/ viernes 8 de abril de 2022

México y Ucrania: los mapas de la “guerra”

Los internacionalistas solemos identificarnos con la frase “pensar globalmente, actuar localmente”. Guardando las necesarias proporciones y diferencias de cada situación, creemos que se pueden encontrar hilos conductores en la vorágine de lo que sucede en otros países, para explicar las complejidades del propio. Es natural escribir esto y recordar aquellas clases de universidad en las que Mauricio Meschoulam insistía –pero verdaderamente insistía– sobre la importancia de ejercer lo que Edgar Morin llamó el “pensamiento complejo”.


La situación actual en Ucrania presenta algunas claves válidas para México. Una de ellas es la manera en que los mapas han representado las llamadas “guerras” en ambos países. La de Ucrania tras la invasión rusa, y la de México con la desafortunada frase “guerra contra el crimen organizado”.


Para el caso de Ucrania, los mapas que think tanks y medios de comunicación occidentales usaron inicialmente para representar el avance de la incursión militar rusa fueron motivo de cuestionamientos. Max Rosen, por ejemplo, decía: “Creo que los equipos de visualización en muchos medios de comunicación deben repensar cómo mapean la guerra [en Ucrania]. No hay ‘áreas’ completas que estén ‘bajo control’ [ruso]”. Otra inquietud similar provenía de Anne Applebaum, columnista de The Atlantic: “¿Qué significan esos mapas que muestran los avances de las tropas rusas, si no hay un control ruso significativo de ese territorio?”. Lawrence Freedman, Profesor Emérito del King’s College London, daba al clavo con lo siguiente: “Pero los mapas no muestran el alcance total del dilema que enfrentan los rusos. […] Presencia no es lo mismo que control”.


No es descabellado, incluso, pensar que estas representaciones hayan jugado, al menos en un inicio, en favor de la maquinaria de propaganda y desinformación rusa. Por un lado, los mapas fueron una proyección del poderío militar ruso y generadoras naturales de narrativas. Por el otro, ocultaron momentáneamente las severas limitaciones logísticas, materiales y de capacitación que enfrenta el ejército ruso. Y así, la agresión rusa rápidamente se convirtió en “ocupación”, y la incursión militar se tradujo en “control territorial”.


México no es ajeno a esta situación. Son ampliamente taquilleros los mapas que explican la geografía criminal en el país según el color que corresponda a cada grupo criminal. Ningún área del territorio nacional se salva. No sorprende, por lo tanto, que bajo esta representación los grupos delictivos que operan en México sean considerados –y se asuman– como una fuerza invasora capaz de controlar un territorio a punta de kalashnikovs y desfiles cuasimilitares. No obstante, aunado al efecto propagandístico que alimenta el imaginario criminal, este tipo de representaciones y narrativas omiten las complejidades inherentes a que los grupos delictivos jueguen un rol político en una comunidad en tanto ayudan a actores legales –políticos y económicos– a buscar, concentrar y ejercer poder.


Para cerrar, el “control territorial” es una expresión esencialmente política y no militar. De eso se dieron cuenta los EUA en Afganistán. De eso se está dando cuenta Rusia en Ucrania. El que gobiernos, medios de comunicación y think tanks seamos más cautos y rigurosos al representar la operación de los grupos delictivos en México, no sólo podría traer mejores insumos para políticas públicas, sino también un poco de esperanza a un país harto de tanta sangría.


Consultor

Los internacionalistas solemos identificarnos con la frase “pensar globalmente, actuar localmente”. Guardando las necesarias proporciones y diferencias de cada situación, creemos que se pueden encontrar hilos conductores en la vorágine de lo que sucede en otros países, para explicar las complejidades del propio. Es natural escribir esto y recordar aquellas clases de universidad en las que Mauricio Meschoulam insistía –pero verdaderamente insistía– sobre la importancia de ejercer lo que Edgar Morin llamó el “pensamiento complejo”.


La situación actual en Ucrania presenta algunas claves válidas para México. Una de ellas es la manera en que los mapas han representado las llamadas “guerras” en ambos países. La de Ucrania tras la invasión rusa, y la de México con la desafortunada frase “guerra contra el crimen organizado”.


Para el caso de Ucrania, los mapas que think tanks y medios de comunicación occidentales usaron inicialmente para representar el avance de la incursión militar rusa fueron motivo de cuestionamientos. Max Rosen, por ejemplo, decía: “Creo que los equipos de visualización en muchos medios de comunicación deben repensar cómo mapean la guerra [en Ucrania]. No hay ‘áreas’ completas que estén ‘bajo control’ [ruso]”. Otra inquietud similar provenía de Anne Applebaum, columnista de The Atlantic: “¿Qué significan esos mapas que muestran los avances de las tropas rusas, si no hay un control ruso significativo de ese territorio?”. Lawrence Freedman, Profesor Emérito del King’s College London, daba al clavo con lo siguiente: “Pero los mapas no muestran el alcance total del dilema que enfrentan los rusos. […] Presencia no es lo mismo que control”.


No es descabellado, incluso, pensar que estas representaciones hayan jugado, al menos en un inicio, en favor de la maquinaria de propaganda y desinformación rusa. Por un lado, los mapas fueron una proyección del poderío militar ruso y generadoras naturales de narrativas. Por el otro, ocultaron momentáneamente las severas limitaciones logísticas, materiales y de capacitación que enfrenta el ejército ruso. Y así, la agresión rusa rápidamente se convirtió en “ocupación”, y la incursión militar se tradujo en “control territorial”.


México no es ajeno a esta situación. Son ampliamente taquilleros los mapas que explican la geografía criminal en el país según el color que corresponda a cada grupo criminal. Ningún área del territorio nacional se salva. No sorprende, por lo tanto, que bajo esta representación los grupos delictivos que operan en México sean considerados –y se asuman– como una fuerza invasora capaz de controlar un territorio a punta de kalashnikovs y desfiles cuasimilitares. No obstante, aunado al efecto propagandístico que alimenta el imaginario criminal, este tipo de representaciones y narrativas omiten las complejidades inherentes a que los grupos delictivos jueguen un rol político en una comunidad en tanto ayudan a actores legales –políticos y económicos– a buscar, concentrar y ejercer poder.


Para cerrar, el “control territorial” es una expresión esencialmente política y no militar. De eso se dieron cuenta los EUA en Afganistán. De eso se está dando cuenta Rusia en Ucrania. El que gobiernos, medios de comunicación y think tanks seamos más cautos y rigurosos al representar la operación de los grupos delictivos en México, no sólo podría traer mejores insumos para políticas públicas, sino también un poco de esperanza a un país harto de tanta sangría.


Consultor