/ martes 8 de marzo de 2022

Me dueles, México

Las imágenes sobre la violencia que se suscitó el sábado en el estadio La Corregidora provocan indignación, coraje, preocupación y mucho dolor. Ver cómo madres y padres de familia corrían mientras trataban de proteger a niñas y niños hacen que uno deje de creer en la humanidad, y nos llevan a exigir que las sanciones sean drásticas, porque está claro que los responsables de este salvajismo no son sólo los integrantes de las barras, también quienes aceptan que existan y los que deberían controlarlos.

Han pasado un par de días y aún resulta imposible creer que no hayan muerto personas como consecuencia de la violencia que se sufrió el sábado durante el partido entre Querétaro y Atlas.

Las imágenes que circulan en redes sociales invitan a pensar lo contrario, sin embargo, esperó que los reportes que hasta ahora han dado las autoridades sean ciertos, y no otra realidad sólo para evadir responsabilidades.

De igual forma deseó que las personas que resultaron gravemente heridas logren superar esta trágica situación.

Hay muchas dudas, y una conferencia de prensa no bastará para responder a cada una de las preguntas que se suscitan una tras otra.

Justo cuando la afición comenzaba a regresar a los estadios, después de más de dos años debido a la propagación de la pandemia del Covid-19, se presentan estos actos salvajes por parte de todos aquellos que no se tentaron el corazón y atacaron a cuanto aficionado del equipo contrario salía a su paso.

Cuando el coronavirus irrumpió y amenazó nuestras vidas, pensé que una vez controlado seríamos más sensibles debido al dolor de haber perdido a seres queridos, y que la convivencia que volveríamos a tener nos uniría como seres humanos para hacer frente a la crisis que dejó a su paso, tanto en el ámbito social, como educativo y económico.

Sin embargo, estamos siendo testigos de una guerra entre Rusia y Ucrania, en la que debe prevalecer la inteligencia para mantener la paz entre todos los países que queremos crecer con nuestros propios recueros y sin afectar a nadie; así como de actos violentos sin precedentes en México durante los últimos tiempos, que tristemente también han dado la vuelta al mundo, guardado respetuosamente las debidas proporciones.

Por ejemplo, me resulta difícil entender cómo los aficionados del Querétaro lograron entrar al estadio con cinturones y hebillas, cuando en algunos otros, como el Olímpico de Ciudad Universitaria, está tajantemente prohibido desde hace más de 10 años.

Eso me lleva a sacar la conclusión de que no existe un protocolo de seguridad por parte de la Liga MX, que se debería imponer en todos los estadios, o que de plano fue ignorado. Para cualquiera de las dos situaciones, así como muchas otras más, nos preguntamos por qué.

Sobre la mesa está la posible desafiliación del Querétaro, que deberá ser así siempre que se confirme que forma parte de los culpables.

De lo contrario, deberá hacer frente a la responsabilidad que le corresponde y resarcir los daños, en medida de lo posible, al menos moralmente.

Hasta ahora está señalado por no haber contratado más elementos de seguridad, pero siendo sinceros, hasta qué punto es culpable de ello.

En primera, porque cómo podría imaginarse que un partido de futbol, sin el 100 por ciento de aforo, con ambiente familiar en las gradas y sin grandes rivalidades deportivas se convertirá en un campo de guerra.

En segundo, porque para ello contrató una empresa de seguridad privada, que debió hacerle las recomendaciones necesarias para garantizar la seguridad dentro del estadio. Y si me dicen que el club no las aceptó, entonces la empresa debió rechazar el evento.

Lo único cierto es que tanto el futbol mexicano como el país han quedado señalados, y que las consecuencias podrían ser mayores.

Prohibir a las barras visitantes en los estadios parece una medida acertada, pero que deja en evidencia al futbol mexicano, sobre todo ante la FIFA, que está cansada de que siga sin ser erradicado el dichoso grito que califica como homofóbico y que puede causar sanciones deportivas importantes.

No deberá ser la única, está claro. Debe existir el máximo control en todos los accesos a los estadios, incluso en desde las inmediaciones.

Por lo pronto, los partidos que estaban programados para el domingo fueron aplazados, como también lo debieron hacer con los restantes del sábado, por respeto a las víctimas.

Terminar la temporada sin aficionados en las gradas también es una posibilidad, y quizá sea buena decisión, no como castigo, sino para cerrar filas y crear un verdadero protocolo de seguridad que sea aprobado por la Liga MX y las autoridades correspondientes, así como obligatorio en todos los estadios, por igual.

Los comisarios de la Liga MX no deben ser tolerantes frente a las faltas a las que se incurra antes, durante y después de cada partido.

Y como dice el refrán: Ahogado el niño, a tapar el pozo; porque en México no pasa nada.

