/ lunes 6 de abril de 2020

Mi vida sin el deporte | Las desgracias que se le juntaron a Cruz Azul

Por: José Ángel Rueda

¿Qué este domingo van a pasar en la tele las dos finales de América contra Cruz Azul?, le pregunté a mi amigo Alfaro, aunque fue más bien una pregunta retórica, porque yo ya sabía que en la tele pasarían los dos partidos, y sólo fue un pretexto para que me dijera cómo se sentía. Le va al América, claro, así que podemos intuir una cascada de sentimientos, todos buenos. Sí, me dijo, y las voy a ver como si fueran la primera vez, me voy a emocionar igual. Y yo le creo, porque conozco en el mundo a pocas personas tan americanistas como él. Me lo imagino en su sala, con su hijo Darío, en una de esas tardes importantes de futbol, con las playeras amarillas, gritando Las desgracias que se le juntaron a Cruz Azul eufóricos el gol de Moisés.

Hay otra historia increíble que tiene que ver con él y el gol del milagro. Me contó que ese día, en la abarrotada cabecera norte del Azteca, se perdió el gol del arquero. El cabezazo sí que lo vio, pero cuando advirtió que la pelota iba para afuera, porque iba para afuera, lleno de rabia se volteó a golpear la butaca. Sólo el estruendo del estadio lo hizo voltear expectante. Y a celebrar, también, sin saber cómo había sido, pero a gritarlo porque el balón estaba dentro y su América estaba vivo pese a que la noche les jugaba en contra. Ya después le explicaron el infortunio de Castro, aunque el cómo le importaba un carajo.

Tengo también muchos amigos del Cruz Azul, pero a ellos no les hablé, por respeto, porque sé cuánto les dolió esa noche. Porque no merecían perder y perdieron. Aunque es cierto que esa plática ya la hemos tenido antes, cuando creí tontamente que su herida había sanado, por más que en el fondo sabía que una herida así no sana nunca. Siempre les he expresado mi admiración a los aficionados del Cruz Azul. Creo que en ellos se encuentra el verdadero significado de amar a un equipo. El fanático cementero construye su pasión mediante parámetros distintos al resto. Encaran la tragedia de otro modo.

La tragedia es un punto fundamental en el futbol. Yo le voy al Necaxa, así que tengo permiso para hablar de eso. Somos de esa clase de aficionados propensos a la derrota. Por eso cuando nuestro equipo nos da una mínima alegría la disfrutamos con la consciencia de que está a punto de terminar. No es casualidad, por lo tanto, que cuando mis Rayos descendieron y me quedé huérfano de equipo en la Primera División, considerara seriamente apoyar al Cruz Azul. La idea nunca tomó forma, porque como dice Eduardo Galeano, uno en esta vida puede cambiar de todo menos de equipo de futbol. Eso no quita, desde luego, que aquella derrota en el estadio Azteca me resultara terriblemente amarga, no tanto por Cruz Azul, sino por la forma.

Recuerdo que por esos días estaba sorprendidísimo por la cantidad de desgracias que se le juntaron a la Máquina en una sola noche. El no aprovechar un hombre de más. El poste de Teófilo Gutiérrez. El cabezazo del portero. El desvío desafortunado. La tormenta incesante. Los penales. El disparo decisivo del resbaladizo Miguel Layún.

Por: José Ángel Rueda

¿Qué este domingo van a pasar en la tele las dos finales de América contra Cruz Azul?, le pregunté a mi amigo Alfaro, aunque fue más bien una pregunta retórica, porque yo ya sabía que en la tele pasarían los dos partidos, y sólo fue un pretexto para que me dijera cómo se sentía. Le va al América, claro, así que podemos intuir una cascada de sentimientos, todos buenos. Sí, me dijo, y las voy a ver como si fueran la primera vez, me voy a emocionar igual. Y yo le creo, porque conozco en el mundo a pocas personas tan americanistas como él. Me lo imagino en su sala, con su hijo Darío, en una de esas tardes importantes de futbol, con las playeras amarillas, gritando Las desgracias que se le juntaron a Cruz Azul eufóricos el gol de Moisés.

Hay otra historia increíble que tiene que ver con él y el gol del milagro. Me contó que ese día, en la abarrotada cabecera norte del Azteca, se perdió el gol del arquero. El cabezazo sí que lo vio, pero cuando advirtió que la pelota iba para afuera, porque iba para afuera, lleno de rabia se volteó a golpear la butaca. Sólo el estruendo del estadio lo hizo voltear expectante. Y a celebrar, también, sin saber cómo había sido, pero a gritarlo porque el balón estaba dentro y su América estaba vivo pese a que la noche les jugaba en contra. Ya después le explicaron el infortunio de Castro, aunque el cómo le importaba un carajo.

Tengo también muchos amigos del Cruz Azul, pero a ellos no les hablé, por respeto, porque sé cuánto les dolió esa noche. Porque no merecían perder y perdieron. Aunque es cierto que esa plática ya la hemos tenido antes, cuando creí tontamente que su herida había sanado, por más que en el fondo sabía que una herida así no sana nunca. Siempre les he expresado mi admiración a los aficionados del Cruz Azul. Creo que en ellos se encuentra el verdadero significado de amar a un equipo. El fanático cementero construye su pasión mediante parámetros distintos al resto. Encaran la tragedia de otro modo.

La tragedia es un punto fundamental en el futbol. Yo le voy al Necaxa, así que tengo permiso para hablar de eso. Somos de esa clase de aficionados propensos a la derrota. Por eso cuando nuestro equipo nos da una mínima alegría la disfrutamos con la consciencia de que está a punto de terminar. No es casualidad, por lo tanto, que cuando mis Rayos descendieron y me quedé huérfano de equipo en la Primera División, considerara seriamente apoyar al Cruz Azul. La idea nunca tomó forma, porque como dice Eduardo Galeano, uno en esta vida puede cambiar de todo menos de equipo de futbol. Eso no quita, desde luego, que aquella derrota en el estadio Azteca me resultara terriblemente amarga, no tanto por Cruz Azul, sino por la forma.

Recuerdo que por esos días estaba sorprendidísimo por la cantidad de desgracias que se le juntaron a la Máquina en una sola noche. El no aprovechar un hombre de más. El poste de Teófilo Gutiérrez. El cabezazo del portero. El desvío desafortunado. La tormenta incesante. Los penales. El disparo decisivo del resbaladizo Miguel Layún.