/ lunes 11 de diciembre de 2017

México: profundo rezago educativo secular

2 de diciembre de 1867: Benito Juárez es presidente de la República y, como tal, promulga la Ley Orgánica de Instrucción Pública que habrá de reformar al sistema educativo mexicano a menos de cinco meses de lograr la reinstalación del gobierno federal y de nombrar a Antonio Martínez de Castro como titular del ministerio de Justicia e Instrucción Pública. Ley que es producto del trabajo de una comisión integrada por el ingeniero Francisco Díaz Covarrubias, su hermano José María, los doctores Pedro Contreras Elizalde, Ignacio Alvarado y Leopoldo Río de la Loza, los licenciados Eulalio María Ortega, Agustín Bazán y Antonio Tagle, el naturalista Alfonso Herrera y el doctor Gabino Barreda.

Es la más importante y verdadera reforma educativa que ha tenido México en su historia. Y es que no sólo implicó el haber establecido cuáles serían las asignaturas a impartir en las escuelas de Medicina, de Agricultura y Veterinaria, de Ingenieros, de Naturalistas, de Bellas Artes, de Música y Declamación, de Comercio, en la Escuela Normal, en la de Artes y Oficios y en la de Sordomudos. Fue la piedra miliar que permitió la fundación de una institución que habría de transformar la educación media superior en el país desde el momento en que dictaminó la creación de la Escuela Nacional Preparatoria (ENP), a partir de la clausura del colegio jesuita de San Ildefonso.

El espíritu que animaba a este grupo selecto de liberales ilustrados, indudablemente abrevaba de los postulados positivistas de la escuela francesa parisina de Auguste Comte, para quien el hombre no sería más un ser pasivo y conforme, sino pensante, racional y ferviente defensor de los grandes postulados revolucionarios de 1789: libertad, igualdad y fraternidad entre los hombres. Fundamentos, todos ellos, que habría de enarbolar la nueva generación de pensadores, para los que la evolución, el progreso, el orden, la civilización y la ciencia, serían las nuevas divisas por las que luchar.

Sin embargo, como bien lo postulaba el filósofo francés, para que pudiera reinar la paz, el hombre debería comprender que todo debe estar inscrito dentro de la acción normativa, particularmente de las leyes de la naturaleza, del conocimiento de “lo dado”, en la medida que es natural, positivo y explicativo. De ahí que el hombre podría progresar siempre que sus acciones siguieran un orden y éstas cumplieran con las leyes de los tres estados: teológico, metafísico y positivo. ¿Les asistía la razón?

El veredicto lo tiene la historia, pero de lo que no cabe duda es que dicha reforma educativa fue verdaderamente todo un hito, insuperable, en la educación de nuestra sociedad. 150 años han pasado y ninguna otra reforma ha podido superarla. Vivimos de su gloria. ¡Qué lejos estamos de aquellos grandes filósofos como Barreda, de los intelectuales señeros que tuvieron a su cargo la secretaría de Educación Pública como José Vasconcelos, Agustín Yáñez y Jaime Torres Bodet o de los ilustres catedráticos que estuvieron al frente de la ENP como Raúl Pous Ortíz, Moisés Hurtado, Enrique Espinosa Suñer, Ernesto Schettino Maimone o Héctor Herrera León y Vélez!

Hoy en día el sistema educativo nacional en nuestro país vive momentos aciagos. Sus titulares solo utilizan el cargo como un mero trampolín político. Para esto sirve llegar a ser, por ejemplo, secretario de Educación Pública, para “impulsar” o coadyuvar a impulsar una reforma “educativa” que en el fondo lo único que persigue es controlar los cotos de poder que el sindicalismo “a modo”, al paso de los años, había logrado cooptar.

