/ lunes 25 de mayo de 2020

Mi vida sin el deporte | El realismo mágico del futbol mexicano

Por: José Ángel Rueda

Todavía se escuchaban los ecos de la cancelación del torneo Clausura 2020 cuando el futbol mexicano ya se había metido en otro escándalo. El rumor de la posible desaparición de los Monarcas Morelia, que de la noche a la mañana podrían convertirse en Delfines de Mazatlán, comenzó a tomar fuerza. Lo preocupante, en todo caso, no es el rumor.

La vida misma está llena de especulaciones. Lo terrible de todo esto es que la idea de que un equipo desaparezca de un día para otro es perfectamente creíble en nuestro futbol. Un poco más difícil sería imaginar esta misma situación en otros países. Por ejemplo, en España. No concibo la idea de que una mañana la prensa amanezca con la noticia de que el Athletic de Bilbao dejará de ser de Bilbao, para convertirse en el Athletic de Murcia. O en Argentina, ese lugar donde la pasión es un culto, de pronto Newell’s abandone Rosario para irse a jugar a Bariloche, por decir algo; nada más porque se construyó un estadio muy bonito a las orillas del lago Nahuel Huapi.

Conscientes de que acá todo es posible, los aficionados y las grandes figuras de Morelia de inmediato buscaron defender lo suyo. Algunos con una marcha que, pese a las prisas, buscó incluso respetar la distancia social, porque a veces el futbol parece algo urgente. Otros más a través de sus redes sociales, para alzar la voz virtual.

No es la primera vez que el destino amenaza con dejar al Morelos sin equipo; es un rumor que vuelve de manera repetida, pero que cada día toma más fuerza, como esas mentiras que de pronto se convierten en verdades de tanto decirlas. Las mariposas amarillas invocaron los vientos de Macondo, y el realismo mágico de Gabriel García Márquez se apoderó una vez más del futbol mexicano, ese futbol donde a menudo las historias reales que se cuentan se esconden detrás de la magia negra de sus directivos.

De lo contrario, sería imposible explicar las muchas cosas que pasan por acá de vez en cuando. Como el tema del ascenso, tan en boga en los últimos meses, entre otras cosas porque, como ya lo dijo Juan Villoro, es probable que México sea el único país en el mundo donde la Liga de Ascenso sirve para todo, menos para ascender.

Imagino que los aficionados de Morelia buscan en la historia un poquito de esperanza, pero tampoco la encuentran. Porque esa misma noticia que hoy parece improbable, ya en el pasado se hizo realidad.

Cuando nadie creía que fuera posible sacar a Necaxa de la Ciudad de México, de pronto se anunció su marcha a Aguascalientes. Cuando nadie veía posible la salida del Atlante de la capital, de pronto los Potros de Hierro se oxidaron con la brisa de la Riviera Maya.

Así como en Macondo nació un bebé con rabo de cerdo, en el futbol mexicano un buen día, al calor de los billetes, a los Jaguares le salieron plumas y se convirtieron en Gallos, y entonces, como una especie nueva, siguieron disfrutando las bondades de la Primera División. Con ese poder que tiene el dinero para borrar los descensos deportivos, como algunos años después lo hizo el Tiburón, que nadó entre aguas turbulentas, hasta que no pudo más.

Por: José Ángel Rueda

Todavía se escuchaban los ecos de la cancelación del torneo Clausura 2020 cuando el futbol mexicano ya se había metido en otro escándalo. El rumor de la posible desaparición de los Monarcas Morelia, que de la noche a la mañana podrían convertirse en Delfines de Mazatlán, comenzó a tomar fuerza. Lo preocupante, en todo caso, no es el rumor.

La vida misma está llena de especulaciones. Lo terrible de todo esto es que la idea de que un equipo desaparezca de un día para otro es perfectamente creíble en nuestro futbol. Un poco más difícil sería imaginar esta misma situación en otros países. Por ejemplo, en España. No concibo la idea de que una mañana la prensa amanezca con la noticia de que el Athletic de Bilbao dejará de ser de Bilbao, para convertirse en el Athletic de Murcia. O en Argentina, ese lugar donde la pasión es un culto, de pronto Newell’s abandone Rosario para irse a jugar a Bariloche, por decir algo; nada más porque se construyó un estadio muy bonito a las orillas del lago Nahuel Huapi.

Conscientes de que acá todo es posible, los aficionados y las grandes figuras de Morelia de inmediato buscaron defender lo suyo. Algunos con una marcha que, pese a las prisas, buscó incluso respetar la distancia social, porque a veces el futbol parece algo urgente. Otros más a través de sus redes sociales, para alzar la voz virtual.

No es la primera vez que el destino amenaza con dejar al Morelos sin equipo; es un rumor que vuelve de manera repetida, pero que cada día toma más fuerza, como esas mentiras que de pronto se convierten en verdades de tanto decirlas. Las mariposas amarillas invocaron los vientos de Macondo, y el realismo mágico de Gabriel García Márquez se apoderó una vez más del futbol mexicano, ese futbol donde a menudo las historias reales que se cuentan se esconden detrás de la magia negra de sus directivos.

De lo contrario, sería imposible explicar las muchas cosas que pasan por acá de vez en cuando. Como el tema del ascenso, tan en boga en los últimos meses, entre otras cosas porque, como ya lo dijo Juan Villoro, es probable que México sea el único país en el mundo donde la Liga de Ascenso sirve para todo, menos para ascender.

Imagino que los aficionados de Morelia buscan en la historia un poquito de esperanza, pero tampoco la encuentran. Porque esa misma noticia que hoy parece improbable, ya en el pasado se hizo realidad.

Cuando nadie creía que fuera posible sacar a Necaxa de la Ciudad de México, de pronto se anunció su marcha a Aguascalientes. Cuando nadie veía posible la salida del Atlante de la capital, de pronto los Potros de Hierro se oxidaron con la brisa de la Riviera Maya.

Así como en Macondo nació un bebé con rabo de cerdo, en el futbol mexicano un buen día, al calor de los billetes, a los Jaguares le salieron plumas y se convirtieron en Gallos, y entonces, como una especie nueva, siguieron disfrutando las bondades de la Primera División. Con ese poder que tiene el dinero para borrar los descensos deportivos, como algunos años después lo hizo el Tiburón, que nadó entre aguas turbulentas, hasta que no pudo más.