/ jueves 2 de abril de 2020

Mi vida sin el deporte | Si te caes siete veces, ocho veces te levantas

Un amigo me dijo que habíamos tenido mucha suerte de que los Juegos Olímpicos del 2020 se celebraran en Japón, y no en otro país. Que si los Juegos fueran en otra sede con esto del coronavirus ya todo estaría perdido, que de un golpe así, el del cambio de fecha tan abrupto, tan sin tiempo, no se levanta cualquiera, pero lo japoneses sí. Basta con ver su historia, me dijo. Es un país acostumbrado a levantarse cada que se cae. O cada que lo tiran, puntualizó, con esa voz de complicidad, como si la expresión se explicara por sí sola.

Fue ahí cuando empezamos a recapitular al vuelo la lista de desventuras de Japón, pero sobre todo, nos sorprendió su mentalidad para superarlas. Por supuesto, hablamos de Hiroshima y la bomba atómica, y la manera en la que la ciudad se reconstruyó con la solidaridad de sus habitantes. Y cómo, después de tantos años, la devastación resignificó su sentido, tanto que hasta un museo hay para no olvidar, pero sobre todo para apelar a la unidad de sus pueblos.

Luego, muchos tiempo después, el mundo se conmovió con el terremoto que los sacudió en el 2011, y que fue tan fuerte el movimiento que agitó las aguas y que fue tan fuerte también que la inundación hizo explotar una planta nuclear en Fukushima, y que en el transcurso murieron 1200 personas.

Cuando las imágenes en televisión conmovían al mundo, Japón dio muestra de su entereza y comenzó a trabajar desde el silencio y la mesura en su reconstrucción.

El Comité Organizador de los Juegos decidió que la llama permanezca encendida mientras todo pasa. El próximo mes estará exhibida precisamente en Fukushima, a tan solo 20 kilómetros de la zona cero de la explosión, en un acto donde conviven lo simbólico y lo real.

Acostumbrados a ver la vida de otro modo, en Japón consideran que ese fuego ardiente es una luz de esperanza que guiará al mundo en este episodio oscuro. Si te caes sietes veces, ocho veces te levantas, dice un antiguo proverbio japonés. La enseñanza radica en la introspección a la tragedia, en la resiliencia de un pueblo que no olvida porque sabe que en el librero de la historia está descrito, aunque sea tenue, el futuro.

Hace unos meses, platicaba con mi novia sobre si nos gustaría ir a Japón. Ella no lo dudó, y respondió que sí, entre otras cosas porque no conozco a nadie que le guste viajar más que ella y también porque le llaman la atención las tonalidades de los cerezos, y esos paisajes donde las flores multicolores custodian el pico nevado del Monte Fuji o los extensos parques de Tokio. Yo, aunque un poco más dudoso, le respondí que sí, que también, que de las tierras asiáticas Japón es sin duda la que más me gustaría conocer. Y que la idea de unos Juegos Olímpicos en un país tan ordenado y con tanta riqueza cultural y tecnológica era sin duda apasionante. Platicamos también sobre el idioma y la comida y esas opciones tan de estos tiempos de hospedarse en una capsula que apelan a la individualidad. Me contó también que Pamela, su amiga, había ido a Japón en su luna de miel y que le había gustado mucho.

Un amigo me dijo que habíamos tenido mucha suerte de que los Juegos Olímpicos del 2020 se celebraran en Japón, y no en otro país. Que si los Juegos fueran en otra sede con esto del coronavirus ya todo estaría perdido, que de un golpe así, el del cambio de fecha tan abrupto, tan sin tiempo, no se levanta cualquiera, pero lo japoneses sí. Basta con ver su historia, me dijo. Es un país acostumbrado a levantarse cada que se cae. O cada que lo tiran, puntualizó, con esa voz de complicidad, como si la expresión se explicara por sí sola.

Fue ahí cuando empezamos a recapitular al vuelo la lista de desventuras de Japón, pero sobre todo, nos sorprendió su mentalidad para superarlas. Por supuesto, hablamos de Hiroshima y la bomba atómica, y la manera en la que la ciudad se reconstruyó con la solidaridad de sus habitantes. Y cómo, después de tantos años, la devastación resignificó su sentido, tanto que hasta un museo hay para no olvidar, pero sobre todo para apelar a la unidad de sus pueblos.

Luego, muchos tiempo después, el mundo se conmovió con el terremoto que los sacudió en el 2011, y que fue tan fuerte el movimiento que agitó las aguas y que fue tan fuerte también que la inundación hizo explotar una planta nuclear en Fukushima, y que en el transcurso murieron 1200 personas.

Cuando las imágenes en televisión conmovían al mundo, Japón dio muestra de su entereza y comenzó a trabajar desde el silencio y la mesura en su reconstrucción.

El Comité Organizador de los Juegos decidió que la llama permanezca encendida mientras todo pasa. El próximo mes estará exhibida precisamente en Fukushima, a tan solo 20 kilómetros de la zona cero de la explosión, en un acto donde conviven lo simbólico y lo real.

Acostumbrados a ver la vida de otro modo, en Japón consideran que ese fuego ardiente es una luz de esperanza que guiará al mundo en este episodio oscuro. Si te caes sietes veces, ocho veces te levantas, dice un antiguo proverbio japonés. La enseñanza radica en la introspección a la tragedia, en la resiliencia de un pueblo que no olvida porque sabe que en el librero de la historia está descrito, aunque sea tenue, el futuro.

Hace unos meses, platicaba con mi novia sobre si nos gustaría ir a Japón. Ella no lo dudó, y respondió que sí, entre otras cosas porque no conozco a nadie que le guste viajar más que ella y también porque le llaman la atención las tonalidades de los cerezos, y esos paisajes donde las flores multicolores custodian el pico nevado del Monte Fuji o los extensos parques de Tokio. Yo, aunque un poco más dudoso, le respondí que sí, que también, que de las tierras asiáticas Japón es sin duda la que más me gustaría conocer. Y que la idea de unos Juegos Olímpicos en un país tan ordenado y con tanta riqueza cultural y tecnológica era sin duda apasionante. Platicamos también sobre el idioma y la comida y esas opciones tan de estos tiempos de hospedarse en una capsula que apelan a la individualidad. Me contó también que Pamela, su amiga, había ido a Japón en su luna de miel y que le había gustado mucho.