/ jueves 9 de abril de 2020

Mi vida sin el deporte | Las retas de FIFA con los amigos se disfrutan

todos los que nos gusta el futbol, por lo menos una vez en la vida hemos jugado FIFA. Claro que hay quien no se engancha, pero hay otros, la mayoría, diría yo, que pasan las horas al frente de la televisión escuchando las narraciones exquisitas de Fernando Palomo y Mario Alberto Kempes, aunque no falta quien aún extraña aquellas transmisiones del “Perro” Bermúdez y Ricardo Peláez, hace ya algunos años. Que la Liga MX haya decidido lanzar un torneo de FIFA con todas las de la ley no deja de ser una buena noticia para los que nos gusta el futbol. En estos días en los que no hay nada por ver más que puros recuerdos, una vez más los videojuegos saldrán al rescate de los sueños, como tantas otras tardes.

Los que estamos acostumbrados a jugar tenemos ciertos códigos. Resulta imposible negarse a esa frase tan coloquial que dice: “saquen el FIFA”. No me dejarán mentir, pero la voz un tanto provocativa de los amigos al pronunciar las palabras mágicas despiertan en uno ese sentimiento competitivo. El lenguaje entre padres e hijos, tan cabulero, es el pan de cada día. Ya en el trámite, una vez que se dio el difícil proceso de elegir equipo, y se soportó la presión psicológica del rival para no escoger a los poderosos, comienza el juego de todos.

Los partidos tienen un lugar común de los que pocos escapan. Como un patrón que se repite incesantemente en cada pantalla del mundo. Es cierto que los videojuegos se hicieron para entretener a la gente, sin embargo, es tanta la pasión que acumulan que a veces es imposible no enojarse.

Pongamos algunos ejemplos. Estoy seguro que el primer coraje llega cuando el rival anota y en un acto de narcisismo puro deja completa la repetición, por más que se trate del gol más feo de todos. Es inútil la cantidad de veces que se apriete el botón, la imagen sigue hasta que el rival quiera. A menudo esos mismos rivales son los que terminan por hacer las cosas más bajas del juego, como el hecho tratar de meter gol con su propio portero, en un acto de humillación. O son los mismos que cuando pierden por goleada, comienzan a anotarse autogoles infames, o a barrerse indiscriminadamente, como si con eso el resultado dejara de importarles. Hay casos más extremos donde rompen los controles, o desconectan la consola porque ya no pueden más. Que se entienda, es gracioso porque es verdad.

El juego también tiene otros aspectos menos rudos, pero que nos dejan ver esa parte de profesionalismo que todos tenemos cuando nos jugamos el orgullo. O me van a negar que en una serie de penales no han escondido el control.

Más allá de las cosas chuscas, también da para mucho. He tenido pláticas larguísimas con mi amigo Mújica sobre táctica y estrategia en el FIFA. A él le gusta encarar proyectos difíciles, como ascender equipos modestos a primera, y luego, sin presupuesto, hacerle frente a los gigantes. Yo le conté que una vez

todos los que nos gusta el futbol, por lo menos una vez en la vida hemos jugado FIFA. Claro que hay quien no se engancha, pero hay otros, la mayoría, diría yo, que pasan las horas al frente de la televisión escuchando las narraciones exquisitas de Fernando Palomo y Mario Alberto Kempes, aunque no falta quien aún extraña aquellas transmisiones del “Perro” Bermúdez y Ricardo Peláez, hace ya algunos años. Que la Liga MX haya decidido lanzar un torneo de FIFA con todas las de la ley no deja de ser una buena noticia para los que nos gusta el futbol. En estos días en los que no hay nada por ver más que puros recuerdos, una vez más los videojuegos saldrán al rescate de los sueños, como tantas otras tardes.

Los que estamos acostumbrados a jugar tenemos ciertos códigos. Resulta imposible negarse a esa frase tan coloquial que dice: “saquen el FIFA”. No me dejarán mentir, pero la voz un tanto provocativa de los amigos al pronunciar las palabras mágicas despiertan en uno ese sentimiento competitivo. El lenguaje entre padres e hijos, tan cabulero, es el pan de cada día. Ya en el trámite, una vez que se dio el difícil proceso de elegir equipo, y se soportó la presión psicológica del rival para no escoger a los poderosos, comienza el juego de todos.

Los partidos tienen un lugar común de los que pocos escapan. Como un patrón que se repite incesantemente en cada pantalla del mundo. Es cierto que los videojuegos se hicieron para entretener a la gente, sin embargo, es tanta la pasión que acumulan que a veces es imposible no enojarse.

Pongamos algunos ejemplos. Estoy seguro que el primer coraje llega cuando el rival anota y en un acto de narcisismo puro deja completa la repetición, por más que se trate del gol más feo de todos. Es inútil la cantidad de veces que se apriete el botón, la imagen sigue hasta que el rival quiera. A menudo esos mismos rivales son los que terminan por hacer las cosas más bajas del juego, como el hecho tratar de meter gol con su propio portero, en un acto de humillación. O son los mismos que cuando pierden por goleada, comienzan a anotarse autogoles infames, o a barrerse indiscriminadamente, como si con eso el resultado dejara de importarles. Hay casos más extremos donde rompen los controles, o desconectan la consola porque ya no pueden más. Que se entienda, es gracioso porque es verdad.

El juego también tiene otros aspectos menos rudos, pero que nos dejan ver esa parte de profesionalismo que todos tenemos cuando nos jugamos el orgullo. O me van a negar que en una serie de penales no han escondido el control.

Más allá de las cosas chuscas, también da para mucho. He tenido pláticas larguísimas con mi amigo Mújica sobre táctica y estrategia en el FIFA. A él le gusta encarar proyectos difíciles, como ascender equipos modestos a primera, y luego, sin presupuesto, hacerle frente a los gigantes. Yo le conté que una vez