/ sábado 6 de junio de 2020

Mi vida sin el deporte | El deporte evoluciona a través de sus giros

El otro día me encontré en Twitter un video que compartió la cuenta oficial de los Juegos Olímpicos. En apenas dos minutos recorre la historia del Salto de caballo, y descubre cómo ha evolucionado en poco más de un siglo. Me gusta ver esos videos porque sólo a través de ellos nos damos cuenta del paso del tiempo. Algo similar ocurre con los automóviles, por ejemplo, que sólo descubres qué tan viejos son hasta que manejas un último modelo, o con los teléfonos, que sólo se advierte un cambio drástico cuando de pronto aparece un viejo móvil arrumbado en el buró, y el tamaño es otro, y todo es otro, pero apenas nos dimos cuenta. No sé si sea porque el tiempo pasa demasiado rápido, o acaso es que pasa muy lento.

El video comienza con los Juegos Olímpicos de Estocolmo, en 1912. Y desde luego, el salto era muy distinto a lo que hoy conocemos. En la secuencia aparecen los gimnastas, que apenas saltan y se impulsan con las manos. El proceso es opuesto, porque al salto del caballo le sobreviene un impulso sobre una mesa menor, y luego el aterrizaje. Ya para París, en 1924, primero era el salto, luego el impulso con las manos sobre caballo, y después, tras el aterrizaje, comenzaban las primeras maromas sobre una colchoneta recién inventada. Sin embargo, no fue hasta Ámsterdam, en 1928, cuando colocaron un trampolín apenas unos metros antes para potencia el salto, y entonces se acariciaba el caballo con las manos para impulsar la voltereta, el aterrizaje se convirtió en parte esencial, como el acto final de una obra de teatro. Luego pasaron muchos años, donde la cosa fue muy parecida, con tibias vueltas en el aire, hasta los Juegos de Tokio, en 1964, donde se vieron las primeras piruetas. A partir de ahí el Salto de caballo jamás fue el mismo, porque cada edición de los Juegos fue sumando giros, tantos como fueran posibles, como si la evolución dependiera de cuántas vueltas fueran capaces de dar los deportistas en el aire.

La curiosidad me había ganado, busqué en YouTube un resumen de los Juegos Olímpicos de Londres, en 1908. Hay cosas curiosas, como el hecho de que después de un salto de altura había que caer de pie, porque no había un colchón que amortiguara el golpe. O los clavados, que más que plataforma era un andamio, y que apenas tenían medias vueltas, y los clavadistas conquistaban el agua parados, y no de cabeza, y fue con los años que se le fueron sumando vueltas y giros, cada vez más, para elevar el grado de dificultad.

Por ejemplo en el Atletismo. Los registros marcan que en los Juegos Olímpicos de Atenas, en 1896, el estadounidense Tom Burke se confirmó como el hombre más rápido del mundo al correr los 100 metros planos en 12 segundos. Tuvo que ser hasta México, en 1968, que Jim Hines rompió la barrera de los 10 segundos, con su 9.95. Y luego en Londres, en el 2012, Usain Bolt los corrió en 9.63, como muestra absoluta de la evolución humana.

El otro día me encontré en Twitter un video que compartió la cuenta oficial de los Juegos Olímpicos. En apenas dos minutos recorre la historia del Salto de caballo, y descubre cómo ha evolucionado en poco más de un siglo. Me gusta ver esos videos porque sólo a través de ellos nos damos cuenta del paso del tiempo. Algo similar ocurre con los automóviles, por ejemplo, que sólo descubres qué tan viejos son hasta que manejas un último modelo, o con los teléfonos, que sólo se advierte un cambio drástico cuando de pronto aparece un viejo móvil arrumbado en el buró, y el tamaño es otro, y todo es otro, pero apenas nos dimos cuenta. No sé si sea porque el tiempo pasa demasiado rápido, o acaso es que pasa muy lento.

El video comienza con los Juegos Olímpicos de Estocolmo, en 1912. Y desde luego, el salto era muy distinto a lo que hoy conocemos. En la secuencia aparecen los gimnastas, que apenas saltan y se impulsan con las manos. El proceso es opuesto, porque al salto del caballo le sobreviene un impulso sobre una mesa menor, y luego el aterrizaje. Ya para París, en 1924, primero era el salto, luego el impulso con las manos sobre caballo, y después, tras el aterrizaje, comenzaban las primeras maromas sobre una colchoneta recién inventada. Sin embargo, no fue hasta Ámsterdam, en 1928, cuando colocaron un trampolín apenas unos metros antes para potencia el salto, y entonces se acariciaba el caballo con las manos para impulsar la voltereta, el aterrizaje se convirtió en parte esencial, como el acto final de una obra de teatro. Luego pasaron muchos años, donde la cosa fue muy parecida, con tibias vueltas en el aire, hasta los Juegos de Tokio, en 1964, donde se vieron las primeras piruetas. A partir de ahí el Salto de caballo jamás fue el mismo, porque cada edición de los Juegos fue sumando giros, tantos como fueran posibles, como si la evolución dependiera de cuántas vueltas fueran capaces de dar los deportistas en el aire.

La curiosidad me había ganado, busqué en YouTube un resumen de los Juegos Olímpicos de Londres, en 1908. Hay cosas curiosas, como el hecho de que después de un salto de altura había que caer de pie, porque no había un colchón que amortiguara el golpe. O los clavados, que más que plataforma era un andamio, y que apenas tenían medias vueltas, y los clavadistas conquistaban el agua parados, y no de cabeza, y fue con los años que se le fueron sumando vueltas y giros, cada vez más, para elevar el grado de dificultad.

Por ejemplo en el Atletismo. Los registros marcan que en los Juegos Olímpicos de Atenas, en 1896, el estadounidense Tom Burke se confirmó como el hombre más rápido del mundo al correr los 100 metros planos en 12 segundos. Tuvo que ser hasta México, en 1968, que Jim Hines rompió la barrera de los 10 segundos, con su 9.95. Y luego en Londres, en el 2012, Usain Bolt los corrió en 9.63, como muestra absoluta de la evolución humana.