/ domingo 3 de mayo de 2020

Misas sin fieles

VER.- La pandemia del COVID-19 nos obligó a evitar concentraciones de personas, pues cualquiera de nosotros podría ser portador del virus y transmitirlo a otros, sin darnos cuenta. Por ello, tuvimos que cerrar los templos, no para alejar a la gente de Dios y de la Iglesia, sino para colaborar en la lucha contra la propagación del mal. La intención es proteger al pueblo y cuidar su salud, que es lo que Jesús procuraba tanto.

Sin embargo, no han faltado quienes afirmen que esto es una persecución contra la Iglesia, que es obra de masones y de personajes nefastos. Son teorías sin fundamento serio. Por otra parte, hay quien no acepta la celebración de Misas sin participación física de fieles, como si éstas no valieran, o no sirvieran para alimentar la fe.

PENSAR

El Papa Pablo VI decía: “No se puede exaltar tanto la misa llamada comunitaria, que se quite importancia a la misa privada. Porque toda misa, aunque sea celebrada privadamente por un sacerdote, no es acción privada, sino acción de Cristo y de la Iglesia, la cual, en el sacrifico que ofrece, aprende a ofrecerse a sí misma como sacrificio universal, y aplica a la salvación del mundo entero la única e infinita virtud redentora del sacrificio de la cruz. No hay que desaprobar, sino antes bien aprobar, la misa celebrada privadamente, porque de esta misa se deriva gran abundancia de gracias especiales para provecho ya del mismo sacerdote, ya del pueblo fiel y de toda la Iglesia, y aun de todo el mundo”.

Es decir: Es muy importante que sacerdotes y obispos celebremos diariamente la Misa, aunque sin muchos fieles, para cuidar la salud y la vida del pueblo; pero la celebramos precisamente en bien de la comunidad. Por ahora, su presencia es sólo virtual; pero es muy real, visible y concreta. Es una forma transitoria.

Lo normal es la presencia física de fieles y la comunión sacramental, pues Jesús es muy claro: “Les aseguro que si no comen la carne y no beben la sangre del Hijo del hombre, no tendrán vida en ustedes” (Jn 6,53). Y en la última cena: “Tomen y coman, esto es mi cuerpo” (Mt 26,26). Así lo hacían los primeros cristianos: “Los discípulos asistían con perseverancia a la enseñanza de los apóstoles, tenían sus bienes en común, participaban en la fracción del pan y en las oraciones” (Hech 2,42).

Las Misas virtuales no son lo mismo que las presenciales, porque en éstas no hay presencia física de una asamblea que comparte la fe y la vida, no hay alimento sacramental, pero es por una situación excepcional. Lo virtual, sin embargo, también es alimento, aunque no pleno. Es peor quedarse sin nada. Y la realidad nos está diciendo que, en verdad, se forma una asamblea virtual, pues estamos conectados con cientos y miles de personas; y esto también es comunidad, es Iglesia; no es una nube, una red sin personas, sino que internet es un medio salvífico, usándolo correctamente.

No menospreciemos esta forma de vivir la fe y de alimentarla. Desde luego que no debe ser un espectáculo, como quien ve una novela o una serie, sino una vivencia real del sacramento, que se celebra a distancia, pero en el que se participa realmente. No se sigue la Misa desde la cama o desde un cómodo sillón, con botanas al lado, sino orando con la liturgia y con la gente que sigue la transmisión, enviando peticiones por las que se ofrece la Misa, adoptando las posturas que pide cada momento de la celebración, escuchando la Palabra con el corazón, ofreciendo la propia vida como víctima viva en unión al sacrificio del Señor, adorándolo de rodillas, recibiéndolo espiritualmente, recibiendo la bendición final. ¿Eso no vale? Claro que sí, y muchísimo. Incluso en forma diferida, si no se pudo seguir en vivo. Cuando pase la pandemia, volvemos a la normalidad.

ACTUAR

Cooperemos a regularizar la situación, guardando las debidas distancias físicas entre unos y otros, para no contagiarnos, pero procuremos la cercanía moral, virtual, espiritual, de corazón, tanto con Dios como con los demás.

