en Ucrania se da justo en la antesala al alza de la tasa de referencia en Estados Unidos por parte de la Reserva Federal. Hay que recordar que la Fed ya está en medio der un proceso de disminución de la liquidez en la economía, con el desmantelamiento de la política de estímulo por compra de activos que echó a andar desde marzo de 2020, tras la irrupción de la pandemia. Mayores tasas en los países desarrollados generalmente significan presiones de tipo de cambio y fiscales en los emergentes y en desarrollo.

En suma, este “cisne negro”, o evento inesperado que puede alterarlo todo, se da justo cuando hay un cambio de ciclo en la política monetaria y en los mercados, viniendo de la disrupción masiva de la pandemia. Todavía lidiamos con las consecuencias de ésta y ahora viene otro suceso disruptivo.

Finalmente, hay que destacar que aumenta el riesgo de desaceleración o una posible recesión en Estados Unidos, por la incertidumbre para la inversión y la actividad económica, la elevación en los costos de energéticos y la inflación, de por sí, en este momento, la más alta en 40 años.

La guerra complica enormemente las cosas. Algunos economistas piensan que Estados Unidos pudiera ver niveles inflacionarios de hasta 10%, así que la Fed puede verse en la necesidad de endurecer y acelerar la política monetaria restrictiva. Mayores tasas y menor liquidez bien pueden precipitar una recesión en una economía sensible.

Si nuestros vecinos del norte enfrentan un riesgo de recesión, Europa podría estar al de ella. El Bundesbank acaba de declarar que Alemania puede haber ya caído en su segunda recesión desde que estalló la pandemia, luego de que la variante ómicron causó un récord de infecciones. La producción en la mayor economía de Europa podría acabar el primer trimestre del año con una disminución “notable”, después de haberse contraído 0.7% en el último cuarto de 2021. El banco central dijo que la recuperación podría ser rápida, pero ese era el panorama antes de la invasión rusa.

Para dimensionar, Rusia produce aproximadamente el 12% del petróleo que se consume en el mundo y 17% del gas natural, como tercer y segundo productor global, respectivamente. Europa obtiene cerca de la mitad de su abasto de gas de este país. En tanto, Ucrania es responsable del 16% de la producción mundial de maíz y 12% de la de trigo.

Sobra señalar que, para México, el motor externo es prácticamente el único que hoy aporta al crecimiento económico, ante una inversión deprimida, el consumo estancado y el gobierno con capacidades presupuestales severamente acotadas.

Nuestro país estuvo cerca de experimentar una tercera recesión en la segunda mitad del 2021: en el tercer trimestre, el PIB cayó 0.4% contra el segundo, y en el cuarto, quedó en 0% real. Esto, viniendo de la ligera contracción 2019, de origen interno, y la del 2020, que fue la peor en casi un siglo. Hacia delante, todas las expectativas de crecimiento van a la baja.

La inflación persistente y tasas de interés más altas limitarán aún más la recuperación del consumo, mientras que la inversión seguirá frenada mientras persista el antagonismo gubernamental a la iniciativa privada, la incertidumbre jurídica y los ataques al Estado de derecho que vivimos. Por si fuera poco, hay que agregar la amenaza de una contrarreforma eléctrica que, de aprobarse, no sólo precipitaría el desplome de la inversión, sino que provocaría desinversión y consecuencias empobrecedoras de largo plazo.

Si este contexto no hace reaccionar a nuestro gobierno para tomar en serio la realidad y los riesgos de corto, mediano y largo plazos, más allá de la narrativa y la polarización política, ¿qué puede hacerlo? México necesita una dosis emergente de confianza para enfrentar la turbulencia económica global y reactivar los motores internos del crecimiento.