En redes, está circulando la campaña #NotAllMen, a propósito del caso Gisèle Pelicot, la mujer francesa a quien su esposo drogaba para que hombres desconocidos la violaran.
Esta frase de “No todos los hombres” ha sido criticada, pues se refiere a que no todos los varones son como el victimario Dominique P y es una etiqueta que busca descargar la culpa sobre aquellos que no presentan estas conductas.
Sin embargo, resulta que la mayoría de los agresores sexuales —más de 80, en el caso de Gisèle— son hombres, por lo que en vez de decir. “No todos somos iguales”, las críticas apuntan a que sean los mismos hombres los que tomen acciones para que se deje de reproducir la llamada cultura de la violación.
¿Tu vecino, tu agresor?
Imagine que esto pasó en un pueblo pequeño de 6 mil habitantes, al sur de Francia. Los agresores son vecinos de esa población o llegaban de poblados cercanos, previamente contactados por el ex esposo de Gisèle, a través de un sitio de citas.
De los 80 agresores que participaron en estas violaciones, durante 9 años, han sido identificados y aprendidos 50. Es decir, que todavía hay otros 30 hombres, en los alrededores, viendo las noticias y confiando en que, “de suerte”, a ellos no los pillaron.
No imagine a los agresores como personajes sacados de una película de terror, malencarados, corpulentos, desaliñados, con la mirada amenazante, y que viven en lugares oscuros o subterráneos. ¡Noooo! Se trata de esposos y padres de familias o de ese vecino sonriente que le saluda por las mañanas.
Son hombres con trabajos tan ordinarios como un periodista, un enfermero, un político local, un custodio, un bombero, un ex policía. A algunos se les ha visto en las imágenes del juzgado donde se lleva el caso y aunque tapan parte de su rostro con cubrebocas o con las manos, al mirarlos uno dice: son señores cualquiera que nos podríamos topar en una calle cualquiera.
Ahora piense en el drama de las familias de estos 51 hombres. La tristeza, el enojo y el desconcierto de sus esposas y de sus hijos que quizá no acaban de creer lo que está pasando.
Aunque la legislación protege a las personas sujetas a proceso para que ni sus nombres ni sus identidades sea revelados, cuando la víctima principal Gisèle renunció a su derecho al anónimato, algunos usuarios de redes sociales comenzaron a ventilar los nombres y los rostros de los agresores a manera de solidaridad con la víctima.
Al grado que la defensa de los inculpados pidió que esto sea sancionado y no se haga más, pues sobre sus defendidos están recayendo amenazas digitales y personales, pues algunos están pasando el proceso judicial en libertad.
¿Quién es Jean-Pierre Marechal?
Por si esto fuera poco, resulta que uno de los inculpados, Jean-Pierre Marechal, jamás tocó a Gisèle ni participó de esas prácticas de sumisión química contra ella. ¿Pero qué creen que hizo?
Marechal, de 63 años, comenzó a repetir el mismo modus operandi con su propia esposa. Es decir que cuando se enteró de lo que hacía Dominique P, en vez de denunciarlo, también comenzó a usar ansiolíticos para dejar inconsciente a su propia pareja y luego abusarla. En algunas ocasiones, lo hacía en compañía de su mentor de parafilias sexuales.
Este hombre ha dado la cara públicamente para admitir su delito e incluso pedir cadena perpetua. Es lo menos que podía hacer, luego de que su propia esposa no lo denunció y no le pidió el divorcio, argumentando que ella privilegiaba que antes de esta conducta, él siempre había sido una pareja ejemplar.
¿Qué castigo merecen estos hombres? Además del escarnio publico y de los 20 años de prisión que pide la ley ante este delito, también que les cobren la psicoterapia que van a necesitar sus esposas, hijos y hasta nietos.
Ellos mismos necesitan terapia sexual para entender por qué participaron de una práctica que se acerca a la necrofilia, al encontrar placer en abusar de una persona en estado de inconsciencia. Además de aceptar condiciones tan perversas como ser videograbados y no usar condón.
¿Y Dominique P?
El ex esposo de Gisèle no se presentó a declarar esta semana, argumentando problemas de salud. Los detalles que conocemos del señor es por los psicológos que ya platicaron con él y presentaron su testimonio en el juzgado.
Ellos refieren que Dominique fue objeto de abuso sexual infantil a los 9 años de edad y a eso se atribuye parte de las conductas del inculpado, como ser un hombre "irascible". Al parecer, también tuvo una figura paterna/masculina violenta que inspiraba miedo, por lo que terminó odiando a su padre y replicando ese carácter colérico.
La sexualidad del señor Pelicot era ordinaria en público, pero en su vida de pareja, al parecer, era bastante audaz y, quizá ya aburrido luego de casi cuatro décadas de matrimonio, comenzó a solicitar a su esposa que incursionaran en el intercambio de parejas o prácticas “swinger” que Gisèle rechazó.
Para canalizar su ímpetu sexual, Dominique comenzó a usar sitios web con chats pornográficos.
Se especula que las violaciones contra su esposa podrían ser una especie de venganza, motivadas por el rechazo de ella a participar en prácticas swinger, pues los expertos en psicología también han declarado que el hombre tiene una personalidad egocéntrica con tendencia a mentir y a manipular.
En resumen, esta historia no es tan ajena a lo que puede ocurrir en una casa donde se ve pornografía o se minimiza el abuso sexual infantil.
Es una historia que pide a gritos que la sociedad deje de escandalizarse y empiece a incluir programas sobre sexualidad saludable en las escuelas, en lugar de seguir siendo hipócritas y ocultar problemas que pueden derivar en dramas como el que está viviendo la familia de Dominique P y las familias de los otros 51 inculpados.