Obispo Emérito de San Cristobal de las Casas


VER.- La pandemia del COVID-19 nos obligó a evitar concentraciones de personas, pues cualquiera de nosotros podría ser portador del virus y transmitirlo a otros, sin darnos cuenta. Por ello, tuvimos que cerrar los templos, no para alejar a la gente de Dios y de la Iglesia, sino para colaborar en la lucha contra la propagación del mal. La intención es proteger al pueblo y cuidar su salud, que es lo que Jesús procuraba tanto.

Sin embargo, no han faltado quienes afirmen que esto es una persecución contra la Iglesia, que es obra de masones y de personajes nefastos. Son teorías sin fundamento serio. Por otra parte, hay quien no acepta la celebración de Misas sin participación física de fieles, como si éstas no valieran, o no sirvieran para alimentar la fe.

PENSAR

El Papa Pablo VI decía: “No se puede exaltar tanto la misa llamada comunitaria, que se quite importancia a la misa privada. Porque toda misa, aunque sea celebrada privadamente por un sacerdote, no es acción privada, sino acción de Cristo y de la Iglesia, la cual, en el sacrifico que ofrece, aprende a ofrecerse a sí misma como sacrificio universal, y aplica a la salvación del mundo entero la única e infinita virtud redentora del sacrificio de la cruz. No hay que desaprobar, sino antes bien aprobar, la misa celebrada privadamente, porque de esta misa se deriva gran abundancia de gracias especiales para provecho ya del mismo sacerdote, ya del pueblo fiel y de toda la Iglesia, y aun de todo el mundo”.

Es decir: Es muy importante que sacerdotes y obispos celebremos diariamente la Misa, aunque sin muchos fieles, para cuidar la salud y la vida del pueblo; pero la celebramos precisamente en bien de la comunidad. Por ahora, su presencia es sólo virtual; pero es muy real, visible y concreta. Es una forma transitoria.

Lo normal es la presencia física de fieles y la comunión sacramental, pues Jesús es muy claro: “Les aseguro que si no comen la carne y no beben la sangre del Hijo del hombre, no tendrán vida en ustedes” (Jn 6,53). Y en la última cena: “Tomen y coman, esto es mi cuerpo” (Mt 26,26). Así lo hacían los primeros cristianos: “Los discípulos asistían con perseverancia a la enseñanza de los apóstoles, tenían sus bienes en común, participaban en la fracción del pan y en las oraciones” (Hech 2,42).

Las Misas virtuales no son lo mismo que las presenciales, porque en éstas no hay presencia física de una asamblea que comparte la fe y la vida, no hay alimento sacramental, pero es por una situación excepcional. Lo virtual, sin embargo, también es alimento, aunque no pleno. Es peor quedarse sin nada. Y la realidad nos está diciendo que, en verdad, se forma una asamblea virtual, pues estamos conectados con cientos y miles de personas; y esto también es comunidad, es Iglesia; no es una nube, una red sin personas, sino que internet es un medio salvífico, usándolo correctamente.

No menospreciemos esta forma de vivir la fe y de alimentarla. Desde luego que no debe ser un espectáculo, como quien ve una novela o una serie, sino una vivencia real del sacramento, que se celebra a distancia, pero en el que se participa realmente. No se sigue la Misa desde la cama o desde un cómodo sillón, con botanas al lado, sino orando con la liturgia y con la gente que sigue la transmisión, enviando peticiones por las que se ofrece la Misa, adoptando las posturas que pide cada momento de la celebración, escuchando la Palabra con el corazón, ofreciendo la propia vida como víctima viva en unión al sacrificio del Señor, adorándolo de rodillas, recibiéndolo espiritualmente, recibiendo la bendición final. ¿Eso no vale? Claro que sí, y muchísimo. Incluso en forma diferida, si no se pudo seguir en vivo. Cuando pase la pandemia, volvemos a la normalidad.

ACTUAR

Cooperemos a regularizar la situación, guardando las debidas distancias físicas entre unos y otros, para no contagiarnos, pero procuremos la cercanía moral, virtual, espiritual, de corazón, tanto con Dios como con los demás.

Obispo Emérito de San Cristobal de las Casas