/ sábado 4 de abril de 2020

MI vida sin el deporte | A Boca Juniors no le vas, de Boca eres

Algunos años atrás, cuando era niño, me la pasaba diciendo que era hincha de Boca, aunque es cierto que era uno de esos hinchas a medias, algo que nada tiene que ver con los verdaderos aficionados de Boca, que no se andan a medias tintas. Digo que era a medias porque cuando el Boca Juniors de Carlos Bianchi enfrentó a Cruz Azul en la final de la Copa Libertadores, yo empecé a ver el partido convencido de irla a los argentinos, sin embargo, al momento de los penales, en ese frenesí de los once pasos, que es cuando regularmente se confirman los amores y los odios, muy dentro de mí quería con todas mis fuerzas que ganara el equipo mexicano, y cuando perdió me invadió esa amargura que dejan las derrotas importantes.

Y a medias también porque cuando jugaba al futbol en el patio de la escuela me gustaba celebrar los goles como lo hacía Hernán Crespo, figura nada más y nada menos que de River Plate.

Con los años, sin embargo, el juego lento y pausado de Juan Román Riquelme terminó por imponerse. En lugar de los festejos arrebatados de Crespo opté por el discreto gesto de llevarme las manos detrás de las orejas, como lo hacía número 10. Y seguí diciendo entonces que era hincha de Boca. Lo decía tanto que cuando mi abuela América viajó a Argentina me trajo una playera con el número nueve de Batistuta y una caja de alfajores.

Una vez, cuando mi tía Yuya visitó Buenos Aires, caminaba por las inmediaciones de la Bombonera cuando de pronto, por una de las rendijas alcanzó a ver parte de la cancha. Sobre el verde inmaculado trabajaba uno de los jardineros, con la pala por delante retocaba afanosamente el área. Mi tía le habló a los gritos y cuando finalmente se acercó, le contó de mí y le pidió un pedacito de pasto.

El jardinero accedió amablemente, tomó las tijeras y recortó un cuadrito que hoy reposa en mi librero.

Hace unos meses, mientras platicaba con mi amigo Yael sobre el escritor argentino Martin Caparrós, fue inevitable hablar sobre su libro “Boquita”. Yo no lo he leído, le dije, pero sí que he leído otros libros como “Los Living” y otras novelas más. Como lo que más nos gusta es el futbol retomamos pronto el tema de “Boquita” y charlamos un rato sobre el estilo y la manera de ver el futbol de ese escritor de los bigotes estridentes. Al otro día, fiel a su palabra, Yael llegó con el libro y me lo prestó, y no fue hasta ahora, que me dio por escribir este texto, que lo empecé a leer. Es promesa terminarlo y devolverlo en cuanto pase la cuarentena.

Dice Caparrós, con su prosa extraordinaria que las tardes en la Bombonera son plácidas, que una vez que se supera el vértigo de subir y subir escaleras, de caminar por pasillos con olor a grasa y ver a través de la espesa bruma del humo del choripán, el futbol se disfruta. Lo que pasa es que el futbol es mucho más que futbol cuando se trata de Boca. Dice también Caparrós que de Boca no se es hincha, que en todo caso de Boca se es, y no a medias, desde luego.

Algunos años atrás, cuando era niño, me la pasaba diciendo que era hincha de Boca, aunque es cierto que era uno de esos hinchas a medias, algo que nada tiene que ver con los verdaderos aficionados de Boca, que no se andan a medias tintas. Digo que era a medias porque cuando el Boca Juniors de Carlos Bianchi enfrentó a Cruz Azul en la final de la Copa Libertadores, yo empecé a ver el partido convencido de irla a los argentinos, sin embargo, al momento de los penales, en ese frenesí de los once pasos, que es cuando regularmente se confirman los amores y los odios, muy dentro de mí quería con todas mis fuerzas que ganara el equipo mexicano, y cuando perdió me invadió esa amargura que dejan las derrotas importantes.

Y a medias también porque cuando jugaba al futbol en el patio de la escuela me gustaba celebrar los goles como lo hacía Hernán Crespo, figura nada más y nada menos que de River Plate.

Con los años, sin embargo, el juego lento y pausado de Juan Román Riquelme terminó por imponerse. En lugar de los festejos arrebatados de Crespo opté por el discreto gesto de llevarme las manos detrás de las orejas, como lo hacía número 10. Y seguí diciendo entonces que era hincha de Boca. Lo decía tanto que cuando mi abuela América viajó a Argentina me trajo una playera con el número nueve de Batistuta y una caja de alfajores.

Una vez, cuando mi tía Yuya visitó Buenos Aires, caminaba por las inmediaciones de la Bombonera cuando de pronto, por una de las rendijas alcanzó a ver parte de la cancha. Sobre el verde inmaculado trabajaba uno de los jardineros, con la pala por delante retocaba afanosamente el área. Mi tía le habló a los gritos y cuando finalmente se acercó, le contó de mí y le pidió un pedacito de pasto.

El jardinero accedió amablemente, tomó las tijeras y recortó un cuadrito que hoy reposa en mi librero.

Hace unos meses, mientras platicaba con mi amigo Yael sobre el escritor argentino Martin Caparrós, fue inevitable hablar sobre su libro “Boquita”. Yo no lo he leído, le dije, pero sí que he leído otros libros como “Los Living” y otras novelas más. Como lo que más nos gusta es el futbol retomamos pronto el tema de “Boquita” y charlamos un rato sobre el estilo y la manera de ver el futbol de ese escritor de los bigotes estridentes. Al otro día, fiel a su palabra, Yael llegó con el libro y me lo prestó, y no fue hasta ahora, que me dio por escribir este texto, que lo empecé a leer. Es promesa terminarlo y devolverlo en cuanto pase la cuarentena.

Dice Caparrós, con su prosa extraordinaria que las tardes en la Bombonera son plácidas, que una vez que se supera el vértigo de subir y subir escaleras, de caminar por pasillos con olor a grasa y ver a través de la espesa bruma del humo del choripán, el futbol se disfruta. Lo que pasa es que el futbol es mucho más que futbol cuando se trata de Boca. Dice también Caparrós que de Boca no se es hincha, que en todo caso de Boca se es, y no a medias, desde luego.