¡Que te lo digo yo!

Las imágenes sobre la violencia que se suscitó el sábado en el estadio La Corregidora provocan indignación, coraje, preocupación y mucho dolor. Ver cómo madres y padres de familia corrían mientras trataban de proteger a niñas y niños hacen que uno deje de creer en la humanidad, y nos llevan a exigir que las sanciones sean drásticas, porque está claro que los responsables de este salvajismo no son sólo los integrantes de las barras, también quienes aceptan que existan y los que deberían controlarlos.

Han pasado un par de días y aún resulta imposible creer que no hayan muerto personas como consecuencia de la violencia que se sufrió el sábado durante el partido entre Querétaro y Atlas.

Las imágenes que circulan en redes sociales invitan a pensar lo contrario, sin embargo, esperó que los reportes que hasta ahora han dado las autoridades sean ciertos, y no otra realidad sólo para evadir responsabilidades.

De igual forma deseó que las personas que resultaron gravemente heridas logren superar esta trágica situación.

Hay muchas dudas, y una conferencia de prensa no bastará para responder a cada una de las preguntas que se suscitan una tras otra.

Justo cuando la afición comenzaba a regresar a los estadios, después de más de dos años debido a la propagación de la pandemia del Covid-19, se presentan estos actos salvajes por parte de todos aquellos que no se tentaron el corazón y atacaron a cuanto aficionado del equipo contrario salía a su paso.

Cuando el coronavirus irrumpió y amenazó nuestras vidas, pensé que una vez controlado seríamos más sensibles debido al dolor de haber perdido a seres queridos, y que la convivencia que volveríamos a tener nos uniría como seres humanos para hacer frente a la crisis que dejó a su paso, tanto en el ámbito social, como educativo y económico.

Sin embargo, estamos siendo testigos de una guerra entre Rusia y Ucrania, en la que debe prevalecer la inteligencia para mantener la paz entre todos los países que queremos crecer con nuestros propios recueros y sin afectar a nadie; así como de actos violentos sin precedentes en México durante los últimos tiempos, que tristemente también han dado la vuelta al mundo, guardado respetuosamente las debidas proporciones.

Por ejemplo, me resulta difícil entender cómo los aficionados del Querétaro lograron entrar al estadio con cinturones y hebillas, cuando en algunos otros, como el Olímpico de Ciudad Universitaria, está tajantemente prohibido desde hace más de 10 años.

Eso me lleva a sacar la conclusión de que no existe un protocolo de seguridad por parte de la Liga MX, que se debería imponer en todos los estadios, o que de plano fue ignorado. Para cualquiera de las dos situaciones, así como muchas otras más, nos preguntamos por qué.

Sobre la mesa está la posible desafiliación del Querétaro, que deberá ser así siempre que se confirme que forma parte de los culpables.

De lo contrario, deberá hacer frente a la responsabilidad que le corresponde y resarcir los daños, en medida de lo posible, al menos moralmente.

Hasta ahora está señalado por no haber contratado más elementos de seguridad, pero siendo sinceros, hasta qué punto es culpable de ello.

En primera, porque cómo podría imaginarse que un partido de futbol, sin el 100 por ciento de aforo, con ambiente familiar en las gradas y sin grandes rivalidades deportivas se convertirá en un campo de guerra.

En segundo, porque para ello contrató una empresa de seguridad privada, que debió hacerle las recomendaciones necesarias para garantizar la seguridad dentro del estadio. Y si me dicen que el club no las aceptó, entonces la empresa debió rechazar el evento.

Lo único cierto es que tanto el futbol mexicano como el país han quedado señalados, y que las consecuencias podrían ser mayores.

Prohibir a las barras visitantes en los estadios parece una medida acertada, pero que deja en evidencia al futbol mexicano, sobre todo ante la FIFA, que está cansada de que siga sin ser erradicado el dichoso grito que califica como homofóbico y que puede causar sanciones deportivas importantes.

No deberá ser la única, está claro. Debe existir el máximo control en todos los accesos a los estadios, incluso en desde las inmediaciones.

Por lo pronto, los partidos que estaban programados para el domingo fueron aplazados, como también lo debieron hacer con los restantes del sábado, por respeto a las víctimas.

Terminar la temporada sin aficionados en las gradas también es una posibilidad, y quizá sea buena decisión, no como castigo, sino para cerrar filas y crear un verdadero protocolo de seguridad que sea aprobado por la Liga MX y las autoridades correspondientes, así como obligatorio en todos los estadios, por igual.

Los comisarios de la Liga MX no deben ser tolerantes frente a las faltas a las que se incurra antes, durante y después de cada partido.

Y como dice el refrán: Ahogado el niño, a tapar el pozo; porque en México no pasa nada.

¡Que te lo digo yo!