/ jueves 29 de octubre de 2020

México: entre la fe y la razón

Por Enoch Castellanos

En septiembre de 1998 el Papa Juan Pablo II, jerarca de la iglesia católica, publicó una de las encíclicas más famosas de su pontificado: “Sobre las Relaciones entre la Fe y la Razón”. El documento da testimonio de la convicción del autor sobre la profunda unidad entre el conocimiento de la razón y el de la fe.

El mundo y todo lo que sucede en él, como también la historia y las diversas vicisitudes del pueblo, son realidades que se han de ver, analizar y juzgar con los medios propios de la razón, pero sin que la fe sea extraña en este proceso”.

Esta reflexión, precisamente de quien representaba la máxima autoridad de la religión más popular de occidente, debería ser una lectura obligada para muchos políticos de la administración federal actual de México.

Si bien el ejercicio de la política con mayor frecuencia está plagado de intereses y ambiciones particulares o de grupo, suelo pensar que en él debe coexistir el ideario y convicciones de las diferentes expresiones políticas. Estas convicciones podríamos asimilarlas como creencias o dogmas.

Por otra parte, está presente la siempre caprichosa realidad, que contrasta con nuestras creencias y aterriza los sueños de opio de algunos. La realidad y su entendimiento será siempre terreno de la razón: Los datos duros, el método científico y el pragmatismo.

En la actualidad muchas de las decisiones de política pública en materia de energía, salud y economía en México, se están tomando basadas en dogmas de fe e ideologías.

El bloqueo ideológico a la generación de energías renovables, contrasta con la afectación al cambio climático; la falta de apoyos fiscales a micro y pequeñas empresas para evitar su cierre, conlleva la destrucción de empleos; la fallida estrategia de seguridad pública basada en la creencia de que los abrazos alejarán a la gente del hampa, justamente promueve actividades ilícitas; inequívocamente estamos entrando a una época en el país, en donde las posiciones dogmáticas del gobierno y no los argumentos, la fe y no la razón, es lo que está prevaleciendo.

La realidad nunca es blanco y negro, existen muchos tonos de gris en ella, aún si sólo tuviéramos una visión monocromática.

Si por ejemplo, la discusión de la Ley de Ingresos y los fideicomisos públicos se hubiese respetado por parte de legisladores, el argumento de desaparecer únicamente a los que tenían recursos ociosos, y en aquellos en donde había sospechas de corrupción, se hubiera planteado la sustitución por otros fideicomisos con reglas de operación más estrictas y acorde a las políticas que impulsa el gobierno federal, podría haberse mostrado pragmatismo que ganaría apoyo y desarmaría los argumentos de grupos opositores.

El fomento del uso del cubrebocas al inicio de la emergencia sanitaria por parte de las autoridades de salud, con base al cúmulo de evidencia científica a favor, incluso hasta para ponerse del lado seguro de la polémica - la supuesta no efectividad de estos no perjudicaría a los usuarios – hubiera generado una conciencia colectiva de prevención diferente, que sin duda podría haber salvado decenas de miles de vidas. Esto ya ha sido demostrado por Taiwán, país en donde la cultura del uso de cubrebocas aprendida en epidemias anteriores de gripe aviar y porcina, ha puesto en evidencia la disminución de contagios y fatalidades por Covid-19.

Las apuestas presidenciales sobre el crecimiento o decrecimiento de la economía y el empleo en 2020 y 2021, basadas en corazonadas que desestiman estacionalidades, tendencias y datos duros, generan confusión entre las y los mexicanos, e incluso abre un falso debate sobre la pertinencia de medir variables internacionalmente aceptadas como el Producto Interno Bruto (PIB).

La falta de decisiones prácticas, basadas en hechos comprobables y medibles nos sitúan en una sucesión de decisiones que tendrán efectos negativos en el presente y el futuro de millones de familias mexicanas.

No se puede separar la fe de la razón, so pena de caer al vacío esperando que alguien más rescate al pueblo de México de las nefastas consecuencias de no haber antepuesto los argumentos y los hechos a las creencias.

