/ sábado 24 de octubre de 2020

Mi pasión por la comunicación (VII)

Para cerrar el ciclo de secundaria en el Colegio México recordaré tres pasajes importantes, que fueron publicados en La Voz Que Ruge.

Uno tiene que ver con el profesor al que le decíamos “El Roba Chicos”. Nunca supe su nombre, pero tenía como misión la de “convencer” alumnos para que coadyuvaran en la misión marista y se incorporaran como educadores, docentes y finalmente misioneros para llevar la voz de María por el mundo. Una vida verdaderamente difícil. Uno de mis compañeros, Enrique Ruiz, “El Huesos”, ingresó a la Congregación y después de algún tiempo fue enviado a llevar la voz de Dios a Corea. Estuvo allá 30 años. En nuestro periodiquillo solamente se publicó que “El Huesos” había ingresado a la Congregación Marista.

En 1999, como servidor público, acudí a Seúl al Primer Foro Internacional para la Seguridad Escolar convocado por la ONU y que contó con la presencia de representantes de 100 países y 50 ponencias. Como pude localicé a Enrique Ruiz y le dije que iría a Corea y que deseaba verlo. Pues desde que aterrizó el avión en el aeropuerto Kim Po (viento suave) de Seúl, hasta que regresé diez días después, Enrique y yo estuvimos juntos todos los días; me acompañaba a los eventos públicos, comíamos separados para platicar, charlamos por horas, y fuimos felices esos diez días. Me enseñó mucho de la historia de Corea, país con una “antigüedad” de 600 años desde que el monarca Sejong el Grande (1397-1450) reconstruyera el país por completo empezando por el lenguaje que se llama Hangul, creado en 1443 y promulgado en 1446 al observar la frustración que sentían sus siervos por no poder expresar sus sentimientos mediante los caracteres chinos utilizados hasta la época. Enrique me llevó a ver su estatua que está ubicada en el centro de Seúl y es muy venerado.

Mi estancia en Corea fue muy agradable, sobre todo por estar con mi querido compañero escolar. Su vida allá era muy dura, muchísimo trabajo, poco descanso, mala comida. Noté que le faltaban algunos dientes y su aspecto físico daba mucho que desear. Me percaté del dificilísimo trabajo misional, que cuando termina por edad no conlleva ninguna prestación, jubilación, seguro, apoyo institucional, nada. Partí agradecido por haber estado con él, pero triste por su salud. Hasta hoy solo sé que él regresó a México hace algunos años, pero no sé más.

Otro tiene que ver con un artículo que publiqué en “La Voz que Ruge” manifestando que el mejor maestro que yo recuerdo en secundaria, con perdón a todos los demás, fue el doctor Agustín G. Lemus Talavera, que nos impartía las materias de Historia Universal y de Biología. En la clase de Historia nos hacía revivir las batallas de Alejandro el Magno, nos enseñó el gran poderío del Imperio Romano, después la tremenda edad media, la maravilla del Renacimiento, las proezas napoleónicas y la importante Revolución Francesa. Para calificar nuestra enseñanza en Historia Universal nos dejó un trabajo a desarrollar durante todo el año: elaborar un libro, que mes por mes sería revisado y calificado. Cada alumno elegiría su personaje o tema preferido.

Cuando el maestro nos habló del Renacimiento, me sentí muy impresionado con la figura de Leonardo da Vinci, y ese fue mi personaje elegido. Cada dos o tres días metía mis hojitas en la máquina de escribir e iba vertiendo allí su biografía para lo cual compré varios libros. Si hubiera existido el Google hubiera sido facilísimo. Lo titulé “El Genio Universal”, y agregué impresiones de varias de sus pinturas. Fui calificado con 10 plus. Me sentí verdaderamente feliz. El libro lo conservo.

Y el tercer tema se refiere a La Academia Cultural del Colegio México, institución interna que contaba solo con los diez alumnos más destacados del tercer año de secundaria, y tenía sus reuniones mensuales con intervenciones de cada uno en presencia de los maestros. Eran eventos vespertinos. Agregaré modestamente que en tercero de secundaria tuve un lugar en ese prestigiado círculo.

En una de esas reuniones escuché a un compañero hablar de la vida de Jesús, el Cristo. Me llamaron tanto la atención sus palabras, que a partir de ese momento me apasioné con el Mártir del Gólgota hasta la fecha. He leído libros, artículos, notas, enciclopedias, y he seguido buscando en redes sociales informes y datos respecto a la vida de Jesús, su familia, su medio ambiente, el entorno en el cual fue su vida, la política de entonces, el dominio de Roma sobre la Palestina, sus amigos, sus discípulos, sus dichos, sus hermanos, sus amoríos, sus milagros, la secta de los esenios, etc. Es un cúmulo de conocimientos para un hombre que solo vivió 33 años. Es decir, he tomado datos de la iglesia romana, de iglesias cristianas, de iglesias ortodoxas, de escritores ateos, de agnósticos, de historiadores, etc. Es tanta la información que hay, que se crea una desinformación. Pero trato siempre de creer lo que mi mente y mi corazón me dictan para sentirme satisfecho. (continuaré)

Premio Nacional de Periodismo

Fundador de Notimex

pacofonn@yahoo.com.mx



Para cerrar el ciclo de secundaria en el Colegio México recordaré tres pasajes importantes, que fueron publicados en La Voz Que Ruge.

