/ viernes 7 de junio de 2024

Mi mamá y el sexo / Sexo con amigos

Jamás he tenido sexo con mis amigos. Alguna vez lo intenté y no lo logré. Ya con los chones a mitad de camino decidí no ir más lejos, no solo por las creencias que me atraviesan, sino porque no puedo controlar las creencias del otro.

Así que cuando leí que la periodista española Raquel Mascaraque ha tenido sexo con amigos a los que ama profundamente, sin que eso signifique relaciones de pareja, pensé dos cosas. ¡Qué afortunada! Y... claro, es que ella es europea.

Ella lo cuenta en su libro “¡A cerebrar!: Un viaje por tus emociones a través de la neurociencia” (que compré en ebook por Amazon). Anota que vinculamos el amor al compromiso. Cuántas veces no escuché en mi casa eso de: A esta casa solo se trae al novio que ya será tu marido.

Ni siquiera me atrevía a llevar a amigos varones, porque seguro que mi mamá pensaría que ya nos habíamos encamado. Esas frases que nos dicen en casa para cablear nuestro cerebro respecto a lo que debe ser la sexualidad es lo que determina si nuestras relaciones erótico-afectivas serán saludables o terminaremos en un laberinto tóxico que nos parezca sin salida.

Luego vienen las películas y la mercadotecnia a terminar de confundirnos. Con esos guiones de "amigos con derechos" que seguro se les hacen muy divertidos a los productores, pero que siempre terminan en un enamoramiento romántico empedernido en el que viven felices para siempre. ¿¿¿¿¡¡¡¡Whaaaat!!!!????

Sexo y neurociencias

Me gustó la aproximación que hace Mascaraque desde las neurociencias sobre los circuitos cerebrales implicados en la sexualidad y que podrían explicar por qué ella dice que ha tenido relaciones sexuales con amigos e incluso decirles "te quiero", sin que eso termine en boda.

El deseo sexual, el enamoramiento y el apego son tres carreteras distintas dentro del cerebro. El primero está liderado por la testosterona y los estrógenos que nos incitan al riesgo. El segundo está ligado a la dopamina que nos llama a la acción y a repetir aquello que nos ha sido placentero. El tercero está vinculado a la oxitocina que genera lazos de unión.

En las relaciones pueden confluir los tres circuitos o solo uno. Es por eso que una persona puede tener sexo con un amigo sin buscar generar una relación de apego más profunda. Si ambas personas lo tienen claro, entonces podrían compartir la intimidad sin riesgo a confundirse.

El problema es cuando la cultura y los programas de televisión nos han educado para tener una determinada percepción de cómo vivir la sexualidad.

De todas las explicaciones del sexo y del amor desde la neurociencia, esta que recopila Mascaraque lo resume en: darse la oportunidad de sentir ese cocktail hormonal que nosotros mismos podemos producir en nuestro cerebro, sin necesidad de consumir sustancia ilícitas, y sabiendo qué carreteras cerebrales se están cruzando al momento de dar un beso, de decir "te amo" o abrazar a alguien en la desnudez.

"Si finalmente decides jugar y asumir el riesgo es fundamental que seas consciente de lo importante que es escuchar a la otra persona, pero también escucharte a ti. Así, ese ´te quiero’ no implicará ceder los mandos de tu nave, sino solo compartirlos para disfrutar la experiencia", escribe la periodista española.

Esto no significa que, ya dominado el tema, vamos a acostarnos con todos nuestros amigüis. (¡Uy qué europeos que somos!) No. Significa que seremos más conscientes de por qué tenemos relaciones sexuales y con quienes. No significa darle rienda suelta al instinto sino realmente reflexionar, pensar, "cerebrar" sobre la sexualidad.

De ahí que el título del libro me pareciera también una genialidad. Proponer un verbo nuevo: cerebrar —yo cerebro; tu cerebras; él/ella/elle cerebra— ¿Sobre qué podemos "cerebrar"? Nosotros cerebramos sobre el amor. Ustedes cerebran sobre las emociones. Ellos/ellas/elles cerebran sobre sex... ¡Qué afortunados estos últimos!

