/ sábado 21 de octubre de 2017

México ya existía, existirá sin Tratado

Si consideramos válidas las declaraciones de mitad de semana de la vocera de la Casa Blanca, Sarah Sander, entonces el Tratado de Libre Comercio de América del Norte “no está muerto todavía”. Concluyeron las tres primeras rondas de negociaciones, pero no fueron suficientes para llegar a acuerdos y entonces se programaron otras.

Según la propia Sander, ellos seguirán “empujando hacia adelante y si no podemos llegar ahí ya les diremos cuáles son los cambios”. Pero la historia ha sido la misma con el presidente norteamericano Donald Trump: una cosa dicen sus voceros y funcionarios y otra genera él con sus “tuits” y declaraciones.

De este lado, del gobierno de México y sus negociadores encabezados por el secretario Ildefonso Guajardo, hay consciencia clara de que el Tratado debe beneficiar a los tres países, sus productores y trabajadores. No es, no ha sido, como muy mañosa y malosamente ha declarado Trump, “un mal acuerdo”.

Está bien, como declaró la propia vocera Sander, que Trump quiera asegurarse de un acuerdo que beneficie a los trabajadores estadounidenses. Es lo mismo que han declarado el presidente Peña de México y el primer ministro Trudeau de Canadá. Las tres naciones quieren y están negociando para ganar, no para “agandallarse”.

Por ello, como lo declaró el secretario Guajardo, es “completamente inaceptable” la cláusula sunset o de extinción, con la que se buscaría terminar el tratado cada cinco años a menos que las partes decidan renovarlo. Aceptarla sería generar gran incertidumbre entre los inversionistas.

El esfuerzo de nuestros negociadores, y de los canadienses que han coincidido con las posturas de México, seguirá en las próximas rondas. La que se hará en México en noviembre y a principios del año próximo. Seguir en la mesa implica, por supuesto, mantener el Tratado vivo y con la postura de negociar para llegar acuerdos que beneficien a México.

“Independientemente de nuestras frustraciones, nuestras satisfacciones o nuestras decepciones, hemos puesto en la mesa un compromiso de seguir intentando encontrar una solución por más difícil o compleja que sea”, dijo el secretario Guajardo.

A pesar de Trump, de sus declaraciones imprudentes, de sus afanes amedrentadores y el populismo al que quiere someter el Tratado para único y exclusivo beneficio político personal, nuestro gobierno tiene el plan b, en caso de que al final todo fracase. Tenemos claro cuáles serían las consecuencias para el comercio exterior mexicano de perder esa preferencia arancelaria.

Hay consciencia de los sectores productivos de México y parece que también de Canadá, de que la eventual anulación del Tratado y la consecuente acogida a las normas internacionales del comercio, no es el mejor escenario pero sí un escenario posible con el que se puede trabajar y ajustar la economía de quienes utilizan hoy este tratado para hacer negocios.

En otras palabras, a pesar de las ventajas que ha generado el Tratado para los productores de los tres países durante 23 años, antes de 1994 existía un México pujante que va a seguir existiendo si termina el acuerdo comercial, y sus gobiernos seguirán tratando de generar las condiciones para producir riqueza y satisfactores a los ciudadanos.

Es cierto que hay en el ambiente algunas amenazas. Presiones sobre el peso mexicano que, de acabarse el Tratado, pudiera tener una devaluación frente al dólar. Aún así, si fuera el caso, tenemos condiciones de estabilidad y fortaleza financiera.

Una gran ventaja, que de muchas maneras ayuda al gobierno mexicano y a sus negociadores, es que en México hay plena y absoluta seguridad de que estamos haciendo las cosas bien, que no se han aceptado condiciones que puedan lastimar a los mexicanos, que en las negociaciones no hay posturas indignas ni de sometimiento y que no tenemos porqué ser rehenes de los desequilibrios del presidente norteamericano Trump.

 

Senador por el PRI

Si consideramos válidas las declaraciones de mitad de semana de la vocera de la Casa Blanca, Sarah Sander, entonces el Tratado de Libre Comercio de América del Norte “no está muerto todavía”. Concluyeron las tres primeras rondas de negociaciones, pero no fueron suficientes para llegar a acuerdos y entonces se programaron otras.

Según la propia Sander, ellos seguirán “empujando hacia adelante y si no podemos llegar ahí ya les diremos cuáles son los cambios”. Pero la historia ha sido la misma con el presidente norteamericano Donald Trump: una cosa dicen sus voceros y funcionarios y otra genera él con sus “tuits” y declaraciones.

De este lado, del gobierno de México y sus negociadores encabezados por el secretario Ildefonso Guajardo, hay consciencia clara de que el Tratado debe beneficiar a los tres países, sus productores y trabajadores. No es, no ha sido, como muy mañosa y malosamente ha declarado Trump, “un mal acuerdo”.

Está bien, como declaró la propia vocera Sander, que Trump quiera asegurarse de un acuerdo que beneficie a los trabajadores estadounidenses. Es lo mismo que han declarado el presidente Peña de México y el primer ministro Trudeau de Canadá. Las tres naciones quieren y están negociando para ganar, no para “agandallarse”.

Por ello, como lo declaró el secretario Guajardo, es “completamente inaceptable” la cláusula sunset o de extinción, con la que se buscaría terminar el tratado cada cinco años a menos que las partes decidan renovarlo. Aceptarla sería generar gran incertidumbre entre los inversionistas.

El esfuerzo de nuestros negociadores, y de los canadienses que han coincidido con las posturas de México, seguirá en las próximas rondas. La que se hará en México en noviembre y a principios del año próximo. Seguir en la mesa implica, por supuesto, mantener el Tratado vivo y con la postura de negociar para llegar acuerdos que beneficien a México.

“Independientemente de nuestras frustraciones, nuestras satisfacciones o nuestras decepciones, hemos puesto en la mesa un compromiso de seguir intentando encontrar una solución por más difícil o compleja que sea”, dijo el secretario Guajardo.

A pesar de Trump, de sus declaraciones imprudentes, de sus afanes amedrentadores y el populismo al que quiere someter el Tratado para único y exclusivo beneficio político personal, nuestro gobierno tiene el plan b, en caso de que al final todo fracase. Tenemos claro cuáles serían las consecuencias para el comercio exterior mexicano de perder esa preferencia arancelaria.

Hay consciencia de los sectores productivos de México y parece que también de Canadá, de que la eventual anulación del Tratado y la consecuente acogida a las normas internacionales del comercio, no es el mejor escenario pero sí un escenario posible con el que se puede trabajar y ajustar la economía de quienes utilizan hoy este tratado para hacer negocios.

En otras palabras, a pesar de las ventajas que ha generado el Tratado para los productores de los tres países durante 23 años, antes de 1994 existía un México pujante que va a seguir existiendo si termina el acuerdo comercial, y sus gobiernos seguirán tratando de generar las condiciones para producir riqueza y satisfactores a los ciudadanos.

Es cierto que hay en el ambiente algunas amenazas. Presiones sobre el peso mexicano que, de acabarse el Tratado, pudiera tener una devaluación frente al dólar. Aún así, si fuera el caso, tenemos condiciones de estabilidad y fortaleza financiera.

Una gran ventaja, que de muchas maneras ayuda al gobierno mexicano y a sus negociadores, es que en México hay plena y absoluta seguridad de que estamos haciendo las cosas bien, que no se han aceptado condiciones que puedan lastimar a los mexicanos, que en las negociaciones no hay posturas indignas ni de sometimiento y que no tenemos porqué ser rehenes de los desequilibrios del presidente norteamericano Trump.

 

Senador por el PRI