/ viernes 29 de mayo de 2020

Mi vida sin el deporte | El recuerdo de las Chivas de Matías Almeyda

A tres años del campeonato de las Chivas frente a los Tigres, el logro del Rebaño Sagrado va adquiriendo nuevos tintes. Es normal, es el poder del tiempo de limpiar los recuerdos y dejar lo que realmente vale. El común denominador del éxito de ese equipo de manera irremediable termina por ser Matías Almeyda, ese técnico argentino cuya principal credencial había sido el tomar y ascender a River Plate, cuando el conjunto millonario era traicionado por su historia en los infiernos de la B. Matías llegó a un Guadalajara sumido en una profunda crisis, con problemas de descenso y con pocas esperanzas a futuro. Pero tenía algo que a Vergara le resultó fundamental, sabía lo que era ganar algo en equipos importantes.

Algo hay en el discurso de Almeyda que atrapó a un dueño que hasta entonces jamás había respetado los procesos, pero que aprendió a respetar las palabras del argentino. Matías, con ese look un tanto rebelde, le llegó de inmediato al futbolista, y con eso comenzó el trabajo que derivó en el título de Liga y en otros triunfos más. El inicio fue difícil. Sus Chivas no encon- traban la fórmula. Al grado de que un día, después de no ganar en las ocho primeras jornadas del Clausura 2016, el técnico, visiblemente desesperado, aseguró que Chivas estaba orinado por un dinosaurio antiguo, porque su equipo jugaba bien, pero le faltaba suerte.

El título ante los Tigres llegó después de una época extraña, o más bien oscura, en la que Chivas sufrió lo indecible, y parecía eternamente condenado a ver cómo su historia se escapaba en los últimos suspiros de cada torneo.

Muy lejos quedaban aquellos años gloriosos del título en la Bombonera, ante el Toluca, y de esas Chivas que peleaban por ganar algo a nivel continental.

Hasta que llegó Almeyda y como un pastor supo liderar a su rebaño.

Es cierto que no todo el mérito puede ser para el técnico, porque esas Chivas tenían suficiente talento dentro del campo.

Después de muchos años de inversiones polémicas, Guadalajara encontró ese equilibrio entre generaciones que le permitió la llegada de los éxitos, y que tenía una columna vertebral capaz de todo. El marco estaba bien cubierto por Cota, un portero que llegó envuelto en la polémica del traspaso de Guzmán a Pachuca, pero con el tiempo se consolidó en el marco. Una defensa central liderada por la experiencia de Jair Pereira, un medio campo comandado por el “Gallo” Vázquez y Carlos Salcido.

Rodolfo Pizarro, en esa zona del campo donde el futbol se sueña, y arriba Pulido, que en ese entonces marcaba pocos goles, pero hacía los importantes.

Luego de ese campeonato, los jugadores comenzaron a salir uno a uno, y también se fue Almeyda, y las Chivas regresaron a sus tinieblas, a esos torneos consecutivos donde en Guadalajara no existió la fiesta de la Liguilla.

A menudo, cuando los jugadores de las Chivas que ganaron esa final ante Tigres en un estadio repleto hablan sobre Matías, suelen destacar su liderazgo, y esos secretos que tienen los vestuarios, que alientan al futbolista y lo hacen creer en una idea de juego.

A tres años del campeonato de las Chivas frente a los Tigres, el logro del Rebaño Sagrado va adquiriendo nuevos tintes. Es normal, es el poder del tiempo de limpiar los recuerdos y dejar lo que realmente vale. El común denominador del éxito de ese equipo de manera irremediable termina por ser Matías Almeyda, ese técnico argentino cuya principal credencial había sido el tomar y ascender a River Plate, cuando el conjunto millonario era traicionado por su historia en los infiernos de la B. Matías llegó a un Guadalajara sumido en una profunda crisis, con problemas de descenso y con pocas esperanzas a futuro. Pero tenía algo que a Vergara le resultó fundamental, sabía lo que era ganar algo en equipos importantes.

Algo hay en el discurso de Almeyda que atrapó a un dueño que hasta entonces jamás había respetado los procesos, pero que aprendió a respetar las palabras del argentino. Matías, con ese look un tanto rebelde, le llegó de inmediato al futbolista, y con eso comenzó el trabajo que derivó en el título de Liga y en otros triunfos más. El inicio fue difícil. Sus Chivas no encon- traban la fórmula. Al grado de que un día, después de no ganar en las ocho primeras jornadas del Clausura 2016, el técnico, visiblemente desesperado, aseguró que Chivas estaba orinado por un dinosaurio antiguo, porque su equipo jugaba bien, pero le faltaba suerte.

El título ante los Tigres llegó después de una época extraña, o más bien oscura, en la que Chivas sufrió lo indecible, y parecía eternamente condenado a ver cómo su historia se escapaba en los últimos suspiros de cada torneo.

Muy lejos quedaban aquellos años gloriosos del título en la Bombonera, ante el Toluca, y de esas Chivas que peleaban por ganar algo a nivel continental.

Hasta que llegó Almeyda y como un pastor supo liderar a su rebaño.

Es cierto que no todo el mérito puede ser para el técnico, porque esas Chivas tenían suficiente talento dentro del campo.

Después de muchos años de inversiones polémicas, Guadalajara encontró ese equilibrio entre generaciones que le permitió la llegada de los éxitos, y que tenía una columna vertebral capaz de todo. El marco estaba bien cubierto por Cota, un portero que llegó envuelto en la polémica del traspaso de Guzmán a Pachuca, pero con el tiempo se consolidó en el marco. Una defensa central liderada por la experiencia de Jair Pereira, un medio campo comandado por el “Gallo” Vázquez y Carlos Salcido.

Rodolfo Pizarro, en esa zona del campo donde el futbol se sueña, y arriba Pulido, que en ese entonces marcaba pocos goles, pero hacía los importantes.

Luego de ese campeonato, los jugadores comenzaron a salir uno a uno, y también se fue Almeyda, y las Chivas regresaron a sus tinieblas, a esos torneos consecutivos donde en Guadalajara no existió la fiesta de la Liguilla.

A menudo, cuando los jugadores de las Chivas que ganaron esa final ante Tigres en un estadio repleto hablan sobre Matías, suelen destacar su liderazgo, y esos secretos que tienen los vestuarios, que alientan al futbolista y lo hacen creer en una idea de juego.