/ lunes 1 de junio de 2020

Mi vida sin el deporte | Andy Ruiz y la noche en que fue el Rocky mexicano

Por: José Angel Rueda

La historia de Andy Ruiz contra Anthony Joshua bien puede comenzar unos meses antes, cuando el peleador mexicano le escribió un mensaje a través de Instagram al representante de Joshua. Quería pelear contra él. O bien, puede empezar seis semanas antes de la pelea, cuando, a las prisas, Ruiz inició su preparación para una noche histórica. O quizá pudo comenzar muchos años antes, cuando Andy defendió los colores mexicanos en la Olimpiada Juvenil, o cuando peleó por primera vez en Tijuana, o incluso nos podemos ir más lejos, cuando nació en Valle de Imperial, en California, pero aprendió de sus padres mexicanos lo que era el sacrificio, y que la sangre, en todo caso, se lleva adentro, y no conoce de lugares sino de recuerdos.

O bien, puede ser, que la noche no comenzara antes, y lo hiciera en el momento exacto en el que ambos peleadores subieron al ring del Madison Square Garden, en la eufórica ciudad de Nueva York, y se miraron a los ojos y chocaron tres veces los puños. Y en la esquina de Ruiz ondeaba una bandera que de un lado era mexicana, y del otro estadounidense. Y entonces Andy Ruiz, que mide casi 1.90 metros, pero que en comparación con los dos metros de Joshua parecía no tener esperanza. Aunque quizá en el boxeo nada es lo que parece y las sentencias a veces quedan expuestas al poder de los puños. Es probable que ni siquiera la historia del mexicano haya empezado en el momento en el que sonó la campana y comenzaron a repartirse de golpes. El brazo de acero del peleador inglés buscaba mecánicamente la cara del que nació en California, pero que en la piel lleva un tatuaje que dice Hecho en México.

Quizá y la noche histórica comenzó apenas a vislumbrarse cuando pasó el primer round, y luego el segundo, y Ruiz movía los pies y saltaba y burlaba para siempre la tentación de un cuerpo atlético. Es probable, en definitiva, que la historia de Ruiz comenzara oficialmente a partir del tercer round. Cuando recibió un golpe que ahora sí lo mandó al suelo. Pero se levantó, y luego sobrevivió a esos segundos que le siguen a la lona y el mundo da vueltas y el peleador de enfrente, el británico inmaculado, olió sangre y quiso finiquitar una noche que se hacía larga, y soltó de golpes que pegaron pero no tiraron, y que apenas segundos después, como si se tratara de un búmeran, le regresaron todos y terminaron por tumbarlo. Y la noche, para Joshua, fue un constante viaje al infierno, y para Ruiz, fue el comienzo de todo.

Porque definitivamente la noche se confirmó histórica cuando en el séptimo asalto, al calor de una batalla que no daba tregua, vino el momento cúspide, cuando el réferi se acercó a Joshua y le miró los ojos desorbitados, y apenas suspendió la contienda, Andy pegó de saltos y levantó sus cinturones.

Y en la conferencia posterior, ya encumbrado como campeón, bautizado por Sylvester Stallone como el Rocky Mexicano, le prometió a su madre que esos seis millones de dólares cambiarían su vida, que no volverían a padecer. Y ahí sí que comenzó otra historia llena de fiesta y carnaval, más de lo que la mesura hubiera querido.

Por: José Angel Rueda

La historia de Andy Ruiz contra Anthony Joshua bien puede comenzar unos meses antes, cuando el peleador mexicano le escribió un mensaje a través de Instagram al representante de Joshua. Quería pelear contra él. O bien, puede empezar seis semanas antes de la pelea, cuando, a las prisas, Ruiz inició su preparación para una noche histórica. O quizá pudo comenzar muchos años antes, cuando Andy defendió los colores mexicanos en la Olimpiada Juvenil, o cuando peleó por primera vez en Tijuana, o incluso nos podemos ir más lejos, cuando nació en Valle de Imperial, en California, pero aprendió de sus padres mexicanos lo que era el sacrificio, y que la sangre, en todo caso, se lleva adentro, y no conoce de lugares sino de recuerdos.

O bien, puede ser, que la noche no comenzara antes, y lo hiciera en el momento exacto en el que ambos peleadores subieron al ring del Madison Square Garden, en la eufórica ciudad de Nueva York, y se miraron a los ojos y chocaron tres veces los puños. Y en la esquina de Ruiz ondeaba una bandera que de un lado era mexicana, y del otro estadounidense. Y entonces Andy Ruiz, que mide casi 1.90 metros, pero que en comparación con los dos metros de Joshua parecía no tener esperanza. Aunque quizá en el boxeo nada es lo que parece y las sentencias a veces quedan expuestas al poder de los puños. Es probable que ni siquiera la historia del mexicano haya empezado en el momento en el que sonó la campana y comenzaron a repartirse de golpes. El brazo de acero del peleador inglés buscaba mecánicamente la cara del que nació en California, pero que en la piel lleva un tatuaje que dice Hecho en México.

Quizá y la noche histórica comenzó apenas a vislumbrarse cuando pasó el primer round, y luego el segundo, y Ruiz movía los pies y saltaba y burlaba para siempre la tentación de un cuerpo atlético. Es probable, en definitiva, que la historia de Ruiz comenzara oficialmente a partir del tercer round. Cuando recibió un golpe que ahora sí lo mandó al suelo. Pero se levantó, y luego sobrevivió a esos segundos que le siguen a la lona y el mundo da vueltas y el peleador de enfrente, el británico inmaculado, olió sangre y quiso finiquitar una noche que se hacía larga, y soltó de golpes que pegaron pero no tiraron, y que apenas segundos después, como si se tratara de un búmeran, le regresaron todos y terminaron por tumbarlo. Y la noche, para Joshua, fue un constante viaje al infierno, y para Ruiz, fue el comienzo de todo.

Porque definitivamente la noche se confirmó histórica cuando en el séptimo asalto, al calor de una batalla que no daba tregua, vino el momento cúspide, cuando el réferi se acercó a Joshua y le miró los ojos desorbitados, y apenas suspendió la contienda, Andy pegó de saltos y levantó sus cinturones.

Y en la conferencia posterior, ya encumbrado como campeón, bautizado por Sylvester Stallone como el Rocky Mexicano, le prometió a su madre que esos seis millones de dólares cambiarían su vida, que no volverían a padecer. Y ahí sí que comenzó otra historia llena de fiesta y carnaval, más de lo que la mesura hubiera querido.