/ jueves 7 de febrero de 2019

“Me canso ganso” no siempre es razonable

VER.- Hay papás que deciden algo que deben hacer los hijos, sin tomarlos en cuenta, sin dialogar con ellos, sólo porque tienen la autoridad. Dicen: “Soy tu padre y debes obedecerme; no tengo por qué darte explicaciones”. Son padres impositivos, a quienes el hijo no puede ni responder, porque le iría peor. Son engreídos e intolerantes. ¡Quién sabe cuántos complejos son los que llevan arrastrando!

Obispos y párrocos podemos proceder en forma semejante. Hacemos relucir nuestra autoridad religiosa, para imponer a los fieles una decisión, una norma, una obligación, sin antes consultar con ellos, sin escuchar sus razones y sus necesidades reales, sin asesorarnos con consejeros prudentes y plurales. Decimos: “Yo soy el obispo, yo soy el párroco, y aquí se hace lo que yo digo”. Quizá escuchamos y tomamos en cuenta sólo a nuestros colaboradores que nos dan por nuestro lado, y no somos capaces de confrontar nuestras propuestas con quienes tienen otra forma de pensar y de ver la realidad.

Cierto que no somos una democracia y tenemos obligación de tomar decisiones; en casos de conciencia nada debemos revelar; sin embargo, somos una familia y tenemos prescritos organismos de consulta en varios niveles. Si erigimos una parroquia, por ejemplo, sin consultar al menos al Consejo Presbiteral, nuestra decisión es canónicamente inválida. La vida comunitaria exige mucho diálogo, tratando de llegar a consensos, siempre que sea posible.

Hay también profesores impositivos, que hasta miedo infunden en sus alumnos. Ya no castigan como antes, por eso de los derechos humanos, pero amenazan con bajar calificaciones si no se acatan sus decisiones. De igual modo, hay líderes sindicales y autoridades universitarias cuyo ‘honor’ es mandar e imponer.

El voto mayoritario que lleva a alguien al poder político o legislativo, no es una potestad absoluta. Un gobernante y un legislador sabios escuchan, confrontan sus propuestas con quienes tienen otros puntos de vista, toman en cuenta opiniones sensatas, diferentes a las suyas, y saben rectificar y dar marcha atrás en sus decisiones, cuando hay razones pertinentes. Esa es la grandeza de una autoridad: su humildad para escuchar, no quien hace consultas a sus seguidores.

Obispo Emérito de SCLC

VER.- Hay papás que deciden algo que deben hacer los hijos, sin tomarlos en cuenta, sin dialogar con ellos, sólo porque tienen la autoridad. Dicen: “Soy tu padre y debes obedecerme; no tengo por qué darte explicaciones”. Son padres impositivos, a quienes el hijo no puede ni responder, porque le iría peor. Son engreídos e intolerantes. ¡Quién sabe cuántos complejos son los que llevan arrastrando!

Obispos y párrocos podemos proceder en forma semejante. Hacemos relucir nuestra autoridad religiosa, para imponer a los fieles una decisión, una norma, una obligación, sin antes consultar con ellos, sin escuchar sus razones y sus necesidades reales, sin asesorarnos con consejeros prudentes y plurales. Decimos: “Yo soy el obispo, yo soy el párroco, y aquí se hace lo que yo digo”. Quizá escuchamos y tomamos en cuenta sólo a nuestros colaboradores que nos dan por nuestro lado, y no somos capaces de confrontar nuestras propuestas con quienes tienen otra forma de pensar y de ver la realidad.

Cierto que no somos una democracia y tenemos obligación de tomar decisiones; en casos de conciencia nada debemos revelar; sin embargo, somos una familia y tenemos prescritos organismos de consulta en varios niveles. Si erigimos una parroquia, por ejemplo, sin consultar al menos al Consejo Presbiteral, nuestra decisión es canónicamente inválida. La vida comunitaria exige mucho diálogo, tratando de llegar a consensos, siempre que sea posible.

Hay también profesores impositivos, que hasta miedo infunden en sus alumnos. Ya no castigan como antes, por eso de los derechos humanos, pero amenazan con bajar calificaciones si no se acatan sus decisiones. De igual modo, hay líderes sindicales y autoridades universitarias cuyo ‘honor’ es mandar e imponer.

El voto mayoritario que lleva a alguien al poder político o legislativo, no es una potestad absoluta. Un gobernante y un legislador sabios escuchan, confrontan sus propuestas con quienes tienen otros puntos de vista, toman en cuenta opiniones sensatas, diferentes a las suyas, y saben rectificar y dar marcha atrás en sus decisiones, cuando hay razones pertinentes. Esa es la grandeza de una autoridad: su humildad para escuchar, no quien hace consultas a sus seguidores.

Obispo Emérito de SCLC

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