/ lunes 16 de septiembre de 2024

Mauricio Lavista, un escritor olvidado que conquistó la Ruta de la seda

Me tocó conocer al escritor Mauricio Lavista en la colonia Condesa cuando ocupaba un lujoso departamento legado por su familia frente al parque México. Sin embargo, sus últimos años no fueron nada agradables, pues volví a visitarlo años después cuando ocupaba, por designo familiar, una especie de garage en una casona de Coyoacán con un catre y unos libros. No obstante seguía afable y platicador.

Me sorprendió enterarme de una leyenda que comenzó a circular entre el grupo bohemio que visitaba la Condesa y que mencionaban que había sido internado en un hospital psiquiátrico. No puedo decir si fue verdad, pero en todo caso, el Mauricio con el que yo platicaba en ningún momento parecía candidato a ser internado. Habría que investigar más sobre ese gran misterio que rodea los últimos años de su vida.

Pariente de Paulina y Mario Lavista, pocos saben que Mauricio fue uno de los primeros mexicanos en completar el recorrido por la famosa Ruta de la seda (red de rutas comerciales de la antigüedad) que obsesionara tanto a Marco Polo, aventura que le tomó más de seis años de viaje, mismos en los que el autor mexicano casi pierde la vida en los incidentes de las regiones armadas y a causa de enfermedades como la hepatitis, pero que le permitió completar media docena de bitácoras y conocer de cerca la realidad de Medio Oriente con sus conflictos políticos y búsquedas espirituales.

Cuando alguien le preguntaba a Mauricio la razón por la que desde 1993 decidió emprender un viaje por las regiones más apartadas de Asia, respondía que por el mismo deseo andariego que habita en el interior de cada hombre como una necesidad para medir las dimensiones del mundo.

Recuerdo que me platicó que de ese itinerario que dividió en dos etapas y que abarcaron ciudades y regiones de varios países como Nueva Delhi, Nepal, Nagarkot, Rajasthán, Cambodia, Vietnam, Pekín, Kashgar, El Cairo, Alejandría, Tánger, Marruecos y Lisboa, escribió el libro titulado Rihla, en el que describe su odisea por lugares como los montes Sivarupi, las regiones donde habitan brahmanes saddhus, el valle de Kathmandu, la cordillera de los Himalayas, el desierto de Thar, las estepas frías de Lahul y Spiti, así como el puerto de Hoi An, entre muchos otros sitios.

En aquel solitario garage donde vivió sus últimos días, me comentó que la semilla para emprender este viaje comenzó en su niñez con los relatos que le leía su padre sobre diversas regiones de Asia, en especial la India; no obstante, uno de los detonadores que a principios de la década de los noventa lo impulsó a seguir la misma ruta de Marco Polo fue el descubrimiento de un poema de Tristán Klingsor, una de cuyas frases dice: “Asia, Asia, Asia, viejo país maravilloso de cuentos de nodriza donde duerme como emperatriz la fantasía en un bosque pleno de misterio”.

Me confesó que entendía a otros viajeros que afirmaban que al surcar las regiones del enigmático continente, sin importar la nacionalidad, religión o ideología, compartían la sensación de llevar a cabo un reencuentro con unas enigmáticas raíces universales que se encuentran horadadas a los templos, los valles, las ciudades, los desiertos, sin olvidar las tradiciones y el carácter de las personas que habitaban en esas lejanas tierras.

En sus misteriosamente perdidas bitácoras (esperemos que sus familiares las conserven), Mauricio Lavista adoptó en la mayoría de los pasajes un estilo literario que buscaba ser un fiel retrato de la experiencia en cada región, así como una metáfora del efecto que tienen las culturas de Asia en la naturaleza occidental. Recuerdo un pasaje que me dio a leer y que decía:

¿Existirá algún tigre escondido en la espesura? Sigo el vado del río. Me adentro en un bosque. Me asoleo sobre un promontorio rocoso. Camino hacia la orilla; me quito la camisa. Sumerjo mi cabeza en la frescura; es mi primer bautismo en la India dentro de una divinidad acuática. Siluetas de templos a lo lejos. Ahora entiendo el clima y la atmósfera del lugar. Es el sitio más lejano al que me he desplazado. Si mi organismo estuviera acostumbrado al desprendimiento de beneficios materiales, al olvido de los intereses creados ¿conocería tal vez la sensación del nirvana? ¿Soy demasiado occidental y por lo tanto ambicioso. Por lo demás, pienso, estoy en un momento culminante de mi existencia. Orchha. Noviembre.

Mauricio consideraba que el conocimiento de otras culturas contribuye a que los escritores redimensionen sus ideas establecidas sobre el mundo y se acerquen a una idea más universal de la naturaleza humana. Por esta razón, decía que el detalle es un ingrediente primordial de toda bitácora porque a menudo ésta se convierte en un registro importante sobre determinada época y lugar, porque a fin de cuentas, afirmaba, gran parte de la historia y los primeros contactos entre culturas han sido realizados y testimoniados por los viajeros solitarios.

Esperemos que esas bitácoras que conformaban el libro Rihla se publiquen algún día para rendir homenaje a un escritor olvidado como lo es Mauricio Lavista y que sin dudam, será recordado por muchos miembros del círculo cultural de la Condesa y la Roma como el primer mexicano en completar la Ruta de la seda de Marco Polo. Algo que, por cierto, decía, lo acercó más con su origen, su país y su lugar en el mundo.