Jamás he tenido sexo con mis amigos. Alguna vez lo intenté y no lo logré. Ya con los chones a mitad de camino decidí no ir más lejos, no solo por las creencias que me atraviesan, sino porque no puedo controlar las creencias del otro.

Así que cuando leí que la periodista española Raquel Mascaraque ha tenido sexo con amigos a los que ama profundamente, sin que eso signifique relaciones de pareja, pensé dos cosas. ¡Qué afortunada! Y... claro, es que ella es europea.

Ella lo cuenta en su libro “¡A cerebrar!: Un viaje por tus emociones a través de la neurociencia” (que compré en ebook por Amazon). Anota que vinculamos el amor al compromiso. Cuántas veces no escuché en mi casa eso de: A esta casa solo se trae al novio que ya será tu marido.

Ni siquiera me atrevía a llevar a amigos varones, porque seguro que mi mamá pensaría que ya nos habíamos encamado. Esas frases que nos dicen en casa para cablear nuestro cerebro respecto a lo que debe ser la sexualidad es lo que determina si nuestras relaciones erótico-afectivas serán saludables o terminaremos en un laberinto tóxico que nos parezca sin salida.

Luego vienen las películas y la mercadotecnia a terminar de confundirnos. Con esos guiones de "amigos con derechos" que seguro se les hacen muy divertidos a los productores, pero que siempre terminan en un enamoramiento romántico empedernido en el que viven felices para siempre. ¿¿¿¿¡¡¡¡Whaaaat!!!!????

Sexo y neurociencias

Me gustó la aproximación que hace Mascaraque desde las neurociencias sobre los circuitos cerebrales implicados en la sexualidad y que podrían explicar por qué ella dice que ha tenido relaciones sexuales con amigos e incluso decirles "te quiero", sin que eso termine en boda.

El deseo sexual, el enamoramiento y el apego son tres carreteras distintas dentro del cerebro. El primero está liderado por la testosterona y los estrógenos que nos incitan al riesgo. El segundo está ligado a la dopamina que nos llama a la acción y a repetir aquello que nos ha sido placentero. El tercero está vinculado a la oxitocina que genera lazos de unión.

En las relaciones pueden confluir los tres circuitos o solo uno. Es por eso que una persona puede tener sexo con un amigo sin buscar generar una relación de apego más profunda. Si ambas personas lo tienen claro, entonces podrían compartir la intimidad sin riesgo a confundirse.

El problema es cuando la cultura y los programas de televisión nos han educado para tener una determinada percepción de cómo vivir la sexualidad.

De todas las explicaciones del sexo y del amor desde la neurociencia, esta que recopila Mascaraque lo resume en: darse la oportunidad de sentir ese cocktail hormonal que nosotros mismos podemos producir en nuestro cerebro, sin necesidad de consumir sustancia ilícitas, y sabiendo qué carreteras cerebrales se están cruzando al momento de dar un beso, de decir "te amo" o abrazar a alguien en la desnudez.

"Si finalmente decides jugar y asumir el riesgo es fundamental que seas consciente de lo importante que es escuchar a la otra persona, pero también escucharte a ti. Así, ese ´te quiero’ no implicará ceder los mandos de tu nave, sino solo compartirlos para disfrutar la experiencia", escribe la periodista española.

Esto no significa que, ya dominado el tema, vamos a acostarnos con todos nuestros amigüis. (¡Uy qué europeos que somos!) No. Significa que seremos más conscientes de por qué tenemos relaciones sexuales y con quienes. No significa darle rienda suelta al instinto sino realmente reflexionar, pensar, "cerebrar" sobre la sexualidad.

De ahí que el título del libro me pareciera también una genialidad. Proponer un verbo nuevo: cerebrar —yo cerebro; tu cerebras; él/ella/elle cerebra— ¿Sobre qué podemos "cerebrar"? Nosotros cerebramos sobre el amor. Ustedes cerebran sobre las emociones. Ellos/ellas/elles cerebran sobre sex... ¡Qué afortunados estos últimos!