/ domingo 1 de noviembre de 2020

México, en la ruta de la escisión

La escisión interna ha sido calculadamente incoada, incentivada y potencializada. Si ahora algunos gobernadores han manifestado su aspiración a escindirse del Pacto Federal, no debe extrañarnos. A ello, entre otras consecuencias, conduce la política sectaria y divisionista que se viene impulsando desde el epicentro del poder nacional.

Estudiosos de la etno identidad histórica de nuestros pueblos originarios, destacan que los mayas en realidad nunca se reconocieron tales sino hasta el siglo XX. Fenómeno similar al vivido por los griegos a principios del siglo pasado y con los italianos a finales del XIX. Qué decir de los españoles que hasta la fecha, llevan adherida a su sangre la identidad de su cultura local. La pregunta sería ¿es acaso entonces México una construcción artificial? Sí, porque no hemos sabido ni querido verdaderamente construir una Nación.

México sigue siendo la proyección histórica secular de aquel bastión de poder que a la llegada de los españoles detentaba la mayor concentración de control político económico en esa macro área cultural que, a su vez, construyó y bautizó con el nombre de Mesoamérica, el geoantropólogo Paul Kirckhoff en los años 40 del siglo XX, tratando de identificar al conjunto de grupos étnicos que, a lo largo de los siglos, llegaron a compartir rasgos y pautas culturales similares. Sin embargo, tampoco Mesoamérica fue homogénea porque no lo fue el México prehispánico, y en vez de encontrar una ruta que nos amalgamara, nos hemos especializado en la disolución.

Sí, la construcción de nuestra Nación mexicana, por mucho que nos incomode y duela, no ha dejado de ser artificial, de ahí la facilidad con la que en las últimas décadas, y sobre todo meses, el divisionismo se ha ido fortaleciendo y extendiendo, avivado desde el epipoder, ubicado en ese mismo islote en el que estaba el centro del imperio mexica a finales del siglo XV. Nada más revelador para apuntalar esta afirmación, que acudir a esa Nación que se ostentaba flamantemente independiente hacia 1821.

Los afanes novohispanos por escindirse de la Corona hispánica eran, como en la mayor parte de las colonias americanas, enormes. Criollos y mestizos añoraban no rendir más cuentas a la Madre Patria. Cerca, muy cerca además, estaba el modelo norteamericano en pleno auge integracionista y su esquema de organización política se antojaba. Dejar atrás un pasado monárquico centralista, era altamente apetecible. Por eso la opción elegida fue el modelo republicano y la opción específica: de corte federalista. No obstante, era necesario que las distintas provincias aceptaran el innovador esquema.

Fue un proceso fascinante la génesis del federalismo mexicano. En aquellos momentos, cuatro fueron las primeras provincias que optaron por el federalismo: Jalisco -sí, Jalisco-, Yucatán, Oaxaca y Zacatecas. De ellas, las dos primeras anhelando un liberalismo económico. Las otras dos, en pos del proteccionismo económico. El Plan de Casa Mata, proclamado por Antonio López de Santa Ana, catapultó su gestación y definió la ruta a seguir: el Primer Imperio, encabezado por Iturbide, sucumbió, lo que dio nacimiento a la primera República Federal y a nuestra primera Constitución Federal, jurada el 4 de octubre de 1824, de cuyo espíritu abrevaron las de 1847, 1857 y 1917.

A este punto, debo confesar que escribo sobre este tema presa de la emoción. Los orígenes del federalismo en Yucatán fueron el tema de mi tesis para licenciarme como historiadora en nuestra máxima Casa de Estudios. Desde entonces, hace ya muchos años, aprendí a amar, a entender y respetar el sentir yucateco, pues cuando al paso de las décadas en el siglo XIX, Yucatán se separó del Pacto Federal, fue por sobrevivir frente a un “centro” insensible y egoísta, que nunca le atendió ni escuchó: evidentemente a éste no le importaba el destino de la entidad. Estaba “demasiado lejos”. Lo mismo ocurrió con Texas y en gran medida, esto mismo propició que las provincias del norte no se resistieran a haber sido escindidas de una Nación que no acababa de gestarse y de la que no recibían atención.

Hoy nuestro México está en franco proceso de dinamización. El resquebrajamiento institucional, estructural pero sobre todo moral, es cada vez más evidente: hemos permitido que las raíces de las voces del odio germinen. Si estamos divididos por ideología, filiación política, estrato social, condición económica y visión cultural, es consecuencial que tarde o temprano pueda darse un ¡inminente fin del pacto federal.

Lo grave es que más allá del procedimiento jurídico (“burocrático” como diría el titular del Poder Ejecutivo Federal), no podemos olvidar que nuestro Pacto Federal es producto de la voluntad política popular. Conformamos una Federación porque así cada uno de los estados que la integran lo ha aceptado, pero TODOS Y CADA UNO son ESTADOS LIBRES Y SOBERANOS, además de AUTÓNOMOS, y nuestro pacto de unión es tan fuerte como lo quieran los estados pero tan frágil, como lo haga el Gobierno Federal.


bettyzanolli@gmail.com @BettyZanolli

La escisión interna ha sido calculadamente incoada, incentivada y potencializada. Si ahora algunos gobernadores han manifestado su aspiración a escindirse del Pacto Federal, no debe extrañarnos. A ello, entre otras consecuencias, conduce la política sectaria y divisionista que se viene impulsando desde el epicentro del poder nacional.

