/ sábado 19 de septiembre de 2020

Mi pasión por la comunicación (II)

1950. Estaba yo en sexto de primaria, cuando mi hermano Ramón me dijo que su compañero de salón Manuel Rivero tenía en su casa un aparato nuevo llamado televisión. Nuestro amigo era hijo de un muy prestigiado cardiólogo de mediados del siglo 20, el doctor José Manuel Rivero Carballo.

La casa en cuestión estaba en la calle de San Luis Potosí, a medio camino entre la escuela y nuestra casa, todo esto en la Colonia Roma. Y dijo que fuéramos a verla. Pues fuimos.

Recuerdo que subimos al segundo piso, y allí, en un corredor estaba el maravilloso y nuevo aparato. Era como un gran cristal oscuro, con un marco blanco. Nuestro amigo apretó un botón, se escuchó un sonido, y se inició el proceso de encendido, que no era instantáneo, sino algo tardado, por aquello de los bulbos de entonces, igual que los aparatos de radio. Años después supe que los bulbos fueron sustituidos por los transistores que hicieron posible el encendido instantáneo.

Por fin se vio una figura del ratón Miguelito muy borrosa y cruzada por muchas líneas horizontales. Por primera vez en mi vida veía un televisor. No sabía lo que era. Tampoco sabía si debía mirarlo de cerca o alejarme. Miguelito se movía lentamente y bailaba al ritmo de una canción. Nada más. Ni idea tenía yo de la importancia de ese aparato y de lo útil, y a la vez pernicioso que sería para la humanidad muchas décadas después.

Muchos años después, un joven ingeniero técnico llamado Mario Aguilar me enseñó que esas líneas horizontales correspondían a las líneas de barrido y que eran las emisiones de un aparato llamado cinescopio que enviaba unos rayos llamados “catódicos” a la pantalla para formar una imagen; me contó que la televisión se inició allá en la década de los 20 y tenía 30 líneas de barrido; el Mickey Mouse que yo ví tendría posiblemente 80 líneas. Pocos años después las líneas aumentaros a 625, y hoy pasan de un 1,200, lo que hace que las imágenes sean nítidas y clarísimas. Es un tema netamente técnico. También supe de los sistemas NTSC y PAL, pero será tema de otra entrega.

Al llegar a la casa le contamos a mamá lo que habíamos visto; creo que lo dijimos tan efusivamente que mamá nos dijo nos calmáramos y que hablaría con papá.

Recuerdo que en 1947 inició sus actividades mercantiles una gran tienda establecida en la esquina de Avenida Insurgentes y la calle de San Luis Potosí: Sears Roebuck. Aún está allí. Mi mamá ya era cuentahabiente de Sears, casi desde su inauguración. De las primeras. Ya tenía crédito, lo cual significaba que era una excelente cliente. Allí había comprado el refrigerador y una licuadora.

Y de buenas a primeras, un día de 1951 nos llegó a casa un televisor Silvertone, que era la marca de los aparatos eléctricos de la gran tienda, que por cierto, en la época navideña colocaba un gran Santa Claus en el aparador de la esquina, que se reía día y noche: jo,jo,jo.jo. Siempre dijeron que se reía de los niños pobres.

La televisión iniciaba transmisiones a las 4 de la tarde con unas caricaturas de un muñequito llamado Jaudi Dudi, que nos llamaba un poquito la atención. Y transmitían otras caricaturas, hasta la noche que había dos noticiarios, el Excélsior en el canal 2, y el General Motors en el canal 4. No existían las telenovelas; la primera fue hasta 1958 en el canal 4 y se llamó Senda Prohibida, donde mamá participó.

Nosotros preferíamos estar en la calle jugando al trompo, al balero, al yo-yo, canicas, huesitos, burro 16, avión, quemados, tochito, etc. Pocos lectores recordarán estos juegos. Nuestros compañeros de juegos eran vecinos. Nosotros vivíamos en la colonia Roma en un edificio de tres pisos exactamente enfrente del Estadio Nacional. Nosotros en la planta baja; en el tercer piso vivía una familia cuyo primogénito fue mi primer amigo y años después mi compañero de trabajo y compadre; siempre ha sido un gran comunicador y mejor musicólogo, Sergio Romano. Su linda mamá preparaba la mejor agua de limón que he tomado en mi vida. Y en el piso de en medio había una Casa Hogar para niños huérfanos o desamparados. Había cerca de diez. Quisiera nombrarlos, pero el espacio me lo impide. Todos ellos conformaron la palomilla con quienes jugué de los 6 a los 12 años, en que nos mudamos a una colonia lejanísima para entonces, la Narvarte.

Pero un buen día a finales de 1951 supimos que por la televisión transmitirían los viernes por la noche las funciones de Lucha Libre desde la Arena Coliseo. Bueno, eso fue lo máximo para nosotros. Recuerdo que colgué en la sala dos o tres sábanas para aislarnos y ver las luchas a gusto, colocamos sillas y banquitos para que viniera la palomilla, y durante casi año y medio vimos luchar a El Cavernario Galindo, a Black Shadow, a Blue Demon, a El Santo, a Máscara Sagrada, a Bobby Bonales, a Sugi Sito, al Murciélago Velázquez, a Jack O’Brien, al Tarzán López, al Lobo Negro, a Wolf Ruvinskis, y otros que seguramente olvido. (continuaré)

Fundador de Notimex

pacofonn@yahoo.com.mx

1950. Estaba yo en sexto de primaria, cuando mi hermano Ramón me dijo que su compañero de salón Manuel Rivero tenía en su casa un aparato nuevo llamado televisión. Nuestro amigo era hijo de un muy prestigiado cardiólogo de mediados del siglo 20, el doctor José Manuel Rivero Carballo.

