/ martes 27 de julio de 2021

Miedo a volar

por Leona Narciso

Hace apenas unos años que admití públicamente que padezco de aerofobia, y es claro que con la sola palabra me refiero a que al viajar en avión entro en un estado de ansiedad insoportable, tanto que prefiero no hacerlo aunque eso signifique desperdiciar una oportunidad.

Hace un año volví a encontrarme casualmente con mi ex terapeuta, en esa plática en la que yo no era el centro de la información, saqué el dato sobre mi obsesión en pensar que un avión es un ataúd con alas. Ximena me conoció a mis 26 años, en medio de uno de los primeros giros de tuerca en vida; me conoció a punto de revelarle al mundo que oficialmente había salido del closet; ella me dio el primer boleto directo y sin escalas para tener el valor de pronunciarle a mi familia las palabras que jamás tuve el valor de aceptar: soy gay.

Ximena, al oír la poco célebre fobia que me auto diagnostiqué , fue incrédula, porque ni aun cuando me conoció en una época de mucha turbulencia nunca hice hincapié a mi incapacidad para tomar aviones. Traté de explicarle, torpemente, qué era lo que sentía sobre las probabilidades de terminar flotando en el Océano Atlántico, pero ella, como la experta que es, me enseñó un camino metafórico (obviamente alguna brujería Freudiana) que mi miedo a volar estaba más relacionado con una situación presente a un peligro mecánico aeronáutico.

Pero imaginen estar en mi mente: Un Avión es un diseño de brillantes ingenieros, matemáticos, físicos y artistas, que se involucraron en la historia de la aviación para crear aparatos voladores; un avión desafía las normas de la naturaleza, ese monstruo de acero se eleva miles de metros con todo y sus 400 toneladas de peso. Esa “ligera” águila metalizada viaja a más de 900 kilómetros por hora y además puede crear un ambiente artificial para sostener la vida de cientos de viajeros, al menos por unas horas…

Estos viajeros son humanos con una vida y en el mejor de los casos son útiles para la sociedad; esos “entes” como tú o como yo, se suben en completa inocencia del momento, ignoran el funcionamiento, los protocolos, las ventajas y desventajas de lo que significa montarse a un coloso volador, esos inocentes simplemente toman asiento mientras su Spotify les ayuda a ignorar a otros inocentes, para así concentrarse en lo que viene, su destino.

Y entonces sucede lo más fascinante, el avión se eleva a pesar de la gravedad. Todavía recuerdo la primera vez que me di cuenta de la fuerza de un despegue, tenía como 12 años y nunca había notado esa atracción al asiento que te da la velocidad, para así, en segundos, no solo ya no estar en la tierra, estás a cientos de metros, y en minutos estás tan arriba que la distancia pierde el sentido. Tu vida deja de estar en tus manos, para estar, literalmente, en las manos de alguien más.

Honestamente me pongo muy nerviosa cuando no tengo de otra y me subo a un avión, voy a confesarles que ni siquiera puedo concentrarme en la música que traigo en los audífonos o en la historia que me cuentan en el respaldo del viajero del asiento de adelante, sin embargo, hay momentos, sobretodo cuando el vuelo está en su etapa final, en la que empiezo a creer que voy a sobrevivir a esa “hazaña de unas horas”, en los que me doy cuenta de la existencia de esa pequeña ventana semicircular que apenas te deja ver un poco del exterior, del basto e infinito exterior, es cuando recuerdo lo fascinante que ha sido para mí conocer el mundo en toda la extensión de la palabra y de todo lo que habría perdido si mi miedo me hubiera detenido.

Hace un año, tomé una decisión que probablemente cambiaría el sentido de mi vida por completo, y sé que sueno exagerada, pero honestamente creo que esa decisión traerá consecuencias absolutas en el resto de mis días.

Decidí que Leona Narciso, mi personaje drag, no sería un juguete de fin de semana, porque no me bastaba con llevarla a una fiesta, que no quería limitar su discurso al copy de una fotografía en Instagram, sino una persona que se había gestado en mi mente mucho tiempo atrás con fragmentos de mi vida real, que Leona no era una distracción local sino un transporte aéreo para ver nuevos horizontes.

