/ viernes 7 de mayo de 2021

Mentiras. Distractores (III)

En mi anterior colaboración, hablé de los distractores que el Presidente utilizó durante 2019, al final de la misma, dejé algunos apuntes para ser desarrollados posteriormente con mayor amplitud. En esta ocasión, retomo dos de sus principales recursos para desviar la atención o negar la realidad. Me refiero a la mentira, como instrumento para ocultar la verdad de su gobierno y a la utilización, como salida a preguntas difíciles del término “yo tengo otros datos”.

En efecto, desde abril del 2019, cuando el periodista Jorge Ramos confrontó con datos duros la poca efectividad del gobierno en el combate a la delincuencia organizada, el presidente se excusó diciendo que no era así, porque él tenía “otros datos” así de simple, sin citar fuentes ni mostrarlos publícame. Lo mismo ha sucedido en otras ocasiones cuando se le confrontan, con datos oficiales del propio gobierno, la evolución de la economía o el fracaso del manejo de la pandemia del Covid 19.

El uso de esta frase se ha vuelto común en sus conferencias mañaneras. Lo mismo sucede al contestar una pregunta incomoda, invariablemente inicia su respuesta con un tajante NO, ni siquiera tiene la decencia de pedir se investigue lo que está escuchando, de entrada el interlocutor esta descalificado. De la misma forma en que desacredita los señalamientos contrarios a su conveniencia, sus intervenciones públicas están plagadas de abiertas mentiras.

El 15 de abril pasado, la ONG Signos Vitales presentó un reporte titulado “El valor de la Verdad a un tercio del sexenio”. En dicho documento, advierte que el mandatario ha dicho 48000 afirmaciones falsas o sea un promedio de 85 en cada conferencia de prensa. Este récord ni Trump lo tiene, ya que el ex mandatario americano en dos años de gobierno tenía contabilizadas 23,000 mentiras.

En el mismo reporte se señala: “Con un montaje profesional y una adecuada batería de preguntas a modo, el país se prepara cada mañana para escuchar el mismo guion de falsedades, verdades a medias, combinadas de acusaciones, datos no verificables y denostaciones en contra de detractores, así como la interminable lista de promesas incumplidas.”

Al respecto en el diario español El País, en su edición 19 de abril pasado, se lee: “faltar a la verdad en tantas ocasiones sobrepasa cualquier posibilidad de que se trate de confusiones, desajustes o malentendidos. Podemos tropezar dos veces con una piedra y llamarlo accidente, pero 40.000 veces no. La mentira en esa escala tiene que ser una estrategia o, incluso, una postura ante el mundo: decir solamente lo que convenga a la “causa”… y que la verdad recoja sus dientes del suelo después. Si es que puede”.

En lo personal, quisiera compartir la conclusión señalada por el diario El País, ya que de otro modo se podría suponer una patología. Recordamos que mentir viene del latín, “Men”, (mente), “mentiri” (urdir un embuste con la mente). Siguiendo este orden de ideas, en caso de que no fuese una estrategia intencionalmente diseñada, la mentira como habito, indica un desorden mental. A una persona con este desorden se le conoce como mitómano. Es alguien que se siente incómodo diciendo la verdad pero se siente cómodo mintiendo.

En el pasado, seguramente algunos expresidentes también nos han mentido. Lo que es inusual en esta administración, es la cantidad de falsedades y el descaro con las que se pronuncian. También llama mucho la atención, que sea precisamente este gobierno, que se dice diferente y moralmente superior, el que haga de la mentira una práctica cotidiana y recurso de gobierno.

Los engaños del Presidente producen efectos graves, tanto en la Investidura presidencial, como en la sociedad. Para el mandatario, cada vez resulta más complicado mantener su dicho, sin ser descubierto en la falacia. Los mentirosos compulsivos invariablemente terminan perdiendo la confianza y el respeto de quiénes lo escuchan. Prueba de ello, la semana pasada, en una encuesta de El Financiero, se muestra una caída del 57% al 37% en la credibilidad de las conferencias de López Obrador.

Por otro lado, en la sociedad que recibe el mensaje falso, suceden tres cosas; un grupo que lo rechaza porque tiene la información y conocimientos suficientes para identificar el engaño. Otro sector de la población que sabe que se trata de un embuste, pero por razones de conveniencia personal lo acepta, apoya y difunde. Y un tercer conjunto poblacional, que no reconocen si se les está hablando con la verdad pero que de forma acrítica, aceptan el mensaje porque vienen de una gran autoridad y por ese hecho suponen confiable.

Gobernar con falsedades abiertas, daña a la sociedad porque vive engañada, confundida y confrontada. La armonía y confianza necesarias para el desarrollo del país se encuentran ausentes. La economía se estanca, la desigualdad social aumenta, la inseguridad pública crece, la educación y salud se desfondan. Por su parte, el gobierno salva la coyuntura pero pierde la trascendencia. Si el Presidente desea realmente pasar a la historia, lo primero que debe de hacer es ceñirse a la verdad, por su propio bien y el del país.

