/ sábado 8 de enero de 2022

Max Valier y su máquina del espacio

Principio de año. Es un principio de año que no cambia desde 1950. No dejo de ver, sentir y respirar la asquerosa atmósfera que veo en mi ciudad de México, y pensar dos cosas: ¿cómo es posible que, hace más de setenta años se haya permitido la instalación de fábricas y naves industriales en el norte del valle de México conociendo la dirección de los vientos? y ¿cómo es posible que las autoridades del esta gran metrópoli sigan engañando a la ciudadanía desde 1989, haciéndonos creer que la contaminación la producen los vehículos automotores para obtener buenas ganancias de los innecesarios verificentros?

Como ya he escrito mucho sobre este tema que me agobia, empecemos por lo que ocurría hace unos 95 años en Europa en materia de impulsos y de invención tecnológica. Ya se habían iniciado las grandes hazañas aeronáuticas en aquel continente y en América.

Había transcurrido menos de un año desde que Charles A. Lindbergh (1902-1974) posara el endeble armazón del “Spirit of St. Louis” en el aeródromo de Le Bourget (1927), después de una aventurada travesía trasatlántica – la primera en la Historia – desde Nueva York a París; cuando un inventor excéntrico – como muchos de los inventores – el alemán Max Valier (1895-1930), sostuvo la posibilidad de atravesar por aire el Atlántico ¡en una hora!

Valier fue un científico austriaco, estudioso de la estructura cósmica. Ingresó en 1913 a la Universidad de Innsbruck, donde estudió Física, Matemáticas y Astronomía. Al mismo tiempo, trabajó como maquinista en una industria de aquella ciudad. La Primera Guerra Mundial interrumpió sus estudios. Valier se enroló en el cuerpo aéreo del Ejército Austro Húngaro. Tras el conflicto, Valier abandonó sus estudios en la Universidad y se dedicó a escribir sobre asuntos científicos. En 1923, publicó en Múnich su obra El fin del mundo, en la que describe el colapso del planeta como consecuencia del choque de un cuerpo celeste contra la Tierra.

Era el 10 de junio de 1928 y las predicciones de Valier se sustentaban en las pruebas satisfactorias del llamado “automóvil – cohete” diseñado por Fritz von Opel (1899-1971). Este vehículo alcanzaba la velocidad de 200 kilómetros por hora a los 25 segundos de haber arrancado. No olvidemos la fecha.

Valier calculaba que, aplicado el sistema de von Opel a un aeroplano que se elevara a 50 kilómeros de altura sobre la superficie de la tierra, sería posible cubrir en sesenta minutos los 7 mil 200 kilómetros que median entre Berlín y Nueva York.

El inventor había tratado de convencer a los escépticos – que eran muchos – sobre la posibilidad de construir una máquina voladora basada en el principio de la explosión de un cohete que, susceptible de modificaciones, podría llegar a suprimir cualquier otro tipo de motor.

Según las crónicas periodísticas de la época, a fin de comprobar la viabilidad de la propulsión explosiva y del poder de tracción del sistema, se realizó un experimento que desbordaba la imaginación de nuestros abuelos: un gran cohetón de gas fue adherido a la punta de un poste cuyo trabajo para situarlo en posición de despegue requirió del trabajo de seis hombres. “El impacto impelente dio salida a su carga, con tan terrífica rapidez que el poste apenas pudo ser observado como una pequeña raya sobre el cielo. Se calcula que la velocidad conseguida en esta prueba fue mayor a los 900 kilómetros por hora”.

Max Valier había estimado en su proyecto la máxima resistencia humana a grandes alturas y velocidades. “El piloto – afirmaba – estaría protegido por los medios que la ciencia tiene a la mano a fin de hacerlo inmune, hasta donde sea posible, a las condiciones atmosféricas ya previstas o a aquellas desconocidas que se investigarán”.

Así se escribe la historia de estos tiempos maravillosos que nos ha tocado vivir. De lo que vendría después en el dominio del transporte espacial, somos testigos presenciales. Las palabras de Valier son elocuentes: “Las discusiones y las teorías pueden tener valor en muchos casos, pero sólo la experiencia y la práctica contribuyen a hacerlas útiles de verdad”.


Y para todos, diría yo.