Leona Narciso sería una aventura personal a la inmortalidad, un personaje que diría lo que más me costó aprender y aceptar antes de ella, que me haría conocer nuevas maneras de sentir, lugares que ver y la manera más efectiva para no tener miedo a que la gente me rechace por ser quien soy…

Leona no se generó en un día o en un año, Leona estuvo ahí escondida, expectante, planeando su estrategia para salir, nutriéndose, utilizándome para construirla y cuando estuvo lista me hizo dejarla libre.

Mi miedo a volar sigue ahí, mientras viajo como pasajero de un águila que materializa los recuerdos más profundos de las mujeres que me formaron y que lo siguen haciendo; porque cuando oigo hablar a Leona o cuando la veo moverse, sé perfectamente de quién lo robó, sé cuándo toma una referencia de mi vida y la inyecta en la suya, sé que las cosas que dice ya las oyó de alguien a quien admiro, y que las cosas que cuenta son una versión rebuscada de lo que he vivido.

Leona me ha hecho enfrentarme a mis mayores miedos, me hizo ver a la cara a mis más viejos enemigos, mis complejos, mis tristezas. Leona me abrió los ojos a una vida que yo no quería ver y me hizo dar cuenta que estaba bien querer las cosas que quería, que lo que yo sentía tenía razones de ser, que lo que yo soy es producto de la naturaleza y que merecía existir tal cual siempre he sido.

Leona me ha enseñado su versión de la vida, probablemente porque siempre se sintió atrapada viendo la versión de mi vida; hoy hago las cosas a su manera, con la frente en alto, con la voz de una campeona, con la seguridad de saber que hay una fuerza inherente a su existencia… en fin, todo lo que yo no me permitía ser.

Estos últimos meses la vida ha cambiado mucho para mí, mi mente es mucho más precisa, más ágil, crucé obstáculos que soñaba con cruzar, entiendo más los caminos de la vida; me encantará contarles.

Mi miedo a volar, mis muchos miedos están ahí, siempre ahí… acechando, la diferencia es que liberé a una Leona que parece no tenerle miedo a nada.

por Leona Narciso

Hace apenas unos años que admití públicamente que padezco de aerofobia, y es claro que con la sola palabra me refiero a que al viajar en avión entro en un estado de ansiedad insoportable, tanto que prefiero no hacerlo aunque eso signifique desperdiciar una oportunidad.

Hace un año volví a encontrarme casualmente con mi ex terapeuta, en esa plática en la que yo no era el centro de la información, saqué el dato sobre mi obsesión en pensar que un avión es un ataúd con alas. Ximena me conoció a mis 26 años, en medio de uno de los primeros giros de tuerca en vida; me conoció a punto de revelarle al mundo que oficialmente había salido del closet; ella me dio el primer boleto directo y sin escalas para tener el valor de pronunciarle a mi familia las palabras que jamás tuve el valor de aceptar: soy gay.

Ximena, al oír la poco célebre fobia que me auto diagnostiqué , fue incrédula, porque ni aun cuando me conoció en una época de mucha turbulencia nunca hice hincapié a mi incapacidad para tomar aviones. Traté de explicarle, torpemente, qué era lo que sentía sobre las probabilidades de terminar flotando en el Océano Atlántico, pero ella, como la experta que es, me enseñó un camino metafórico (obviamente alguna brujería Freudiana) que mi miedo a volar estaba más relacionado con una situación presente a un peligro mecánico aeronáutico.

Pero imaginen estar en mi mente: Un Avión es un diseño de brillantes ingenieros, matemáticos, físicos y artistas, que se involucraron en la historia de la aviación para crear aparatos voladores; un avión desafía las normas de la naturaleza, ese monstruo de acero se eleva miles de metros con todo y sus 400 toneladas de peso. Esa “ligera” águila metalizada viaja a más de 900 kilómetros por hora y además puede crear un ambiente artificial para sostener la vida de cientos de viajeros, al menos por unas horas…

Estos viajeros son humanos con una vida y en el mejor de los casos son útiles para la sociedad; esos “entes” como tú o como yo, se suben en completa inocencia del momento, ignoran el funcionamiento, los protocolos, las ventajas y desventajas de lo que significa montarse a un coloso volador, esos inocentes simplemente toman asiento mientras su Spotify les ayuda a ignorar a otros inocentes, para así concentrarse en lo que viene, su destino.