Uno tiene que ver con el profesor al que le decíamos “El Roba Chicos”. Nunca supe su nombre, pero tenía como misión la de “convencer” alumnos para que coadyuvaran en la misión marista y se incorporaran como educadores, docentes y finalmente misioneros para llevar la voz de María por el mundo. Una vida verdaderamente difícil. Uno de mis compañeros, Enrique Ruiz, “El Huesos”, ingresó a la Congregación y después de algún tiempo fue enviado a llevar la voz de Dios a Corea. Estuvo allá 30 años. En nuestro periodiquillo solamente se publicó que “El Huesos” había ingresado a la Congregación Marista.

En 1999, como servidor público, acudí a Seúl al Primer Foro Internacional para la Seguridad Escolar convocado por la ONU y que contó con la presencia de representantes de 100 países y 50 ponencias. Como pude localicé a Enrique Ruiz y le dije que iría a Corea y que deseaba verlo. Pues desde que aterrizó el avión en el aeropuerto Kim Po (viento suave) de Seúl, hasta que regresé diez días después, Enrique y yo estuvimos juntos todos los días; me acompañaba a los eventos públicos, comíamos separados para platicar, charlamos por horas, y fuimos felices esos diez días. Me enseñó mucho de la historia de Corea, país con una “antigüedad” de 600 años desde que el monarca Sejong el Grande (1397-1450) reconstruyera el país por completo empezando por el lenguaje que se llama Hangul, creado en 1443 y promulgado en 1446 al observar la frustración que sentían sus siervos por no poder expresar sus sentimientos mediante los caracteres chinos utilizados hasta la época. Enrique me llevó a ver su estatua que está ubicada en el centro de Seúl y es muy venerado.

Mi estancia en Corea fue muy agradable, sobre todo por estar con mi querido compañero escolar. Su vida allá era muy dura, muchísimo trabajo, poco descanso, mala comida. Noté que le faltaban algunos dientes y su aspecto físico daba mucho que desear. Me percaté del dificilísimo trabajo misional, que cuando termina por edad no conlleva ninguna prestación, jubilación, seguro, apoyo institucional, nada. Partí agradecido por haber estado con él, pero triste por su salud. Hasta hoy solo sé que él regresó a México hace algunos años, pero no sé más.

Otro tiene que ver con un artículo que publiqué en “La Voz que Ruge” manifestando que el mejor maestro que yo recuerdo en secundaria, con perdón a todos los demás, fue el doctor Agustín G. Lemus Talavera, que nos impartía las materias de Historia Universal y de Biología. En la clase de Historia nos hacía revivir las batallas de Alejandro el Magno, nos enseñó el gran poderío del Imperio Romano, después la tremenda edad media, la maravilla del Renacimiento, las proezas napoleónicas y la importante Revolución Francesa. Para calificar nuestra enseñanza en Historia Universal nos dejó un trabajo a desarrollar durante todo el año: elaborar un libro, que mes por mes sería revisado y calificado. Cada alumno elegiría su personaje o tema preferido.

Cuando el maestro nos habló del Renacimiento, me sentí muy impresionado con la figura de Leonardo da Vinci, y ese fue mi personaje elegido. Cada dos o tres días metía mis hojitas en la máquina de escribir e iba vertiendo allí su biografía para lo cual compré varios libros. Si hubiera existido el Google hubiera sido facilísimo. Lo titulé “El Genio Universal”, y agregué impresiones de varias de sus pinturas. Fui calificado con 10 plus. Me sentí verdaderamente feliz. El libro lo conservo.

Y el tercer tema se refiere a La Academia Cultural del Colegio México, institución interna que contaba solo con los diez alumnos más destacados del tercer año de secundaria, y tenía sus reuniones mensuales con intervenciones de cada uno en presencia de los maestros. Eran eventos vespertinos. Agregaré modestamente que en tercero de secundaria tuve un lugar en ese prestigiado círculo.

En una de esas reuniones escuché a un compañero hablar de la vida de Jesús, el Cristo. Me llamaron tanto la atención sus palabras, que a partir de ese momento me apasioné con el Mártir del Gólgota hasta la fecha. He leído libros, artículos, notas, enciclopedias, y he seguido buscando en redes sociales informes y datos respecto a la vida de Jesús, su familia, su medio ambiente, el entorno en el cual fue su vida, la política de entonces, el dominio de Roma sobre la Palestina, sus amigos, sus discípulos, sus dichos, sus hermanos, sus amoríos, sus milagros, la secta de los esenios, etc. Es un cúmulo de conocimientos para un hombre que solo vivió 33 años. Es decir, he tomado datos de la iglesia romana, de iglesias cristianas, de iglesias ortodoxas, de escritores ateos, de agnósticos, de historiadores, etc. Es tanta la información que hay, que se crea una desinformación. Pero trato siempre de creer lo que mi mente y mi corazón me dictan para sentirme satisfecho. (continuaré)

Premio Nacional de Periodismo

Fundador de Notimex

pacofonn@yahoo.com.mx