Al Estado, encarnado en los grupos de poder actuales, no le importa la formación de las nuevas generaciones de ciudadanos mexicanos. Si no saben, qué importa, y si saben, que no estorben. Otros tiempos vivimos, muy distintos, diametralmente opuestos a los que algún día vivió México cuando otros eran sus dirigentes. El rezago intelectual secular de México es uno de los principales lastres contra los que debemos luchar.

bettyzanolli@gmail.com          

@BettyZanolli

2 de diciembre de 1867: Benito Juárez es presidente de la República y, como tal, promulga la Ley Orgánica de Instrucción Pública que habrá de reformar al sistema educativo mexicano a menos de cinco meses de lograr la reinstalación del gobierno federal y de nombrar a Antonio Martínez de Castro como titular del ministerio de Justicia e Instrucción Pública. Ley que es producto del trabajo de una comisión integrada por el ingeniero Francisco Díaz Covarrubias, su hermano José María, los doctores Pedro Contreras Elizalde, Ignacio Alvarado y Leopoldo Río de la Loza, los licenciados Eulalio María Ortega, Agustín Bazán y Antonio Tagle, el naturalista Alfonso Herrera y el doctor Gabino Barreda.

Es la más importante y verdadera reforma educativa que ha tenido México en su historia. Y es que no sólo implicó el haber establecido cuáles serían las asignaturas a impartir en las escuelas de Medicina, de Agricultura y Veterinaria, de Ingenieros, de Naturalistas, de Bellas Artes, de Música y Declamación, de Comercio, en la Escuela Normal, en la de Artes y Oficios y en la de Sordomudos. Fue la piedra miliar que permitió la fundación de una institución que habría de transformar la educación media superior en el país desde el momento en que dictaminó la creación de la Escuela Nacional Preparatoria (ENP), a partir de la clausura del colegio jesuita de San Ildefonso.

El espíritu que animaba a este grupo selecto de liberales ilustrados, indudablemente abrevaba de los postulados positivistas de la escuela francesa parisina de Auguste Comte, para quien el hombre no sería más un ser pasivo y conforme, sino pensante, racional y ferviente defensor de los grandes postulados revolucionarios de 1789: libertad, igualdad y fraternidad entre los hombres. Fundamentos, todos ellos, que habría de enarbolar la nueva generación de pensadores, para los que la evolución, el progreso, el orden, la civilización y la ciencia, serían las nuevas divisas por las que luchar.

Sin embargo, como bien lo postulaba el filósofo francés, para que pudiera reinar la paz, el hombre debería comprender que todo debe estar inscrito dentro de la acción normativa, particularmente de las leyes de la naturaleza, del conocimiento de “lo dado”, en la medida que es natural, positivo y explicativo. De ahí que el hombre podría progresar siempre que sus acciones siguieran un orden y éstas cumplieran con las leyes de los tres estados: teológico, metafísico y positivo. ¿Les asistía la razón?

El veredicto lo tiene la historia, pero de lo que no cabe duda es que dicha reforma educativa fue verdaderamente todo un hito, insuperable, en la educación de nuestra sociedad. 150 años han pasado y ninguna otra reforma ha podido superarla. Vivimos de su gloria. ¡Qué lejos estamos de aquellos grandes filósofos como Barreda, de los intelectuales señeros que tuvieron a su cargo la secretaría de Educación Pública como José Vasconcelos, Agustín Yáñez y Jaime Torres Bodet o de los ilustres catedráticos que estuvieron al frente de la ENP como Raúl Pous Ortíz, Moisés Hurtado, Enrique Espinosa Suñer, Ernesto Schettino Maimone o Héctor Herrera León y Vélez!

Hoy en día el sistema educativo nacional en nuestro país vive momentos aciagos. Sus titulares solo utilizan el cargo como un mero trampolín político. Para esto sirve llegar a ser, por ejemplo, secretario de Educación Pública, para “impulsar” o coadyuvar a impulsar una reforma “educativa” que en el fondo lo único que persigue es controlar los cotos de poder que el sindicalismo “a modo”, al paso de los años, había logrado cooptar.

Al Estado, encarnado en los grupos de poder actuales, no le importa la formación de las nuevas generaciones de ciudadanos mexicanos. Si no saben, qué importa, y si saben, que no estorben. Otros tiempos vivimos, muy distintos, diametralmente opuestos a los que algún día vivió México cuando otros eran sus dirigentes. El rezago intelectual secular de México es uno de los principales lastres contra los que debemos luchar.

bettyzanolli@gmail.com          

@BettyZanolli