La casa en cuestión estaba en la calle de San Luis Potosí, a medio camino entre la escuela y nuestra casa, todo esto en la Colonia Roma. Y dijo que fuéramos a verla. Pues fuimos.

Recuerdo que subimos al segundo piso, y allí, en un corredor estaba el maravilloso y nuevo aparato. Era como un gran cristal oscuro, con un marco blanco. Nuestro amigo apretó un botón, se escuchó un sonido, y se inició el proceso de encendido, que no era instantáneo, sino algo tardado, por aquello de los bulbos de entonces, igual que los aparatos de radio. Años después supe que los bulbos fueron sustituidos por los transistores que hicieron posible el encendido instantáneo.

Por fin se vio una figura del ratón Miguelito muy borrosa y cruzada por muchas líneas horizontales. Por primera vez en mi vida veía un televisor. No sabía lo que era. Tampoco sabía si debía mirarlo de cerca o alejarme. Miguelito se movía lentamente y bailaba al ritmo de una canción. Nada más. Ni idea tenía yo de la importancia de ese aparato y de lo útil, y a la vez pernicioso que sería para la humanidad muchas décadas después.

Muchos años después, un joven ingeniero técnico llamado Mario Aguilar me enseñó que esas líneas horizontales correspondían a las líneas de barrido y que eran las emisiones de un aparato llamado cinescopio que enviaba unos rayos llamados “catódicos” a la pantalla para formar una imagen; me contó que la televisión se inició allá en la década de los 20 y tenía 30 líneas de barrido; el Mickey Mouse que yo ví tendría posiblemente 80 líneas. Pocos años después las líneas aumentaros a 625, y hoy pasan de un 1,200, lo que hace que las imágenes sean nítidas y clarísimas. Es un tema netamente técnico. También supe de los sistemas NTSC y PAL, pero será tema de otra entrega.

Al llegar a la casa le contamos a mamá lo que habíamos visto; creo que lo dijimos tan efusivamente que mamá nos dijo nos calmáramos y que hablaría con papá.

Recuerdo que en 1947 inició sus actividades mercantiles una gran tienda establecida en la esquina de Avenida Insurgentes y la calle de San Luis Potosí: Sears Roebuck. Aún está allí. Mi mamá ya era cuentahabiente de Sears, casi desde su inauguración. De las primeras. Ya tenía crédito, lo cual significaba que era una excelente cliente. Allí había comprado el refrigerador y una licuadora.

Y de buenas a primeras, un día de 1951 nos llegó a casa un televisor Silvertone, que era la marca de los aparatos eléctricos de la gran tienda, que por cierto, en la época navideña colocaba un gran Santa Claus en el aparador de la esquina, que se reía día y noche: jo,jo,jo.jo. Siempre dijeron que se reía de los niños pobres.

La televisión iniciaba transmisiones a las 4 de la tarde con unas caricaturas de un muñequito llamado Jaudi Dudi, que nos llamaba un poquito la atención. Y transmitían otras caricaturas, hasta la noche que había dos noticiarios, el Excélsior en el canal 2, y el General Motors en el canal 4. No existían las telenovelas; la primera fue hasta 1958 en el canal 4 y se llamó Senda Prohibida, donde mamá participó.

Nosotros preferíamos estar en la calle jugando al trompo, al balero, al yo-yo, canicas, huesitos, burro 16, avión, quemados, tochito, etc. Pocos lectores recordarán estos juegos. Nuestros compañeros de juegos eran vecinos. Nosotros vivíamos en la colonia Roma en un edificio de tres pisos exactamente enfrente del Estadio Nacional. Nosotros en la planta baja; en el tercer piso vivía una familia cuyo primogénito fue mi primer amigo y años después mi compañero de trabajo y compadre; siempre ha sido un gran comunicador y mejor musicólogo, Sergio Romano. Su linda mamá preparaba la mejor agua de limón que he tomado en mi vida. Y en el piso de en medio había una Casa Hogar para niños huérfanos o desamparados. Había cerca de diez. Quisiera nombrarlos, pero el espacio me lo impide. Todos ellos conformaron la palomilla con quienes jugué de los 6 a los 12 años, en que nos mudamos a una colonia lejanísima para entonces, la Narvarte.

Pero un buen día a finales de 1951 supimos que por la televisión transmitirían los viernes por la noche las funciones de Lucha Libre desde la Arena Coliseo. Bueno, eso fue lo máximo para nosotros. Recuerdo que colgué en la sala dos o tres sábanas para aislarnos y ver las luchas a gusto, colocamos sillas y banquitos para que viniera la palomilla, y durante casi año y medio vimos luchar a El Cavernario Galindo, a Black Shadow, a Blue Demon, a El Santo, a Máscara Sagrada, a Bobby Bonales, a Sugi Sito, al Murciélago Velázquez, a Jack O’Brien, al Tarzán López, al Lobo Negro, a Wolf Ruvinskis, y otros que seguramente olvido. (continuaré)

Fundador de Notimex

pacofonn@yahoo.com.mx