/ martes 26 de mayo de 2020

Mi vida sin el deporte | Rafael Nadal, el auténtico dios de la tierra batida

Por: José Ángel Rueda

Los finales de mayo tienen el olor de la nostalgia de Roland Garros, aunque este año, como todo en la vida, sabe algo diferente. El evento francés se une a todo aquello que se quedó en el aire debido a la pandemia. Los organizadores mantienen la esperanza de retomar las actividades en septiembre, pero en realidad nadie sabe si será posible, porque los torneos se amontonan en la parte final del calendario. La espera ha puesto en pausa ese rally frenético entre Djokovic, Federer y Nadal por ver quién se queda con la corona absoluta en cuanto a Grand Slams se refiere.

Este torneo tenía mucho de especial, entre otras cosas porque la pista central Philippe Chartier, esa cancha donde precisamente Nadal ha construido su leyenda, estrenaría su flamante techo retráctil. Los organizadores del Abierto de Francia lo pensaron para defenderse de su principal enemigo, la lluvia, pero la vida, como en las películas, siempre se encarga de inventarse nuevos villanos. El coronavirus frenó la noche de fiesta en París, donde todo quedó para después.

Ante la ausencia de tenis, las redes sociales se han valido de los apasionantes recuerdos del deporte blanco. Hace apenas unos días, se cumplieron quince años precisamente del primer título de Rafa Nadal en Roland Garros. En el lejano 2005, el joven español derrotó al argentino Mariano Puerta, y a partir de ahí han sido pocos los que lo han podido detener. Rafa acumula 12 trofeos en la tierra parisina, en 14 ediciones disputadas, como una imagen que se repite al infinito y que sólo encuentra diferencias en lo largo de su cabello. Más allá de los triunfos, es su marca la que deja ver su absoluto dominio, al ganar 93 de 95 partidos disputados. El tenista de Mallorca es el dios de la tierra.

Las formas en las que Nadal construye su juego enaltecen al tenis. Ese deporte que se construye de pequeños instantes. Los aficionados, bien recatados desde la grada, al ritmo de un silencio que sólo se quiebra una vez que el saque es bueno, observan el ir y venir de la pelota, librando apenas la red como enemiga, conscientes de lo inminente del desenlace. El cúmulo de emociones se renueva constantemente, en cada punto concebido con vértigo. El secreto de Nadal está en correr más que nadie, en no dar una bola por perdida.

Es común ver al zurdo español deslizándose por la tierra, apenas con el impulso de su fortaleza, como si en esos segundos fuera capaz de inventarse las claves de sus victorias.

Ver a la gente hacer las cosas que mejor sabe es extraordinario. Como si de pronto el destino y la suerte hubieran hecho explosión y de ahí surgieran los grandes personajes de este mundo. Es tanta la comunión que hay entre lo que son y lo que hacen. Resulta imposible imaginar a Rafa Nadal en otro contexto que no sea dentro de una cancha de tenis, y si es de arcilla, mejor, aunque con los años el de Mallorca ha demostrado que no le teme a ninguna superficie.

Menos mal que hay variedad, de lo contrario, si todo se jugara en la tierra, tendríamos tal vez al deportista más determinante de la historia.

Por: José Ángel Rueda

Los finales de mayo tienen el olor de la nostalgia de Roland Garros, aunque este año, como todo en la vida, sabe algo diferente. El evento francés se une a todo aquello que se quedó en el aire debido a la pandemia. Los organizadores mantienen la esperanza de retomar las actividades en septiembre, pero en realidad nadie sabe si será posible, porque los torneos se amontonan en la parte final del calendario. La espera ha puesto en pausa ese rally frenético entre Djokovic, Federer y Nadal por ver quién se queda con la corona absoluta en cuanto a Grand Slams se refiere.

Este torneo tenía mucho de especial, entre otras cosas porque la pista central Philippe Chartier, esa cancha donde precisamente Nadal ha construido su leyenda, estrenaría su flamante techo retráctil. Los organizadores del Abierto de Francia lo pensaron para defenderse de su principal enemigo, la lluvia, pero la vida, como en las películas, siempre se encarga de inventarse nuevos villanos. El coronavirus frenó la noche de fiesta en París, donde todo quedó para después.

Ante la ausencia de tenis, las redes sociales se han valido de los apasionantes recuerdos del deporte blanco. Hace apenas unos días, se cumplieron quince años precisamente del primer título de Rafa Nadal en Roland Garros. En el lejano 2005, el joven español derrotó al argentino Mariano Puerta, y a partir de ahí han sido pocos los que lo han podido detener. Rafa acumula 12 trofeos en la tierra parisina, en 14 ediciones disputadas, como una imagen que se repite al infinito y que sólo encuentra diferencias en lo largo de su cabello. Más allá de los triunfos, es su marca la que deja ver su absoluto dominio, al ganar 93 de 95 partidos disputados. El tenista de Mallorca es el dios de la tierra.

Las formas en las que Nadal construye su juego enaltecen al tenis. Ese deporte que se construye de pequeños instantes. Los aficionados, bien recatados desde la grada, al ritmo de un silencio que sólo se quiebra una vez que el saque es bueno, observan el ir y venir de la pelota, librando apenas la red como enemiga, conscientes de lo inminente del desenlace. El cúmulo de emociones se renueva constantemente, en cada punto concebido con vértigo. El secreto de Nadal está en correr más que nadie, en no dar una bola por perdida.

Es común ver al zurdo español deslizándose por la tierra, apenas con el impulso de su fortaleza, como si en esos segundos fuera capaz de inventarse las claves de sus victorias.

Ver a la gente hacer las cosas que mejor sabe es extraordinario. Como si de pronto el destino y la suerte hubieran hecho explosión y de ahí surgieran los grandes personajes de este mundo. Es tanta la comunión que hay entre lo que son y lo que hacen. Resulta imposible imaginar a Rafa Nadal en otro contexto que no sea dentro de una cancha de tenis, y si es de arcilla, mejor, aunque con los años el de Mallorca ha demostrado que no le teme a ninguna superficie.

Menos mal que hay variedad, de lo contrario, si todo se jugara en la tierra, tendríamos tal vez al deportista más determinante de la historia.