Y entonces sucede lo más fascinante, el avión se eleva a pesar de la gravedad. Todavía recuerdo la primera vez que me di cuenta de la fuerza de un despegue, tenía como 12 años y nunca había notado esa atracción al asiento que te da la velocidad, para así, en segundos, no solo ya no estar en la tierra, estás a cientos de metros, y en minutos estás tan arriba que la distancia pierde el sentido. Tu vida deja de estar en tus manos, para estar, literalmente, en las manos de alguien más.

Honestamente me pongo muy nerviosa cuando no tengo de otra y me subo a un avión, voy a confesarles que ni siquiera puedo concentrarme en la música que traigo en los audífonos o en la historia que me cuentan en el respaldo del viajero del asiento de adelante, sin embargo, hay momentos, sobretodo cuando el vuelo está en su etapa final, en la que empiezo a creer que voy a sobrevivir a esa “hazaña de unas horas”, en los que me doy cuenta de la existencia de esa pequeña ventana semicircular que apenas te deja ver un poco del exterior, del basto e infinito exterior, es cuando recuerdo lo fascinante que ha sido para mí conocer el mundo en toda la extensión de la palabra y de todo lo que habría perdido si mi miedo me hubiera detenido.

Hace un año, tomé una decisión que probablemente cambiaría el sentido de mi vida por completo, y sé que sueno exagerada, pero honestamente creo que esa decisión traerá consecuencias absolutas en el resto de mis días.

Decidí que Leona Narciso, mi personaje drag, no sería un juguete de fin de semana, porque no me bastaba con llevarla a una fiesta, que no quería limitar su discurso al copy de una fotografía en Instagram, sino una persona que se había gestado en mi mente mucho tiempo atrás con fragmentos de mi vida real, que Leona no era una distracción local sino un transporte aéreo para ver nuevos horizontes.

Leona Narciso sería una aventura personal a la inmortalidad, un personaje que diría lo que más me costó aprender y aceptar antes de ella, que me haría conocer nuevas maneras de sentir, lugares que ver y la manera más efectiva para no tener miedo a que la gente me rechace por ser quien soy…

Leona no se generó en un día o en un año, Leona estuvo ahí escondida, expectante, planeando su estrategia para salir, nutriéndose, utilizándome para construirla y cuando estuvo lista me hizo dejarla libre.

Mi miedo a volar sigue ahí, mientras viajo como pasajero de un águila que materializa los recuerdos más profundos de las mujeres que me formaron y que lo siguen haciendo; porque cuando oigo hablar a Leona o cuando la veo moverse, sé perfectamente de quién lo robó, sé cuándo toma una referencia de mi vida y la inyecta en la suya, sé que las cosas que dice ya las oyó de alguien a quien admiro, y que las cosas que cuenta son una versión rebuscada de lo que he vivido.

Leona me ha hecho enfrentarme a mis mayores miedos, me hizo ver a la cara a mis más viejos enemigos, mis complejos, mis tristezas. Leona me abrió los ojos a una vida que yo no quería ver y me hizo dar cuenta que estaba bien querer las cosas que quería, que lo que yo sentía tenía razones de ser, que lo que yo soy es producto de la naturaleza y que merecía existir tal cual siempre he sido.

Leona me ha enseñado su versión de la vida, probablemente porque siempre se sintió atrapada viendo la versión de mi vida; hoy hago las cosas a su manera, con la frente en alto, con la voz de una campeona, con la seguridad de saber que hay una fuerza inherente a su existencia… en fin, todo lo que yo no me permitía ser.

Estos últimos meses la vida ha cambiado mucho para mí, mi mente es mucho más precisa, más ágil, crucé obstáculos que soñaba con cruzar, entiendo más los caminos de la vida; me encantará contarles.

Mi miedo a volar, mis muchos miedos están ahí, siempre ahí… acechando, la diferencia es que liberé a una Leona que parece no tenerle miedo a nada.