Esta semana, la historia de Gisèle Pelicot ha llegado a los medios de comunicación por el juicio que se sigue, en Francia, contra su esposo que la drogaba y dejaba inconsciente para ofrecerla a desconocidos que la abusaban sexualmente.
El hombre, Dominique P, tiene 71 años, igual que su ex esposa. Esto sucedió entre 2011 y 2020, es decir, cuando ambos rondaban los 60 años. Esto solo para enfatizar que los trastornos sexuales, como el del inculpado, se presentan desde temprana edad y, si no se atienden, duran toda la vida.
Ni la propia víctima, Gisèle, sabía lo que sucedía, pues ella perdía por completo el conocimiento, luego de que su esposo le suministraba ansiolíticos. Obviamente, llegó a tener malestares físicos que la mujer no se explicaba, pues esto ocurrió en repetidas ocasiones, durante nueve años.
Las autoridades presentaron pruebas de 92 violaciones en las que participaron hombres entre los 26 y los 74 años, de distintos orígenes: obreros, camioneros, un periodista, un enfermero, un guardia. Muchos de ellos padres de familia.
Sumisión química
Ella ni imaginaba que el hombre con quien había vivido por 50 años y procreado tres hijos, la usaba de esa manera. Dominique contactaba a los hombres en una aplicación de citas y les ofrecía a su mujer, sin recibir pago alguno, pero con la condición de poder tomar fotografías y video grabar las escenas.
Les pedía que no fumaran, no usaran lociones y no hicieran ruido. Otro requisito perverso era que se calentaran las manos, antes de tocarla, para evitar que la víctima se despertara.
Del centenar de hombres que contactó, solo tres se negaron a participar de esa práctica en la que la mujer no estaba consciente. Esto hace referencia al “consentimiento”, es decir, si la otra persona no está en sus cinco sentidos para aprobar en encuentro sexual, entonces no se lleva a cabo. Punto.
Aquellos que aceptaron entrar en esa práctica, denominada penalmente como “sumisión química”, ahora están bajo la misma investigación que enfrenta Dominique. Son 51 hombres que las autoridades lograron detener en este proceso que se calcula tardará cuatro meses.
Este escándalo de violencia sexual pone sobre la mesa la administración de sustancias psicoactivas, sin el conocimiento de la víctima o bajo amenaza, con fines delictivos como la violación. Y, además, nos hace reflexionar sobre lo que se esconde detrás de esos matrimonios longevos y supuestamente felices.
Dejé de llamarte padre
Desde marzo de 2024, la hija de esta pareja, Caroline Darian, publicó el libro “Et j'ai cessé de t'appeler papa: Quand la soumission chimique frappe une famille / Y dejé de llamarte papá: Cuando la sumisión química rompe una familia”. El juicio inició el 2 de septiembre, un par de días previos al Día Mundial de la Salud Sexual que en 2024, casualmente, está destinado a reflexionar sobre las relaciones de pareja.
A Caroline le toca contar la historia de este padre que deja heridas profundas en ella y en sus dos hermanos. Ha acompañado a su madre en un juicio en el que Gisèle aparece públicamente, con la cabeza en alto, mientras en privado se enfrenta a la realidad del diagnóstico de enfermedades de transmisión sexual y al estrés postraumático de haber visto las imágenes que documentan cada violación.
A sus 71 años, el inculpado está por enfrentar 20 años de prisión. Es, en estos casos, cuando psicoterapeutas conductuales, sexólogos y educadores sexuales estamos pendientes de conocer la historia a fondo para saber desde qué edad el agresor comenzó a presentar este trastorno y cómo lograba esconderlo de su familia.
Como diría la activista Saskia Niño de Rivera, directora de Reinserta que brinda atención psicosocial en centros penitenciarios, parte de la solución a la violencia (de cualquier tipo) es dar rehabilitación a los agresores. Incluso identificar a pederastas y violadores en potencia que deberían recibir atención psicológica desde muy temprana edad, cuando se presenten rasgos de estas conductas.
En el caso de la atención a las víctimas, siempre habrá que aplaudir a mujeres como Gisèle que deciden hacer pública su historia para que no se vuelva a repetir y para que otros casos también salgan a la luz. Así, con la frente en alto, porque ella no tiene nada de qué avergonzarse. Como dijo su abogado: “La vergüenza debe cambiar de bando”.