Me tocó conocer al escritor Mauricio Lavista en la colonia Condesa cuando ocupaba un lujoso departamento legado por su familia frente al parque México. Sin embargo, sus últimos años no fueron nada agradables, pues volví a visitarlo años después cuando ocupaba, por designo familiar, una especie de garage en una casona de Coyoacán con un catre y unos libros. No obstante seguía afable y platicador.

Me sorprendió enterarme de una leyenda que comenzó a circular entre el grupo bohemio que visitaba la Condesa y que mencionaban que había sido internado en un hospital psiquiátrico. No puedo decir si fue verdad, pero en todo caso, el Mauricio con el que yo platicaba en ningún momento parecía candidato a ser internado. Habría que investigar más sobre ese gran misterio que rodea los últimos años de su vida.

Pariente de Paulina y Mario Lavista, pocos saben que Mauricio fue uno de los primeros mexicanos en completar el recorrido por la famosa Ruta de la seda (red de rutas comerciales de la antigüedad) que obsesionara tanto a Marco Polo, aventura que le tomó más de seis años de viaje, mismos en los que el autor mexicano casi pierde la vida en los incidentes de las regiones armadas y a causa de enfermedades como la hepatitis, pero que le permitió completar media docena de bitácoras y conocer de cerca la realidad de Medio Oriente con sus conflictos políticos y búsquedas espirituales.

Cuando alguien le preguntaba a Mauricio la razón por la que desde 1993 decidió emprender un viaje por las regiones más apartadas de Asia, respondía que por el mismo deseo andariego que habita en el interior de cada hombre como una necesidad para medir las dimensiones del mundo.

Recuerdo que me platicó que de ese itinerario que dividió en dos etapas y que abarcaron ciudades y regiones de varios países como Nueva Delhi, Nepal, Nagarkot, Rajasthán, Cambodia, Vietnam, Pekín, Kashgar, El Cairo, Alejandría, Tánger, Marruecos y Lisboa, escribió el libro titulado Rihla, en el que describe su odisea por lugares como los montes Sivarupi, las regiones donde habitan brahmanes saddhus, el valle de Kathmandu, la cordillera de los Himalayas, el desierto de Thar, las estepas frías de Lahul y Spiti, así como el puerto de Hoi An, entre muchos otros sitios.

En aquel solitario garage donde vivió sus últimos días, me comentó que la semilla para emprender este viaje comenzó en su niñez con los relatos que le leía su padre sobre diversas regiones de Asia, en especial la India; no obstante, uno de los detonadores que a principios de la década de los noventa lo impulsó a seguir la misma ruta de Marco Polo fue el descubrimiento de un poema de Tristán Klingsor, una de cuyas frases dice: “Asia, Asia, Asia, viejo país maravilloso de cuentos de nodriza donde duerme como emperatriz la fantasía en un bosque pleno de misterio”.

Me confesó que entendía a otros viajeros que afirmaban que al surcar las regiones del enigmático continente, sin importar la nacionalidad, religión o ideología, compartían la sensación de llevar a cabo un reencuentro con unas enigmáticas raíces universales que se encuentran horadadas a los templos, los valles, las ciudades, los desiertos, sin olvidar las tradiciones y el carácter de las personas que habitaban en esas lejanas tierras.

En sus misteriosamente perdidas bitácoras (esperemos que sus familiares las conserven), Mauricio Lavista adoptó en la mayoría de los pasajes un estilo literario que buscaba ser un fiel retrato de la experiencia en cada región, así como una metáfora del efecto que tienen las culturas de Asia en la naturaleza occidental. Recuerdo un pasaje que me dio a leer y que decía:

¿Existirá algún tigre escondido en la espesura? Sigo el vado del río. Me adentro en un bosque. Me asoleo sobre un promontorio rocoso. Camino hacia la orilla; me quito la camisa. Sumerjo mi cabeza en la frescura; es mi primer bautismo en la India dentro de una divinidad acuática. Siluetas de templos a lo lejos. Ahora entiendo el clima y la atmósfera del lugar. Es el sitio más lejano al que me he desplazado. Si mi organismo estuviera acostumbrado al desprendimiento de beneficios materiales, al olvido de los intereses creados ¿conocería tal vez la sensación del nirvana? ¿Soy demasiado occidental y por lo tanto ambicioso. Por lo demás, pienso, estoy en un momento culminante de mi existencia. Orchha. Noviembre.

Mauricio consideraba que el conocimiento de otras culturas contribuye a que los escritores redimensionen sus ideas establecidas sobre el mundo y se acerquen a una idea más universal de la naturaleza humana. Por esta razón, decía que el detalle es un ingrediente primordial de toda bitácora porque a menudo ésta se convierte en un registro importante sobre determinada época y lugar, porque a fin de cuentas, afirmaba, gran parte de la historia y los primeros contactos entre culturas han sido realizados y testimoniados por los viajeros solitarios.

Esperemos que esas bitácoras que conformaban el libro Rihla se publiquen algún día para rendir homenaje a un escritor olvidado como lo es Mauricio Lavista y que sin dudam, será recordado por muchos miembros del círculo cultural de la Condesa y la Roma como el primer mexicano en completar la Ruta de la seda de Marco Polo. Algo que, por cierto, decía, lo acercó más con su origen, su país y su lugar en el mundo.

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