*Presidente de la Academia Mexicana de Educación.

En mi anterior colaboración, hablé de los distractores que el Presidente utilizó durante 2019, al final de la misma, dejé algunos apuntes para ser desarrollados posteriormente con mayor amplitud. En esta ocasión, retomo dos de sus principales recursos para desviar la atención o negar la realidad. Me refiero a la mentira, como instrumento para ocultar la verdad de su gobierno y a la utilización, como salida a preguntas difíciles del término “yo tengo otros datos”.

En efecto, desde abril del 2019, cuando el periodista Jorge Ramos confrontó con datos duros la poca efectividad del gobierno en el combate a la delincuencia organizada, el presidente se excusó diciendo que no era así, porque él tenía “otros datos” así de simple, sin citar fuentes ni mostrarlos publícame. Lo mismo ha sucedido en otras ocasiones cuando se le confrontan, con datos oficiales del propio gobierno, la evolución de la economía o el fracaso del manejo de la pandemia del Covid 19.

El uso de esta frase se ha vuelto común en sus conferencias mañaneras. Lo mismo sucede al contestar una pregunta incomoda, invariablemente inicia su respuesta con un tajante NO, ni siquiera tiene la decencia de pedir se investigue lo que está escuchando, de entrada el interlocutor esta descalificado. De la misma forma en que desacredita los señalamientos contrarios a su conveniencia, sus intervenciones públicas están plagadas de abiertas mentiras.

El 15 de abril pasado, la ONG Signos Vitales presentó un reporte titulado “El valor de la Verdad a un tercio del sexenio”. En dicho documento, advierte que el mandatario ha dicho 48000 afirmaciones falsas o sea un promedio de 85 en cada conferencia de prensa. Este récord ni Trump lo tiene, ya que el ex mandatario americano en dos años de gobierno tenía contabilizadas 23,000 mentiras.

En el mismo reporte se señala: “Con un montaje profesional y una adecuada batería de preguntas a modo, el país se prepara cada mañana para escuchar el mismo guion de falsedades, verdades a medias, combinadas de acusaciones, datos no verificables y denostaciones en contra de detractores, así como la interminable lista de promesas incumplidas.”

Al respecto en el diario español El País, en su edición 19 de abril pasado, se lee: “faltar a la verdad en tantas ocasiones sobrepasa cualquier posibilidad de que se trate de confusiones, desajustes o malentendidos. Podemos tropezar dos veces con una piedra y llamarlo accidente, pero 40.000 veces no. La mentira en esa escala tiene que ser una estrategia o, incluso, una postura ante el mundo: decir solamente lo que convenga a la “causa”… y que la verdad recoja sus dientes del suelo después. Si es que puede”.

En lo personal, quisiera compartir la conclusión señalada por el diario El País, ya que de otro modo se podría suponer una patología. Recordamos que mentir viene del latín, “Men”, (mente), “mentiri” (urdir un embuste con la mente). Siguiendo este orden de ideas, en caso de que no fuese una estrategia intencionalmente diseñada, la mentira como habito, indica un desorden mental. A una persona con este desorden se le conoce como mitómano. Es alguien que se siente incómodo diciendo la verdad pero se siente cómodo mintiendo.

En el pasado, seguramente algunos expresidentes también nos han mentido. Lo que es inusual en esta administración, es la cantidad de falsedades y el descaro con las que se pronuncian. También llama mucho la atención, que sea precisamente este gobierno, que se dice diferente y moralmente superior, el que haga de la mentira una práctica cotidiana y recurso de gobierno.

Los engaños del Presidente producen efectos graves, tanto en la Investidura presidencial, como en la sociedad. Para el mandatario, cada vez resulta más complicado mantener su dicho, sin ser descubierto en la falacia. Los mentirosos compulsivos invariablemente terminan perdiendo la confianza y el respeto de quiénes lo escuchan. Prueba de ello, la semana pasada, en una encuesta de El Financiero, se muestra una caída del 57% al 37% en la credibilidad de las conferencias de López Obrador.

Por otro lado, en la sociedad que recibe el mensaje falso, suceden tres cosas; un grupo que lo rechaza porque tiene la información y conocimientos suficientes para identificar el engaño. Otro sector de la población que sabe que se trata de un embuste, pero por razones de conveniencia personal lo acepta, apoya y difunde. Y un tercer conjunto poblacional, que no reconocen si se les está hablando con la verdad pero que de forma acrítica, aceptan el mensaje porque vienen de una gran autoridad y por ese hecho suponen confiable.

Gobernar con falsedades abiertas, daña a la sociedad porque vive engañada, confundida y confrontada. La armonía y confianza necesarias para el desarrollo del país se encuentran ausentes. La economía se estanca, la desigualdad social aumenta, la inseguridad pública crece, la educación y salud se desfondan. Por su parte, el gobierno salva la coyuntura pero pierde la trascendencia. Si el Presidente desea realmente pasar a la historia, lo primero que debe de hacer es ceñirse a la verdad, por su propio bien y el del país.

*Presidente de la Academia Mexicana de Educación.