/ domingo 3 de diciembre de 2017

Meade, el humano

Desde el lunes 27 de noviembre, día en que el doctor José Antonio Meade presentó su renuncia como secretario de Hacienda al presidente Enrique Peña Nieto, y éste le deseó suerte en su nuevo proyecto, que ahora sabemos, era buscar ser candidato del PRI a la Presidencia de la República, se han pronunciado y se han escrito cualquier cantidad de cosas, buenas y malas, sobre él.

Y sí, el PRI aceptó la petición del doctor Meade para ser el precandidato del partido a la Presidencia de la República y este domingo seguramente se podrá inscribir para lograr la candidatura que nos represente en la contienda electoral del año próximo. Las razones por las que los priistas aceptamos un aspirante externo, sin militancia, pero con simpatía y cercanía con el PRI y sus postulados, también se han escrito de sobra.

No es lo que diremos en este espacio y si bien vale ponderar la trayectoria del doctor Meade en el servicio público, porque finalmente es parte de lo que mueve a mi partido a aceptarlo, en realidad lo que pretendo es subrayar esa otra parte que se conoce poco, que en el mundo de la política se ha reconocido poco, pero que hoy es de las cosas que más observa la ciudadanía para escoger y votar. Me refiero a la calidad humana del doctor Meade.

Quienes lo conocemos y lo hemos tratado en los encargos públicos que ha tenido sabemos que es un gran profesional, conoce particularmente del mundo de las finanzas, de los números; servidor de tiempo completo, sin aspavientos, recto, honesto. Insisto, se ha dicho, no es noticia.

Y sabemos que tratar con él, aunque sean cosas de trabajo, lo acompaña siempre del buen trato, del buen humor, de la cortesía y la amabilidad, aunque tenga que llamar al pan pan y al vino vino. Difícil es aceptar que en la administración pública lo que cuenta es la eficiencia, los resultados objetivos, aunque se acompañe del maltrato, de la prepotencia, de la soberbia e incluso, doloroso es también aceptarlo, de la corrupción.

El doctor Meade está más allá. Mucho antes de que se le mencionara para ser el candidato del PRI a la Presidencia, y quizás incluso de que él mismo lo pensara, ya había ocupado altos cargos públicos y responsabilidades que no lo apartaron nunca de conducir su propio vehículo, modesto, por cierto; o de que viajara en metro; o de que, junto con su esposa e hijos, acudiera a la misa o los festejos de cumpleaños familiares.

Valga decirlo así: José Antonio Meade es muy humano. Y lo entiende el ciudadano común, el taxista, el abarrotero, la ama de casa o el campesino, como alguien que tiene amor al prójimo, que se conduele del sufrimiento ajeno y trata de ayudar; quien muestra su fe religiosa (la que sea) porque así se lo enseñaron sus padres o quien, por encima de sus éxitos personales y probablemente de una situación económica personal desahogada, conserva la sencillez de saludar al vecino y de reunirse con los amigos de la infancia para recordar viejas anécdotas o simplemente saber unos de otros.

Con el desprestigio a cuesta que traemos los políticos y los partidos políticos, en muchas ocasiones con razón por haberle fallado a los mexicanos, por no estar a su altura, resulta gratificante que el PRI haya aceptado a un hombre que si bien tiene un altísima calificación profesional, que si bien tiene una enorme experiencia adquirida en cinco secretarías de Estado y otros cargos, resulte que quizás su mayor cualidad sea su entereza y humanismo, su sencillez y la sonrisa sincera de quien se ha propuesto servir a México.

Senador por el PRI

Desde el lunes 27 de noviembre, día en que el doctor José Antonio Meade presentó su renuncia como secretario de Hacienda al presidente Enrique Peña Nieto, y éste le deseó suerte en su nuevo proyecto, que ahora sabemos, era buscar ser candidato del PRI a la Presidencia de la República, se han pronunciado y se han escrito cualquier cantidad de cosas, buenas y malas, sobre él.

Y sí, el PRI aceptó la petición del doctor Meade para ser el precandidato del partido a la Presidencia de la República y este domingo seguramente se podrá inscribir para lograr la candidatura que nos represente en la contienda electoral del año próximo. Las razones por las que los priistas aceptamos un aspirante externo, sin militancia, pero con simpatía y cercanía con el PRI y sus postulados, también se han escrito de sobra.

No es lo que diremos en este espacio y si bien vale ponderar la trayectoria del doctor Meade en el servicio público, porque finalmente es parte de lo que mueve a mi partido a aceptarlo, en realidad lo que pretendo es subrayar esa otra parte que se conoce poco, que en el mundo de la política se ha reconocido poco, pero que hoy es de las cosas que más observa la ciudadanía para escoger y votar. Me refiero a la calidad humana del doctor Meade.

Quienes lo conocemos y lo hemos tratado en los encargos públicos que ha tenido sabemos que es un gran profesional, conoce particularmente del mundo de las finanzas, de los números; servidor de tiempo completo, sin aspavientos, recto, honesto. Insisto, se ha dicho, no es noticia.

Y sabemos que tratar con él, aunque sean cosas de trabajo, lo acompaña siempre del buen trato, del buen humor, de la cortesía y la amabilidad, aunque tenga que llamar al pan pan y al vino vino. Difícil es aceptar que en la administración pública lo que cuenta es la eficiencia, los resultados objetivos, aunque se acompañe del maltrato, de la prepotencia, de la soberbia e incluso, doloroso es también aceptarlo, de la corrupción.

El doctor Meade está más allá. Mucho antes de que se le mencionara para ser el candidato del PRI a la Presidencia, y quizás incluso de que él mismo lo pensara, ya había ocupado altos cargos públicos y responsabilidades que no lo apartaron nunca de conducir su propio vehículo, modesto, por cierto; o de que viajara en metro; o de que, junto con su esposa e hijos, acudiera a la misa o los festejos de cumpleaños familiares.

Valga decirlo así: José Antonio Meade es muy humano. Y lo entiende el ciudadano común, el taxista, el abarrotero, la ama de casa o el campesino, como alguien que tiene amor al prójimo, que se conduele del sufrimiento ajeno y trata de ayudar; quien muestra su fe religiosa (la que sea) porque así se lo enseñaron sus padres o quien, por encima de sus éxitos personales y probablemente de una situación económica personal desahogada, conserva la sencillez de saludar al vecino y de reunirse con los amigos de la infancia para recordar viejas anécdotas o simplemente saber unos de otros.

Con el desprestigio a cuesta que traemos los políticos y los partidos políticos, en muchas ocasiones con razón por haberle fallado a los mexicanos, por no estar a su altura, resulta gratificante que el PRI haya aceptado a un hombre que si bien tiene un altísima calificación profesional, que si bien tiene una enorme experiencia adquirida en cinco secretarías de Estado y otros cargos, resulte que quizás su mayor cualidad sea su entereza y humanismo, su sencillez y la sonrisa sincera de quien se ha propuesto servir a México.

Senador por el PRI