Por Enoch Castellanos

En septiembre de 1998 el Papa Juan Pablo II, jerarca de la iglesia católica, publicó una de las encíclicas más famosas de su pontificado: “Sobre las Relaciones entre la Fe y la Razón”. El documento da testimonio de la convicción del autor sobre la profunda unidad entre el conocimiento de la razón y el de la fe.

El mundo y todo lo que sucede en él, como también la historia y las diversas vicisitudes del pueblo, son realidades que se han de ver, analizar y juzgar con los medios propios de la razón, pero sin que la fe sea extraña en este proceso”.

Esta reflexión, precisamente de quien representaba la máxima autoridad de la religión más popular de occidente, debería ser una lectura obligada para muchos políticos de la administración federal actual de México.

Si bien el ejercicio de la política con mayor frecuencia está plagado de intereses y ambiciones particulares o de grupo, suelo pensar que en él debe coexistir el ideario y convicciones de las diferentes expresiones políticas. Estas convicciones podríamos asimilarlas como creencias o dogmas.

Por otra parte, está presente la siempre caprichosa realidad, que contrasta con nuestras creencias y aterriza los sueños de opio de algunos. La realidad y su entendimiento será siempre terreno de la razón: Los datos duros, el método científico y el pragmatismo.

En la actualidad muchas de las decisiones de política pública en materia de energía, salud y economía en México, se están tomando basadas en dogmas de fe e ideologías.

El bloqueo ideológico a la generación de energías renovables, contrasta con la afectación al cambio climático; la falta de apoyos fiscales a micro y pequeñas empresas para evitar su cierre, conlleva la destrucción de empleos; la fallida estrategia de seguridad pública basada en la creencia de que los abrazos alejarán a la gente del hampa, justamente promueve actividades ilícitas; inequívocamente estamos entrando a una época en el país, en donde las posiciones dogmáticas del gobierno y no los argumentos, la fe y no la razón, es lo que está prevaleciendo.

La realidad nunca es blanco y negro, existen muchos tonos de gris en ella, aún si sólo tuviéramos una visión monocromática.

Si por ejemplo, la discusión de la Ley de Ingresos y los fideicomisos públicos se hubiese respetado por parte de legisladores, el argumento de desaparecer únicamente a los que tenían recursos ociosos, y en aquellos en donde había sospechas de corrupción, se hubiera planteado la sustitución por otros fideicomisos con reglas de operación más estrictas y acorde a las políticas que impulsa el gobierno federal, podría haberse mostrado pragmatismo que ganaría apoyo y desarmaría los argumentos de grupos opositores.

El fomento del uso del cubrebocas al inicio de la emergencia sanitaria por parte de las autoridades de salud, con base al cúmulo de evidencia científica a favor, incluso hasta para ponerse del lado seguro de la polémica - la supuesta no efectividad de estos no perjudicaría a los usuarios – hubiera generado una conciencia colectiva de prevención diferente, que sin duda podría haber salvado decenas de miles de vidas. Esto ya ha sido demostrado por Taiwán, país en donde la cultura del uso de cubrebocas aprendida en epidemias anteriores de gripe aviar y porcina, ha puesto en evidencia la disminución de contagios y fatalidades por Covid-19.

Las apuestas presidenciales sobre el crecimiento o decrecimiento de la economía y el empleo en 2020 y 2021, basadas en corazonadas que desestiman estacionalidades, tendencias y datos duros, generan confusión entre las y los mexicanos, e incluso abre un falso debate sobre la pertinencia de medir variables internacionalmente aceptadas como el Producto Interno Bruto (PIB).

La falta de decisiones prácticas, basadas en hechos comprobables y medibles nos sitúan en una sucesión de decisiones que tendrán efectos negativos en el presente y el futuro de millones de familias mexicanas.

No se puede separar la fe de la razón, so pena de caer al vacío esperando que alguien más rescate al pueblo de México de las nefastas consecuencias de no haber antepuesto los argumentos y los hechos a las creencias.