/ miércoles 27 de mayo de 2020

Mi vida sin el deporte | El Barcelona de Guardiola nos robó el futbol

Se cumplieron 11 años de la primera Champions League de Guardiola al frente del Barcelona. Aquella final disputada en el Olímpico de Roma fue la última piedra de un triplete para la historia, y acaso, el impulso definitivo para las seis copas, como ese equipo que ganó absolutamente todo lo que jugó. Tras ganar la Liga y la Copa del Rey, luego de golear al Bilbao, a los blaugranas solo les quedaba enfrente el Manchester United, ese equipo de Ferguson comandado por Cristiano, Rooney, Giggs, Ferdinand y Van der Sar. El Barça llegó al duelo continental fundido de efectivos. La temporada se hizo larga y uno a uno, Guardiola fue perdiendo a muchos de sus jugadores. En apuros, el técnico catalán colocó a Puyol en la lateral derecha, una posición inédita para el capitán. El movimiento obligó a poner a Yayá Touré junto a Piqué en la defensa central, situación que, en una cadena de buenas casualidades, abrió la puerta para la consolidación absoluta del mediocampo conformado por Xavi, Iniesta y Busquets.

El Barcelona saltó al campo nervioso, no encontraba la pelota, pero apenas necesitó un gol a los 10 minutos para terminar con el agobio inglés. Andrés Iniesta, en una de esas clásicas internadas, rompió la línea y encontró a Samuel Eto’o, ligeramente cargado a la derecha. El de Camerún definió de punta para vencer al gigante holandés.

Ya en el segundo tiempo, Messi, cansado de inventarse un mundo con el balón pegado al césped, remató de cabeza, casi en el cielo, para poner el balón lo más lejos posible del arquero, al otro lado del marco. La tercera “Orejona” fue a parar a las vitrinas del Camp Nou, aunque más que el triunfo, prevalece el recuerdo de un juego estratosférico que no hizo más que mejorar con el paso de los años, y que fue capaz de revolucionar la historia del futbol.

Siempre he dicho que Pep Guardiola nos robó el futbol, o al menos eso hizo con los hinchas del Barcelona, condenados eternamente a las comparaciones imposibles. Lo que digo que robó es siempre en el buen sentido, desde luego, o acaso el término esté mal empleado, y tan solo nos regaló en apenas cinco años todo el futbol que un aficionado común y corriente debería de ver y disfrutar en toda una vida.

El aficionado al Barcelona vivirá atado a un pasado insuperable. Perdido para siempre en esa frase que sentencia que todo tiempo pasado fue mejor. Porque mucha suerte tendría en volver a ser testigo de una época semejante, en la que el buen futbol y los triunfos caminaron de la mano, corriendo el riesgo de contradecir a un matrimonio casi siempre propenso al fracaso.

Para el hincha culé todo es y será poco, hasta los triunfos, hasta las Ligas, hasta las Champions, hasta los goles, hasta el futbol, hasta el buen futbol.

Incluso, el propio Pep Guardiola cayó preso en su trampa, porque por mucho que el técnico camine por el mundo y haga de sus equipos una extensión de sus ideas, y de vez en cuando gane, será imposible igualar aquello que algún día inventó, atrapado en la imposibilidad de superarse a sí mismo.

Se cumplieron 11 años de la primera Champions League de Guardiola al frente del Barcelona. Aquella final disputada en el Olímpico de Roma fue la última piedra de un triplete para la historia, y acaso, el impulso definitivo para las seis copas, como ese equipo que ganó absolutamente todo lo que jugó. Tras ganar la Liga y la Copa del Rey, luego de golear al Bilbao, a los blaugranas solo les quedaba enfrente el Manchester United, ese equipo de Ferguson comandado por Cristiano, Rooney, Giggs, Ferdinand y Van der Sar. El Barça llegó al duelo continental fundido de efectivos. La temporada se hizo larga y uno a uno, Guardiola fue perdiendo a muchos de sus jugadores. En apuros, el técnico catalán colocó a Puyol en la lateral derecha, una posición inédita para el capitán. El movimiento obligó a poner a Yayá Touré junto a Piqué en la defensa central, situación que, en una cadena de buenas casualidades, abrió la puerta para la consolidación absoluta del mediocampo conformado por Xavi, Iniesta y Busquets.

El Barcelona saltó al campo nervioso, no encontraba la pelota, pero apenas necesitó un gol a los 10 minutos para terminar con el agobio inglés. Andrés Iniesta, en una de esas clásicas internadas, rompió la línea y encontró a Samuel Eto’o, ligeramente cargado a la derecha. El de Camerún definió de punta para vencer al gigante holandés.

Ya en el segundo tiempo, Messi, cansado de inventarse un mundo con el balón pegado al césped, remató de cabeza, casi en el cielo, para poner el balón lo más lejos posible del arquero, al otro lado del marco. La tercera “Orejona” fue a parar a las vitrinas del Camp Nou, aunque más que el triunfo, prevalece el recuerdo de un juego estratosférico que no hizo más que mejorar con el paso de los años, y que fue capaz de revolucionar la historia del futbol.

Siempre he dicho que Pep Guardiola nos robó el futbol, o al menos eso hizo con los hinchas del Barcelona, condenados eternamente a las comparaciones imposibles. Lo que digo que robó es siempre en el buen sentido, desde luego, o acaso el término esté mal empleado, y tan solo nos regaló en apenas cinco años todo el futbol que un aficionado común y corriente debería de ver y disfrutar en toda una vida.

El aficionado al Barcelona vivirá atado a un pasado insuperable. Perdido para siempre en esa frase que sentencia que todo tiempo pasado fue mejor. Porque mucha suerte tendría en volver a ser testigo de una época semejante, en la que el buen futbol y los triunfos caminaron de la mano, corriendo el riesgo de contradecir a un matrimonio casi siempre propenso al fracaso.

Para el hincha culé todo es y será poco, hasta los triunfos, hasta las Ligas, hasta las Champions, hasta los goles, hasta el futbol, hasta el buen futbol.

Incluso, el propio Pep Guardiola cayó preso en su trampa, porque por mucho que el técnico camine por el mundo y haga de sus equipos una extensión de sus ideas, y de vez en cuando gane, será imposible igualar aquello que algún día inventó, atrapado en la imposibilidad de superarse a sí mismo.