Estudiosos de la etno identidad histórica de nuestros pueblos originarios, destacan que los mayas en realidad nunca se reconocieron tales sino hasta el siglo XX. Fenómeno similar al vivido por los griegos a principios del siglo pasado y con los italianos a finales del XIX. Qué decir de los españoles que hasta la fecha, llevan adherida a su sangre la identidad de su cultura local. La pregunta sería ¿es acaso entonces México una construcción artificial? Sí, porque no hemos sabido ni querido verdaderamente construir una Nación.

México sigue siendo la proyección histórica secular de aquel bastión de poder que a la llegada de los españoles detentaba la mayor concentración de control político económico en esa macro área cultural que, a su vez, construyó y bautizó con el nombre de Mesoamérica, el geoantropólogo Paul Kirckhoff en los años 40 del siglo XX, tratando de identificar al conjunto de grupos étnicos que, a lo largo de los siglos, llegaron a compartir rasgos y pautas culturales similares. Sin embargo, tampoco Mesoamérica fue homogénea porque no lo fue el México prehispánico, y en vez de encontrar una ruta que nos amalgamara, nos hemos especializado en la disolución.

Sí, la construcción de nuestra Nación mexicana, por mucho que nos incomode y duela, no ha dejado de ser artificial, de ahí la facilidad con la que en las últimas décadas, y sobre todo meses, el divisionismo se ha ido fortaleciendo y extendiendo, avivado desde el epipoder, ubicado en ese mismo islote en el que estaba el centro del imperio mexica a finales del siglo XV. Nada más revelador para apuntalar esta afirmación, que acudir a esa Nación que se ostentaba flamantemente independiente hacia 1821.

Los afanes novohispanos por escindirse de la Corona hispánica eran, como en la mayor parte de las colonias americanas, enormes. Criollos y mestizos añoraban no rendir más cuentas a la Madre Patria. Cerca, muy cerca además, estaba el modelo norteamericano en pleno auge integracionista y su esquema de organización política se antojaba. Dejar atrás un pasado monárquico centralista, era altamente apetecible. Por eso la opción elegida fue el modelo republicano y la opción específica: de corte federalista. No obstante, era necesario que las distintas provincias aceptaran el innovador esquema.

Fue un proceso fascinante la génesis del federalismo mexicano. En aquellos momentos, cuatro fueron las primeras provincias que optaron por el federalismo: Jalisco -sí, Jalisco-, Yucatán, Oaxaca y Zacatecas. De ellas, las dos primeras anhelando un liberalismo económico. Las otras dos, en pos del proteccionismo económico. El Plan de Casa Mata, proclamado por Antonio López de Santa Ana, catapultó su gestación y definió la ruta a seguir: el Primer Imperio, encabezado por Iturbide, sucumbió, lo que dio nacimiento a la primera República Federal y a nuestra primera Constitución Federal, jurada el 4 de octubre de 1824, de cuyo espíritu abrevaron las de 1847, 1857 y 1917.

A este punto, debo confesar que escribo sobre este tema presa de la emoción. Los orígenes del federalismo en Yucatán fueron el tema de mi tesis para licenciarme como historiadora en nuestra máxima Casa de Estudios. Desde entonces, hace ya muchos años, aprendí a amar, a entender y respetar el sentir yucateco, pues cuando al paso de las décadas en el siglo XIX, Yucatán se separó del Pacto Federal, fue por sobrevivir frente a un “centro” insensible y egoísta, que nunca le atendió ni escuchó: evidentemente a éste no le importaba el destino de la entidad. Estaba “demasiado lejos”. Lo mismo ocurrió con Texas y en gran medida, esto mismo propició que las provincias del norte no se resistieran a haber sido escindidas de una Nación que no acababa de gestarse y de la que no recibían atención.

Hoy nuestro México está en franco proceso de dinamización. El resquebrajamiento institucional, estructural pero sobre todo moral, es cada vez más evidente: hemos permitido que las raíces de las voces del odio germinen. Si estamos divididos por ideología, filiación política, estrato social, condición económica y visión cultural, es consecuencial que tarde o temprano pueda darse un ¡inminente fin del pacto federal.

Lo grave es que más allá del procedimiento jurídico (“burocrático” como diría el titular del Poder Ejecutivo Federal), no podemos olvidar que nuestro Pacto Federal es producto de la voluntad política popular. Conformamos una Federación porque así cada uno de los estados que la integran lo ha aceptado, pero TODOS Y CADA UNO son ESTADOS LIBRES Y SOBERANOS, además de AUTÓNOMOS, y nuestro pacto de unión es tan fuerte como lo quieran los estados pero tan frágil, como lo haga el Gobierno Federal.


bettyzanolli@gmail.com @BettyZanolli