Fundador de Notimex

Premio Nacional de Periodismo

pacofonn@gmail.com

Principio de año. Es un principio de año que no cambia desde 1950. No dejo de ver, sentir y respirar la asquerosa atmósfera que veo en mi ciudad de México, y pensar dos cosas: ¿cómo es posible que, hace más de setenta años se haya permitido la instalación de fábricas y naves industriales en el norte del valle de México conociendo la dirección de los vientos? y ¿cómo es posible que las autoridades del esta gran metrópoli sigan engañando a la ciudadanía desde 1989, haciéndonos creer que la contaminación la producen los vehículos automotores para obtener buenas ganancias de los innecesarios verificentros?

Como ya he escrito mucho sobre este tema que me agobia, empecemos por lo que ocurría hace unos 95 años en Europa en materia de impulsos y de invención tecnológica. Ya se habían iniciado las grandes hazañas aeronáuticas en aquel continente y en América.

Había transcurrido menos de un año desde que Charles A. Lindbergh (1902-1974) posara el endeble armazón del “Spirit of St. Louis” en el aeródromo de Le Bourget (1927), después de una aventurada travesía trasatlántica – la primera en la Historia – desde Nueva York a París; cuando un inventor excéntrico – como muchos de los inventores – el alemán Max Valier (1895-1930), sostuvo la posibilidad de atravesar por aire el Atlántico ¡en una hora!

Valier fue un científico austriaco, estudioso de la estructura cósmica. Ingresó en 1913 a la Universidad de Innsbruck, donde estudió Física, Matemáticas y Astronomía. Al mismo tiempo, trabajó como maquinista en una industria de aquella ciudad. La Primera Guerra Mundial interrumpió sus estudios. Valier se enroló en el cuerpo aéreo del Ejército Austro Húngaro. Tras el conflicto, Valier abandonó sus estudios en la Universidad y se dedicó a escribir sobre asuntos científicos. En 1923, publicó en Múnich su obra El fin del mundo, en la que describe el colapso del planeta como consecuencia del choque de un cuerpo celeste contra la Tierra.

Era el 10 de junio de 1928 y las predicciones de Valier se sustentaban en las pruebas satisfactorias del llamado “automóvil – cohete” diseñado por Fritz von Opel (1899-1971). Este vehículo alcanzaba la velocidad de 200 kilómetros por hora a los 25 segundos de haber arrancado. No olvidemos la fecha.

Valier calculaba que, aplicado el sistema de von Opel a un aeroplano que se elevara a 50 kilómeros de altura sobre la superficie de la tierra, sería posible cubrir en sesenta minutos los 7 mil 200 kilómetros que median entre Berlín y Nueva York.

El inventor había tratado de convencer a los escépticos – que eran muchos – sobre la posibilidad de construir una máquina voladora basada en el principio de la explosión de un cohete que, susceptible de modificaciones, podría llegar a suprimir cualquier otro tipo de motor.

Según las crónicas periodísticas de la época, a fin de comprobar la viabilidad de la propulsión explosiva y del poder de tracción del sistema, se realizó un experimento que desbordaba la imaginación de nuestros abuelos: un gran cohetón de gas fue adherido a la punta de un poste cuyo trabajo para situarlo en posición de despegue requirió del trabajo de seis hombres. “El impacto impelente dio salida a su carga, con tan terrífica rapidez que el poste apenas pudo ser observado como una pequeña raya sobre el cielo. Se calcula que la velocidad conseguida en esta prueba fue mayor a los 900 kilómetros por hora”.

Max Valier había estimado en su proyecto la máxima resistencia humana a grandes alturas y velocidades. “El piloto – afirmaba – estaría protegido por los medios que la ciencia tiene a la mano a fin de hacerlo inmune, hasta donde sea posible, a las condiciones atmosféricas ya previstas o a aquellas desconocidas que se investigarán”.

Así se escribe la historia de estos tiempos maravillosos que nos ha tocado vivir. De lo que vendría después en el dominio del transporte espacial, somos testigos presenciales. Las palabras de Valier son elocuentes: “Las discusiones y las teorías pueden tener valor en muchos casos, pero sólo la experiencia y la práctica contribuyen a hacerlas útiles de verdad”.


Y para todos, diría yo.


Fundador de Notimex

Premio Nacional de Periodismo

pacofonn@gmail.com