/ domingo 31 de mayo de 2020

Mi vida sin el deporte | Pelé y Maradona... y la tierra de los dioses

Los Mundiales de futbol van por la vida dejando sus enseñanzas. Cada uno, a su modo, comienza con el futbol siendo de una manera y cuando termina ya es otro. Como si se tratara de una máquina capaz de modificar para siempre la historia. Por ejemplo, antes del Mundial de 1950, Brasil ya era campeón en la mente de todos los brasileños, pero al terminar, después de la tragedia en Maracaná, Brasil era todo, menos campeón. Antes de Suecia, en 1958, Pelé no era más que un niño, pero apenas unas cuantas semanas después, ya era un aspirante a Rey.

Antes del Mundial de Sudáfrica, en el 2010, parecía que el mundo estaba destinado a quedarse sin campeones nuevos, hasta que llegó España y dio al traste con todas las teorías.

Aunque es probable que los dos Mundiales que más marcaron la historia del futbol se hayan jugado en México. Porque antes del Mundial de 1970, Pelé ya era el mejor jugador de todos los tiempos, pero después de golear a Italia en la final, Pelé se llenó de un tiempo infinito para convertirse en un ser inalcanzable. Antes de 1986, el futbol buscaba sin demasiado éxito un heredero de las glorias del brasileño, y comenzó el Mundial con el sueño de encontrarlo, y terminó el Mundial con la suerte de haberlo encontrado, en las piernas gambeteras de Diego Armando Maradona.

El 31 de mayo de 1970 fue domingo, como hoy. Alguna fórmula matemática debe estar escondida detrás de un calendario que da vuelta 50 veces para juntar las fechas con los días. El 31 de mayo de 1986, sin embargo, fue sábado, como ayer. En todo caso, la coincidencia está en que un día como hoy arrancaron las dos Copas del Mundo que hasta el momento ha albergado México. Las dos comenzaron de forma muy parecida, y en cierto modo, terminaron casi igual.

La imagen de Pelé en hombros, recortando con su figura imponente el graderío repleto del estadio Azteca, como un vitral verdeamarela dividido por su dos hileras de palcos; es la misma que 16 años después dibujó Maradona, en hombros, también, con la copa en las manos, y el mismo fondo pletórico, sólo que ahora con un tono albiceleste.

En 16 años el mundo cambió lo suficiente para arrasar con sus vientos endemoniados al futbol. En 1970, a dos años de los Juegos Olímpicos y también a dos años de la matanza de Tlatelolco, el Mundial se disputó con apenas 16 equipos.

En el 86, apenas unos meses después del terremoto que sacudió la Ciudad de México, ya eran 24, como un reflejo de un mundo que crece descontrolado. En 1970, el futbol se repartió entre seis estadios. En 1986, fueron 12. En el 70, las tarjetas apenas eran un experimento, y los cambios aún sonaban a traición. En 1986 los balones ya eran sintéticos, y no de cuero. En 1970 no hubo expulsados, mientras que el 86, el uruguayo José Batista se fue a los vestuarios apenas a los 56 segundos del partido contra Escocia.

Los Mundiales de futbol van por la vida dejando sus enseñanzas. Cada uno, a su modo, comienza con el futbol siendo de una manera y cuando termina ya es otro. Como si se tratara de una máquina capaz de modificar para siempre la historia. Por ejemplo, antes del Mundial de 1950, Brasil ya era campeón en la mente de todos los brasileños, pero al terminar, después de la tragedia en Maracaná, Brasil era todo, menos campeón. Antes de Suecia, en 1958, Pelé no era más que un niño, pero apenas unas cuantas semanas después, ya era un aspirante a Rey.

Antes del Mundial de Sudáfrica, en el 2010, parecía que el mundo estaba destinado a quedarse sin campeones nuevos, hasta que llegó España y dio al traste con todas las teorías.

Aunque es probable que los dos Mundiales que más marcaron la historia del futbol se hayan jugado en México. Porque antes del Mundial de 1970, Pelé ya era el mejor jugador de todos los tiempos, pero después de golear a Italia en la final, Pelé se llenó de un tiempo infinito para convertirse en un ser inalcanzable. Antes de 1986, el futbol buscaba sin demasiado éxito un heredero de las glorias del brasileño, y comenzó el Mundial con el sueño de encontrarlo, y terminó el Mundial con la suerte de haberlo encontrado, en las piernas gambeteras de Diego Armando Maradona.

El 31 de mayo de 1970 fue domingo, como hoy. Alguna fórmula matemática debe estar escondida detrás de un calendario que da vuelta 50 veces para juntar las fechas con los días. El 31 de mayo de 1986, sin embargo, fue sábado, como ayer. En todo caso, la coincidencia está en que un día como hoy arrancaron las dos Copas del Mundo que hasta el momento ha albergado México. Las dos comenzaron de forma muy parecida, y en cierto modo, terminaron casi igual.

La imagen de Pelé en hombros, recortando con su figura imponente el graderío repleto del estadio Azteca, como un vitral verdeamarela dividido por su dos hileras de palcos; es la misma que 16 años después dibujó Maradona, en hombros, también, con la copa en las manos, y el mismo fondo pletórico, sólo que ahora con un tono albiceleste.

En 16 años el mundo cambió lo suficiente para arrasar con sus vientos endemoniados al futbol. En 1970, a dos años de los Juegos Olímpicos y también a dos años de la matanza de Tlatelolco, el Mundial se disputó con apenas 16 equipos.

En el 86, apenas unos meses después del terremoto que sacudió la Ciudad de México, ya eran 24, como un reflejo de un mundo que crece descontrolado. En 1970, el futbol se repartió entre seis estadios. En 1986, fueron 12. En el 70, las tarjetas apenas eran un experimento, y los cambios aún sonaban a traición. En 1986 los balones ya eran sintéticos, y no de cuero. En 1970 no hubo expulsados, mientras que el 86, el uruguayo José Batista se fue a los vestuarios apenas a los 56 segundos del partido contra Escocia.